Se nos hace bolas el engrudo
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
En mi infancia solíamos hacer trabajos manuales o presentaciones en los que recurríamos al engrudo para pegar diferentes elementos entre sí. Esos niños de nuestra época, tan cosmopolitas gracias a nuestra corta edad en la que aceptábamos también términos como “Kindergarten”, hacíamos “collages” de papeles de colores o distintas imágenes que recortábamos de las revistas “científicas” que contenían lagrimosas novelas siempre inéditas de Corín Tellado. Sobre cartulinas o sobre objetos tridimensionales. Los niños más avanzados realizaban pequeñas o enormes piñatas en previsión de festejos escolares. En esos festejos, el engrudo resultaba inútil para reparar raspones y descalabros de los niños que se lanzaban, feroces e incautos, por los dulces que caían en una lluvia multicolor a los rasposos suelos de los patios de recreo. Recuerdo también que, en esa rutina de aplicar el engrudo con los dedos, de vez en cuando me zampaba un buen puño del menjunje. Las advertencias de que no debía comerlo “porque se te van a pegar las tripas” nunca tuvieron efecto sobre mí, precisamente porque el engrudo nunca probó tener ese efecto en mis intestinos. Engullía sobre todo el engrudo al que se le hacían bolas, que contenían algunas porciones de harina cruda.
Esos defectos en la uniformidad deseada del sencillo menjunje se generan principalmente gracias a tener poca experiencia en su elaboración. Cuando preparaba este texto, pedí a mi amiga Jazmín la receta y ella, muy técnica especificó: “pon agua a calentar y cuando esté tibia vacías harina. Empieza a disolver constantemente y apaga el fuego. Da vueltas para que no se hagan ‘grumos'”. Estoy seguro de que a mí se me habría ocurrido echar harina en agua fría y luego revolver o quizá recordaría la temperatura en los dedos de mi infancia y calentaría el menjunje ya revuelto. Como un síntoma de que el engrudo está en desuso y no es algo cuya tecnología se renueve, el video que Jazmín me envió para afinar las cantidades de su receta general data de hace diez años (https://www.youtube.com/watch?v=JADMiClhxgU). De esos disfrutables defectos del engrudo parte la expresión que da título a mi colaboración y que solemos utilizar para expresar que no logramos concretar nuestros proyectos y nuestras acciones como hubiéramos deseado: cuando llegamos tarde a algún lugar por complicaciones imprevistas, cuando nuestros planes se complican por elementos que no anticipamos, cuando prometemos hacer algo y encontramos obstáculos en un camino que resulta menos llano de lo previsto, cuando encontramos obstáculos en nuestros planes del día y logramos mucho menos de lo que anticipamos al despertar. Cuando revisamos nuestros textos y nuestros lectores se dan cuenta que los escribimos en ayunas, porque nos “comimos” algunas letras.
A lo largo de nuestros cursos es común que encontremos que a los docentes y a los estudiantes se nos hace bolas el engrudo y múltiples ocasiones: pueden fallarnos las tecnologías como proyectores, computadoras o internet, la electricidad en las aulas, el lodo y la lluvia en las calles cercanas a nuestra casa o a nuestra escuela, o no están disponibles los libros que esperábamos leer para esa sesión, o tuvimos que resolver algún problema familiar o con la pareja, o algo sucedió en el trayecto a nuestra escuela que nos impidió llegar a tiempo. Incluso el viejo pretexto de que el perro se comió la tarea, actualizado ahora con el pretexto de que fue la computadora la que se comió nuestras sesudas reflexiones, podría entrar en el alcance de la “explicación” general del engrudo con grumos.
Así que no nos extraña que en las instituciones educativas a los funcionarios se les haga bolas el engrudo y no logren concretar todo lo prometido. Ya sea la producción de nuevas ediciones de libros de texto para las escuelas básicas, la dotación de materiales y equipos con oportunidad suficiente (al principio y no al final del ciclo escolar), el diseño explícito de políticas, planes, programas y orientaciones, la generación de cursos, actividades, planes, evaluaciones y reportes. Si ya ha habido algunos directivos que admiten abiertamente que la corrupción ayuda a aceitar los trámites y los procesos en las instituciones, por otro lado se hace necesario reconocer que las bolas en el engrudo son un obstáculo para que las piezas que deben unirse unas con otras peguen sólidamente y por toda una eternidad.
Vienen a cuento las observaciones del ingeniero aeroespacial Edward Aloysius Murphy (1918-1990), famoso por la ley del comportamiento humano que reza “Si hay varias maneras de hacer una tarea, y uno de estos caminos conduce al desastre, entonces alguien utilizará ese camino”. Somos testigos de esas angustiosas desviaciones por “atajos largos” en nuestras instituciones, en nuestros estudiantes, en el comportamiento de las personas en la vida cotidiana. En algunas ocasiones, esas ocurrencias desastrosas derivan en alegres serendipias. Aunque no siempre. Por lo general, cuando se nos hace bolas el engrudo hay poco por celebrar. Aunque hay algunos creativos a los que debemos agradecer la posibilidad de cambiar nuestras rutinas de comportamiento al llevarnos a la necesidad de resolver uno que otro desastre.
Por cierto, Jazmín me sugiere que mejor me coma el engrudo en vez de comerme las letras de mis colaboraciones. Seguiré su consejo y procuraré hacer el engrudo con sabrosos grumos de harina cruda; y pondré atención para que haya una mayor proporción de palabras completas en mis textos o declaraciones.
*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]
Muy interesante el modo de regresar en el imaginario a la infancia, yo nunca comí el engrudo por temor a “rodar”, la harina te lleva a engordar.