Talleres como vínculos con la comunidad
Carlos Arturo Espadas Interián*
El taller representa un mundo de posibilidades como espacio constructivo, donde los participantes se transforman intencionadamente en articuladores de sentido con lógicas propias donde el proceso creativo individual engrana con la socialización.
Los espacios abiertos por medio de los talleres en los centros escolares, posibilitan detonar trabajos con la comunidad universitaria: estudiantes, profesores, administrativos, intendentes y público en general; de su entorno inmediato y lejano. Constituyen uno de los elementos del servicio que se brinda a la comunidad y que puede ser entendido como parte de una de las funciones sustantivas: extensión y difusión.
Según sea el taller, se podrá considerar una extensión y difusión: cultural, académica, técnica. El formato de taller permite que se pueda cubrir una gama amplia de campos de producción humana y del conocimiento, así como de posibilidades de interacción.
La atención se puede realizar dirigida hacia distintos grupos etarios, socioeconómicos, ideológicos y demás. Se puede hablar de una naturaleza flexible y adaptativa que tiene cabida dentro del formato taller. El límite para abrir talleres radicará en las posibilidades de cada una de las universidades: infraestructura, recursos (humanos, materiales, financieros. Y lo más importante, la creatividad de quienes los diseñan e imparten.
La esencia del taller radica en el saber hacer y por tanto en el o los productos que se puedan derivar de él. Hay un aspecto que pasa desapercibido y es el qué se realizará con esos productos. Es ahí donde el taller se redimensiona y abre sus impactos a la comunidad, en su sentido amplio, dependiendo cómo se abra y para qué se abra.
Con los productos del taller, visto desde fuera, se puede sensibilizar, informar, recrear, ilustrar, detonar… llegar a una cantidad mayor de personas, grupos, instituciones, actores y demás. Esto significa que desde la impartición del taller se estará impactando en la comunidad y no se deja de hacerlo hasta que se paralizan los derivados de cada taller.
La planeación de un taller debe considerar entonces, no únicamente las sesiones, sino también el qué se hará con los productos, cómo se aprovechará lo logrado y dentro de ello, direccionándolo el qué se realizará. En ese qué se realizará, definir impactos deseados, estrategias para mostrar, usar o compartir los productos, forma de articularse con la comunidad y a partir de ahí, la continuidad que se dará para no dejar perder lo logrado.
Dentro de la comunidad tiene lugar la comunidad universitaria, la comunidad del o de los entornos con los que se relaciona el centro escolar, sectores empresariales y diverso de la sociedad, así como otras IES o centros escolares.
No importa el nivel educativo desde donde se impartan los talleres, todo centro educativo, debería considerar las funciones sustantivas. Lamentablemente en nuestro país, las estructuras de soporte para que cada centro escolar funcione de esta forma resultan hoy obsoletas, requieren una modificación profunda para permitir a profesores y actores educativos poder trabajar desde otras lógicas y visiones. Mientras no se realice esto, los centros escolares seguirán siendo lugares aislados y desconocidos para el grueso de la sociedad.
*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. [email protected]