Reflexiones sobre la otredad del alumno en el regreso a clases

 en Víctor Ponce

Víctor Manuel Ponce Grima*

Todos los días ocurren tragedias en las que alguien sufrió o fue asesinado. La muerte es nota cotidiana, hasta que se va convirtiendo en normal. Se normaliza desde el poder, al fin los medios de comunicación están para eso; aunque también se normaliza por uno mismo, en los dispositivos de autocontrol de las sutilezas de la actual sociedad neoliberal, de acuerdo con Byung Chul Han. Se normaliza la muerte de otras personas, para no agobiarnos; para que la preocupación cotidiana no se convierta en nuevas enfermedades de la psique.
En fin, todo eso me hace preguntar, por qué ocurren tantas desgracias humanas. La primera pregunta es por el otro. Quién es ese otro en quien se ejecutan las atrocidades, que se nos cuenta todos los días. Las reflexiones sobre la otredad se pueden seguir en algunos trabajos de Emanuel Lévinas, Joan Carles Mélich, Fernando Bárcena, Pedro Ortega, Paul Ricoeur, Michel Foucault.
Apreciar y convivir constructivamente con el Otro, que no soy yo, implica deconstruir las distintas maneras de la otredad. La más extrema, por su negatividad, es su exclusión ontológica: el otro no es. El negro en las sociedades occidentales, el judío en los campos de exterminio, la mujer en las sociedades patriarcales, el palestino en los pocos espacios al que el estado de Israel les ha arrojado, el desempleado que deambula en la calle pidiendo limosna, el migrante como extranjero o extraño, el pobre, el marginado, el alumno que no se conectó a sus clases (suele no interesarse si podía o no), a quien repruebo o excluyo, y más. Todos ellos no son.
La negación del otro pasa por diversos dispositivos. Diría Anna Harent, que primero se niega del otro sus derechos. Se le excluye la defensa de sus derechos como ciudadano. Luego se le niega como sujeto ético, no es un otro con cualidades morales, y finalmente se le niega toda cualidad humana. Esta disminución de las cualidades del otro, se van normalizando. Por eso a los ojos de quien ejecuta la falta, es normal golpear, reprobar, excluir, violar y hasta asesinar; despojar sus bienes a los indígenas, robar el plusvalor producido por el trabajador por parte de las corporaciones nacionales e internacionales, cometer asesinatos masivos a judíos y ahora de estos hacia los palestinos, excluir a los alumnos que no acatan la norma escolar, asesinar y desaparecer personas porque se sospecha que pertenecen a otro cartel de las drogas.
La banalidad del mal, siguiendo a Anna Arendt, reside en la normalización de la negación o disminución de las cualidades del otro. Por eso conviene develar lo que está normalizado y que no nos permite descubrir al otro. Este esfuerzo es necesario, pues corremos el riesgo de convertirnos, por ejemplo, en un Adolf Eichmann, quien convirtió los campos de exterminio nazis en una eficaz producción de cadáveres. Arendt nos advierte a alguien que no goza de la muerte, sino un simple oficial que como lo confiesa el propio acusado (Eichmann), simplemente cumplía las órdenes de sus superiores. Todos podemos ser Eichmann, si simplemente nos adaptamos al orden que se nos impone, en donde jugamos los roles que se nos otorga desde la autoridad. Lo que critica, en última instancia, Arendt es la “incapacidad para pensar”.
Se cometen esas u otros actos porque es normal. Porque no puede ser de otra manera. Porque está plenamente justificado, es decir, se va normalizando la disminución del otro, se desliga del otro de su condición como ser humano. Estos dispositivos se normalizan, y les hace dóciles al poder y al castigo. Esta normalización dispone a esos otros para la muerte o para cometer otras vejaciones, pues ese otro no tiene las cualidades de un ser humano. No es otro como yo, el sujeto sujetado se le ha convertido en “algo” dispuesto al asesinato, al castigo, a la persecución o a la exclusión.
Otro problema en el esfuerzo por captar al otro, o de la convivencia con el otro, consiste en que solemos mirar al otro desde mí mismo, desde mi mismidad. Capto, capturo, del otro no lo que es, sino algo de lo que soy, desde alguna de mis cualidades. Ese otro no es apreciado por lo que es, sino porque posee algunas de mis cualidades. De alguna manera es una continuación de la negación del otro, pero más sutil, porque aprecio algo del otro, a partir de mí mismo. Esta otra forma de negación de la otredad, también se normaliza, condición necesaria para hacer del otro lo que se me dicta desde afuera o desde mi inconciencia. Apreciar del otro desde lo que soy, y despreciar, castigar, todo el resto de sus cualidades por las que no se parece a mí. Por esa razón se reprueba a un alumno, o discrimino a un negro, a una mujer, a un palestino, a quien incluso llego a matar, porque no dijo e hizo lo que yo quería, y que permitía ver en lo que se pareciera a mí.
