Nuestro pequeño tesoro evolutivo
Alma Dzib-Goodin*
Una vez una amiga me preguntó por qué me gustaba estudiar tanto el cerebro, -todos tenemos uno, dijo y, además, dicen que cada uno es único e irrepetible.
La verdad es que eso es cierto. Cuando nos presentan los esquemas y nos hablan sobre las funciones generales, sólo son representaciones de ese universo interno que nos ha dado muchas muestras de adaptación y con cada una, va logrando cambios graduales no sólo en la estructura y funciones, sino en la forma en que nos adaptamos al ambiente.
Al final todo es adaptación que modulamos por medio de los procesos de aprendizaje, y ese viaje es más fascinante que el cerebro en sí mismo, porque lo que vemos hoy, es sólo una de las múltiples variaciones que de él se han formado, cuya historia surgió millones de años antes del homo sapiens; millones de años, de hecho, antes de la primera célula que nos forma.
Al principio había células procariontes que no son tan finas como los eucariontes pues no tienen todas sus características las cuales son las que valoramos tanto actualmente. Los eucariontes son células sin núcleo, cuyo material genético se encuentra disperso en el citoplasma, además son organismos unicelulares rodeados de membrana y son considerados las formas de vida más simples. Sin embargo, en algún momento mutaron.
No queda claro como sucedió dicha mutación, una teoría dice que pudo ser por razones adaptativas, como se suponen muchas de las mutaciones que ocurren todos los días, pero también existen ideas actuales que indican que pudo ser un acto al azar, y una de las ideas que se tienen, es que una de estas células procariontes se tragó algo con material genético distinto a ella, y entonces se formó un tercer elemento celular, al que se conoce como célula eucarionte que tiene características muy distintas a la original. Por ejemplo, los eucariontes tienen citoplasma que es semilíquida, tienen un cito esqueleto que es complejamente especializado, tiene un núcleo desde donde se sintetiza el ARN y en la mitocondria contiene su propio ADN que permite tanta variedad genética.
Mi colega Daniel Yelizarov y yo, hemos postulado, que la capacidad de movimiento permitió a los eucariontes su diversificación tan basta, debido a que el cito esqueleto permitió que un mayor número de características surgieran y así pasaron por ejemplo de la capacidad de respirar oxigeno que surgió en la tierra hace mucho, capacidad presente en los procariontes y la llevaron más allá, formaron sus propias formas de alimentación, que requería oxigeno y así produjeron su propia energía, lo cual los hizo más independientes.
Seguimos hablando sólo de células, aún no hay un cerebro, o una medula espinal. Ni siquiera un brazo o una pierna, ¡No!, estamos en las formas más simples de la vida, que, con el paso de miles de años, dieron como resultado la increíble variedad de plantas, hongos, animales conocidos y miles que aún no conocemos, pero de los cuales vamos aprendiendo.
¿Qué tenemos todos en común?, la capacidad de adaptación al medio, a lo que llamamos aprendizaje. El ambiente moldea mucho de nuestras respuestas, pues al final es donde sobrevivimos. La escuela como espacio artificial nos brinda elementos a los cuales debemos responder como sustrato cultural. Mucho muy alejado de las primeras células, porque para que surgieran tuvieron que pasar millones de años antes de primer primate, y luego un largo tiempo antes del homo sapiens, que es la versión más conocida de nosotros mismos.
Sin embargo, creo que debemos aceptar que somos una versión de las muchas que han existido y cuya única carrera es por la sobrevivencia de la especie. El punto medular es cuidarnos unos a otros y reconocer los riesgos que implica el ambiente, por lo que comprender las enfermedades es un punto clave, así como el discernimiento de los procesos de desarrollo que nos permitan reconocer las mejores prácticas de crianza y la convivencia en sociedad.
Sin embargo, la sociedad como proceso dinámico, hace complicada la adaptación, ante lo cual requerimos un constante recuerdo del aprendizaje. Proceso que nos acompaña desde los inicios de nuestro andar, al que ahora escoltamos de las prácticas educativas, mismas que han de recordarnos que cada día debemos dirigir el barco, porque nuestra historia aún no está contada, la vamos escribiendo como especie sobre la marcha.
Si, el cerebro es fascinante, no hay duda de ello, pero la verdad, reconocer como es que todos los procesos cognitivos, motores y todo aquello que nos envuelve como especie y que nos da forma llegaron a posarse en ese cerebro al que tanto admiramos, la verdad es que ha sido un camino de vida mucho más rico, el cual comparto con mis colegas y de lo cual estamos muy orgullosos y que espero me mantenga atenta por mucho tiempo.
*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. [email protected]