Mutismo selectivo: gritando en el silencio
Alma Dzib Goodin*
Cada salón de clase desde nivel preescolar hasta doctorado tiene un alumno que no habla en clase. Parecen tener pena de sus propias ideas. Muchos de ellos fallan al socializar y la pasan muy mal cuando el profesor los fuerza a responder o participar en clase. Muchas veces prefieren dejar la escuela debido a que no se sienten cómodos entre las demás personas.
Cuando se les mira de cerca, son excelentes escritores, son capaces muchas veces de comunicarse por otros medios que no impliquen hablar con extraños. La mayoría de las veces a estos niños no se les brinda mucha atención pues los maestros están más ocupados atendiendo a los alumnos que perturban la clase, así que cuando se les envía una nota a los padres preguntando si han notado dificultades en el desarrollo del lenguaje de su hijo, éstos se miran extrañados, pues en casa no tiene ninguna dificultad para expresar sus ideas o sentimientos.
El mutismo selectivo es un desorden que provoca ansiedad al hablar en ciertos contextos, como los escolares, y se estima al menos en los Estados Unidos, que afecta a entre el 0.5 y el 0.8 por ciento de los niños a nivel escolar, y muchos de ellos además presentan ansiedad.
Son 5 los criterios de clasificación en DSM-5 para este trastorno social: los niños presentan dificultades consistentes para hablar en ciertos contextos; esta dificultad se presenta por más de un mes, aunque se ha de excluir el primer mes de escuela; se ha de excluir del diagnóstico diferencial un desorden en la comunicación; las dificultades interfieren con la comunicación social y en contextos escolares; el mutismo no se ha de atribuir a un contexto lingüístico desconocido para el infante.
Existe evidencia que puede haber por lo menos un gen involucrado llamado CNT-NAP2, que codifica una proteína que se expresa en el desarrollo de la corteza cerebral y juega un papel importante en la conectividad neuronal; sin embargo este gen se ha relacionado con el autismo y algunos trastornos del lenguaje.
Una de las características que presentan algunos de estos alumnos es que prefieren susurrar en lugar de hablar fuerte y, una explicación, es que la transmisión de las ondas sonoras a través de los huesos de la cara suele provocar un sonido tan fuerte que es molesto para los pequeños, de ahí su necesidad de hablar bajo, por lo que ha de considerarse un posible trastorno auditivo.
Por supuesto, esto se relaciona con una ansiedad social ante espacios poco conocidos, que deriva en mutismo selectivo, por lo que el diagnóstico debe ser preciso, pues muchos de ellos son clasificados como autistas o con trastornos del lenguaje, lo que los lleva a espacios aún más incomprensibles para ellos. De ahí la importancia de que sea un especialista quien realice el diagnóstico y sea capaz de tratar la ansiedad como efecto separado del mutismo.
Ante ello, la formación de especialistas formados con habilidades para realizar diagnósticos diferenciales es vital para detectar trastornos el desarrollo, pues si bien ser callado no es un problema tan grave como perturbar el espacio escolar, la falta de atención de la ansiedad social puede restar oportunidades. Aunque algunos encuentran fabulosa la capacidad de ser exitoso sin tener que estar en un espacio social, como aquellos que trabajan en casa con una computadora.
*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. [email protected]