De hecho, creo que la escuela está fundada en estas falsas otredades. Los profesores solemos confrontar al otro no desde la pregunta del alumno, como otro, sino desde las preguntas del docente. Suele no mirarse al otro, al alumno, en su originalidad, sino como alguien que debe responder a las preguntas docentes. Por eso, para el alumno es problemático equivocarse o no responder. Porque sabe que su subsistencia, como alumno, depende de la respuesta que dé al profesor. Eso ya se había advertido desde hace algunos años. Se afirmaba que los sistemas educativos están estructurados para que el alumno responda a las preguntas del profesor, no las del alumno. Obviamente, la deconstrucción de la educación, bien podría partir de las preguntas del alumno, desde otra radicalidad, desde el verdadero otro.
Lo que deseo enfatizar es que el otro se nos oculta. Encontrar, comprender y convivir con el otro implica deconstruir las falsas otredades. El riesgo es regresar a la escuela, desde los dispositivos del poder para normalizar las falsas otredades. Claudio Carrillo decía alguna vez que los profesores suelen ser la guardia pretoriana del curriculum, diseñado desde el centro del país, para que sea aplicado a la enorme diversidad nacional. Las preguntas del docente suelen formularse desde los programas de estudio, en el cual sus diseñadores, que parten de sus imaginarios en torno al otro, este “otro” es una abstracción unificadora. Se lanza un mismo plan de estudios para todas las diversas otredades. Los destinatarios del curriculum son todos los alumnos de este país tan desigual y tan diverso. En esta relación tan disímbola, el otro es otra negatividad oculta en abstracciones, como la formación de ciudadanos, los hijos de la patria. Se dirige a los “otros”, los alumnos como unidad. Todos los alumnos son, en tanto realización del curriculum, el mismo. Todos son el mismo sujeto, alumnos (y profesores) sujetados a los dictados del curriculum. Además de que el curriculum en tanto texto, y, por tanto, dispuesto a la interpretación por cada profesor, se convierte en infinitos vehículos del mensaje unificador. En cualquiera de los casos el otro, el alumno, cada uno de ellos, no aparece. A través de la pregunta del profesor, mediada desde la interpretación del curriculum, los diversos otros desaparecen.
En todo caso el curriculum, que niega al otro, es una normalización, que contribuye a justificar que el profesor tenga el poder para hacer las preguntas al alumno, y no al revés. Por otro lado, conviene recordar que la palabra alumno alude al sentido del que necesita ser iluminado, esto es, es un no-otro sin luz, que para que sea “alguien” en la relación educativa, necesita ser iluminado por el profesor. Luego, al igual que muchas de las relaciones con los otros se convierte en una relación de poder, en donde el otro está sujetado a su condición humana disminuida, es un des-iluminado, que el profesor puede hacer de él lo que le parezca: reprobarle, excluirle, descalificarlo.
Este mal radical, la desvinculación de la escuela y los profesores con los otros, los alumnos, es la razón por la cual, la mayoría de las escuelas secundarias no son el espacio del encuentro amoroso con el Otro, sino una batalla permanente. Un campo de confrontación entre lo que desea el profesor contra los que quieren los alumnos. Es paradójico que muchos adolescentes narren, en muchos de sus poemas que cantan a través del hip-hop, que sus únicos amigos con los que cuentan, para enfrentarse a la vida o a la muerte, son los compas del barrio. Su identidad, sus otros Yo-es, no es ni la familia ni la escuela, son sus cuates del barrio, sus gemelos, en términos Nahuas. De hecho, el sentido de la escuela para muchos alumnos, no es lo que potencialmente podrían aprender, sino sus vínculos con sus compañeros.
Muchos alumnos demandan regresar a la presencialidad escolar, porque la virtualidad les sustrajo de esta necesidad vital en sus procesos de socialización, esto es, el vínculo con sus cuates. La identidad, en tanto proceso de socialización, es decir, el saber quién soy, se configura en los vínculos con los otros. muchas escuelas y profesores (pero no todos) suelen no ofrecer este espacio vinculante, cercano. En este momento crucial, del regreso a la presencialidad, se exigen respuestas devenidas desde la mirada del otro, del alumno, que ha sido afectado aún más en sus emociones, por el largo tiempo de confinamiento en casa. Sería deseable el regreso a clase desde la mirada amorosa que se esfuerza por comprender las necesidades y las preguntas vitales del alumno, del otro.

*Doctor en Educación. Coordinador de investigación del ISIDM y y académico del CUCSH. [email protected]

Comentarios
  • Gabriela

    Hacia falta una lectura tan acertada y cercana a esta dicotomía sobre el regreso a clases y las posiciones de los docentes .

  • Alicia Govea Villaseñor

    Excelente análisis y reflexiones, los ejemplos del cómo nos desentendemos de los otros son reales y terribles, así mismo nuestros estudiantes llevan dentro de sí una carga y carga que desconocemos, pero podríamos imaginar, o incluso preguntar, indagar, para acercarnos un poco más a ellos.

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