Medidos

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Lo más sencillo es ver si existe algo o no existe. Como cuando uno pregunta: “¿me quieres?” Sí o no. Uno o cero. El siguiente paso es en qué medida ¿cuánto? Nada, poco, mucho o muchísimo. Cero, uno, dos, tres, cuatro. Y a veces establecemos un parámetro: “te quiero de aquí a la luna y de regreso”, o aspiramos a magnitudes mayores en nuestros parámetros: “de aquí al sol y más allá”. Para darnos idea de la calidad de algo o de alguien, hablamos en números ordinarios: “es de primera, de segunda, de tercera, de cuarta, de quinta”. En las calificaciones escolares, hay instituciones que utilizan letras y que además las cualifican. Así, hay evaluaciones de “A”, que es más que “A-”, pero menos que “A+”, en una escala que suele ser de cinco letras (A, B, C, D, E), pero que tiene la potencialidad de llegar a quince categorías. Aunque ciertamente, así como poco importa sacar un “1” en una escala que va del 0 al 100, sacar una “E” suele ya no requerir mayor detalle. A veces, hundido en el más denso lodo o reprobado es suficiente, y no hay que preguntar qué tan perdido se está para determinadas cualidades.

Hay expresiones que enfatizan esa reprobación o improbabilidad de que algo suceda. Como la expresión “when hell freezes over” que tanto gusta a los angloparlantes (“cuando se congele el infierno”) para señalar algo absolutamente improbable. Como un amor, un aprendizaje, una reparación, un perdón. De tal modo, hay escalas que ponen las primeras letras del alfabeto o los primeros números de esa serie infinita como indicadores de excelencia y mientras más cercano se está de clasificarse en la categoría A1. Mayor excelencia; aunque hay otras escalas que invierten esa lógica y suman los méritos. No es lo mismo tener un mérito que tener diez o cien, así que mientras más lejos se esté del inicio de la escala, mejor.

En el ámbito de la ciencia, la capacidad de medir se toma como un indicador de que se ha logrado el status de “científico”. Así, mientras más logra medir una disciplina, suele considerársele más “científica”, pues la exactitud, el detalle y la posibilidad de comparación entre distintos objetos, momentos o etapas se considera una característica deseable en quienes hacen ciencia. Así, solemos pensar que la química, la física, la ingeniería, la medicina, están asociadas con el adjetivo calificativo de “científicas” por su capacidad para cuantificar. Disciplinas como la política, la sociología, la psicología, la antropología, desarrollaron así una serie de estrategias para mostrarse como capaces de razonamiento científico y, por ello, echaron mano de epidemiologías, estadísticas, análisis cuantitativo de pequeñas muestras y así hacer más creíbles sus afirmaciones. “Medimos y, por ende, somos ya científicos y objetivos”.

Hay quien propone que es posible hacer juicios sin necesidad de medir. Hay cosas que son “absolutamente”. Así como se dice de un fenómeno que existe o no existe y poco importa si es una existencia eterna o momentánea, intensa o extensa, hay quienes recurren a este criterio en el ámbito de la enseñanza: pasar o no pasar un curso. Sin importar cuáles sean los detalles de la evaluación. Así, se tiene o no se tiene un título de licenciatura o posgrado y pocos preguntarán ya por la magnitud de lo aprendido. Basta con mostrar el título como muestra de que se han salvado, precisamente, un sinnúmero de criterios cuantitativos previos.

Hay medidas de variables en las que deseamos permanecer en puntos intermedios. Ni muy flacos ni muy gordos; ni muy greñudos ni muy calvos; ni muy cansados ni muy activados; ni muy dormidos ni muy irritados; ni muy altos ni muy bajos; ni muy jóvenes ni muy viejos; ni totalmente ignorantes ni totalmente soberbios; ni muy guapos ni muy feos; ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. En esos casos, las escalas, en especial en las mediciones de indicadores de salud, suelen establecerse frente a un parámetro de normalidad o un estándar ideal. Tal es el caso, por ejemplo, de la compleja relación entre estatura, peso y talla, que en realidad son variables (medibles) que reflejan otra serie de fenómenos que no son tan visibles respecto a la manera en que funcionan nuestros cuerpos y de cómo nos comportamos. De algún modo, solemos recordar que, para conservar una sana relación entre la cantidad de centímetros y la cantidad de kilogramos de esta relación las dietas y hábitos de alimentación y de actividad física requieren que seamos “mediditos”. Es decir, que cerremos la boca después de determinada cantidad de lo que ingerimos y tampoco cerrarla demasiado pronto. Los llamados trastornos de la alimentación en parte se detectan por esa relación entre peso, talla y cintura (https://www.mayoclinic.org/es/diseases-conditions/eating-disorders/symptoms-causes/syc-20353603) y en parte contrastan con la autoimagen corporal de quienes los padecen. Al igual que con la obesidad, solemos pensar que está descompuesta nuestra báscula, o nuestro espejo, o nuestro armario (que encoge o estira nuestra ropa sin consideración alguna por nuestros cuerpos). Aun cuando no es automática, sí es directa la relación entre la cantidad y la calidad de la comida, nuestra actividad física y el cuerpo que conservamos, logramos, cultivamos o sufrimos.

