¿Qué hubo hoy en tu escuela?
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
“Lo mismo, solo escuela”, suele responder mi hijo mayor a mi nada original pregunta cuando lo recibo a la salida de clases. “Ya sabes, no pasa nada”, añade en caso de que yo insista en saber. Hasta el momento, ninguna aventura, anécdota, información que le llama la atención. En algunos momentos sí pregunta o comenta algo acerca de sus asignaturas, aunque solo si encuentra que tiene algo que ver con su vida o las vidas de los niños de su edad.
“Todo mundo odia la escuela, papá”, me informa mi hijo menor, quien es un aficionado de hacer la tarea por adelantado y se siente frustrado cuando no logra un diez. Parecería que le gusta la vida académica de resolver problemas matemáticos, hacer reportes de lectura, el trabajo en equipo, por su constante participación. Pero cuando le pregunto qué le gusta más de su escuela suele responder: “nada, yo también odio la escuela, es aburrida y además me llenan de ocupaciones y de exámenes”.
Hace unos días, un estudiante de filosofía me comentó que trabaja con niños en sus procesos de reflexión y de aprendizaje. Y que descubrió una manera de que se expresaran y reflexionaran acerca de las implicaciones de determinados textos: cambia los contextos de las narraciones que recibe para poner elementos con los que se relacionan los niños actuales, como internet, pantallas, videos. Ha logrado que los niños, fuera del aula, compartan sus reflexiones ante una cámara de video pues, expresan, ellos quieren ser “youtubers” y hablan más si el filósofo en ciernes graba cuando ellos reflexionan y luego les muestra sus propias respuestas y reacciones a los textos.
Quizá la escuela no es el espacio más adecuado para el aprendizaje. Cuando recordamos sus bardas altas, su aislamiento de las actividades de los adultos, sus horarios rígidos, la incomodidad de su mobiliario, las exigencias que suelen estar asociadas con amenazas de reprobación, la comida que se vende en sus tienditas o cafeterías, las horas del traslado antes y después de clase, las desmañanadas cotidianas y las desveladas de vez en cuando, los malhumores de algunos de los docentes y directivos, nuestra reacción no es muy placentera. Quizá el aprendizaje escolar, en su afán de ser riguroso, se convierte en un esquema rígido; en su idea de hacer reflexionar a los estudiantes, los vuelve conformistas; en su necesidad de controlar que los docentes estén disponibles, los vuelve simuladores.
Nuestras escuelas abren muy pocas rendijas a la exploración del exterior, al conocimiento de una realidad que nos reta y nos atrae mucho más que lo que pueda suceder en las aulas y en el patio de recreo. Nuestra manera de utilizar sus espacios ya no es tan estimulante, como quizá fue en algún momento en que no había muchas otras actividades que compitieran por la atención de los estudiantes y docentes. O quizá siempre ha sido aburrida y la odiábamos desde antes, pero no concebíamos otras realidades que ahora ya están disponibles como alternativas a los discursos y ritmos del aula.
En un mundo de adultos que nos parece cada vez más peligroso, procuramos que nuestros hijos y nuestros estudiantes no corran riesgos, no conozcan mucho acerca del entorno de sus hogares y de sus escuelas, para reducir los riesgos. El espacio fuera de nuestras familias y nuestros grupos de alumnos lo concebimos lleno de riesgos. Y mientras tanto, ¿cómo lograr que la escuela sea un espacio que estimule el conocimiento en vez de una simple guardería o un simple lugar en donde se susciten conversaciones, pero escasos aprendizajes y retos? ¿Qué sucedió hoy en tu escuela que sea digno de mención y te dé ganas de volver mañana a ella?
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]