En realidad, la medicina “científica” y “basada en evidencias” recurre a las muchas mediciones posibles de indicadores en nuestros cuerpos para saber de nuestra salud. Especialmente en fluidos, pero también en fuerza muscular, color, olor, duración, frecuencia. De manera paralela, en el ámbito de la educación se ha propuesto que exista evaluación “científica” y “de evidencias” para juzgar acerca del nivel de “salud” en cuanto a lo aprendido, lo enseñado, lo aprovechado institucionalmente, la rentabilidad de lo invertido en dinero, tiempos de dedicación, años de inversión en educación de quienes gestionan, de quienes facilitan y de quienes participan en los procesos de enseñanza y aprendizaje. En realidad, nuestros niveles de desempeño se ven afectados por una serie de variables como los contextos institucionales, las reglas y requisitos, las exigencias de nuestras vidas cotidianas, nuestras relaciones fuera de la escuela, las condiciones ambientales (algunas tan evidentes como el frío o el calor, la humedad o la disponibilidad de espacios, la ventilación), las condiciones de salud de cada uno de los participantes, entre muchos otras. Lo que deja la esperanza de que siempre tendremos variables por explorar y a veces eso mismo genera la desesperanza respecto a la posibilidad de controlar y manejar todas ellas para estimular el acto perfecto de aprendizaje.

Por otra parte, especialmente quienes se inclinan a las mediciones cuantitativas de grandes poblaciones, hay quienes comparan diferentes niveles de desempeño en diversas actividades de un individuo consigo mismo en otros momentos o etapas de su vida; pero también hay quien se preocupa por establecer parámetros de grupo, de época, dentro de determinadas disciplinas. Así, sabemos que en determinadas edades los niños de ese grupo tiene un grupo de comparación y podemos así saber si logra menos o más que otros individuos de su grupo con características similares.

Las encuestas de opinión acerca de distintos productos y temas suelen plantearse comparar distintos tipos de objetos o de opiniones. ¿Qué opina la gente respecto a marcas de comidas, de bebidas, de coches, de bicicletas, de ropa, de música, de pasta dental? Recientemente hemos sabido de múltiples encuestas en torno a los partidos políticos y de los candidatos a distintos puestos de elección popular. Hay quien ha puesto en juego la máxima que tanto gusta a los especialistas en estadística en el sentido de que “la media de las muestras es una estimación de la media de la población” y han propuesto analizar “encuestas de encuestas” para, supuestamente, tener una visión más cercana de la realidad en las elecciones (por ejemplo, en las que se explora la intención de voto de Biden frente a Trump, que no equivale a la intención de voto de Demócratas frente a Republicanos, pero da una idea de las tendencias partidistas a partir de los candidatos favorecidos https://www.youtube.com/watch?v=2a4nCm-MFFM).

Nuestra tendencia a saber cuánto hay de qué fenómeno nos ha llenado de estrategias de medición. Por dar un ejemplo acotado, hay medidas de la temperatura, de la cantidad de lluvia, de la velocidad y fuerza de los vientos. Se miden los daños de los huracanes en cantidad de personas afectadas, desplazadas, heridas, muertas y en cantidad de daños materiales calculados en dinero. ¿Cuánto costó en pérdidas de salud o de vidas? ¿Cuánto costará en tiempo y en dinero reemplazar lo que existía antes del meteoro? De manera análoga, en el ámbito del aprendizaje y de la enseñanza nos hemos esforzado por medir el desempeño en la escuela, por cantidad y por calidad. ¿Aprendí? Sí o no; ¿en qué medida? ¿cuánto? Nada, poco, mucho o muchísimo. Sin embargo, la medición en las instituciones educativas no se limita a medir el desempeño de los estudiantes, aun cuando sea una referencia omnipresente. También hay propuestas para medir y juzgar la percepción subjetiva de parte de estudiantes y de docentes y de padres de familia. ¿Cuánto se invirtió en tiempo, esfuerzo, dinero, de parte de estudiantes, de docentes, de tutores, de las instituciones? Además de la medida del desempeño de los estudiantes, es posible realizar mediciones que deriven en la evaluación de los docentes. ¿Ayudan o estorban el aprendizaje? ¿En qué medida estimulamos y en qué medida inhibimos el aprendizaje? ¿En qué medida retrasamos determinados aprendizajes en comparación con docentes que utilizan otras estrategias? ¿Qué tanto podríamos estimular el aprendizaje de los estudiantes en nuestros cursos con algunos cambios en estrategias, horarios, recursos?

Por otra parte está el tema de la evaluación de las instituciones y de quienes las gestionan: ¿hay insumos de evaluación del desempeño de las acciones, logros y fracasos de las burocracias universitarias? Ya sabemos que hay “certificaciones” de parte de organizaciones externas que se promueven como “objetivas”, pero que suelen recibir un pago por evaluar. En cambio hay otras escalas de parte de organizaciones que no cobran a las instituciones y personas evaluadas. ¿Cómo medir la efectividad de las distintas mediciones que realizamos en nuestras actividades en los ámbitos escolares? ¿Cuáles son los mejores “termómetros”, escalas, indicadores o estrategias para analizar el aprendizaje, la enseñanza, las instituciones, el desempeño posterior en los campos de aplicación de esas disciplinas?

Para una medición de las universidades en este planeta y su ranking en 2024, puede consultarse: (https://www.hotcourseslatinoamerica.com/study/rankings/the-world-university.html).

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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