Mecánica nacional

 en Jorge Valencia

Jorge Valencia*

En el país de las influencias, un tío oportuno tiene valor a currículum. Los mexicanos educan a sus hijos para emparentarse con quien les conviene, no con quien los hará felices. Hijos de los aztecas, el ascenso en la pirámide social cumple el cometido ceremonial de un sacrificio. El éxito tiene el valor de un corazón extraído con el filo del pedernal. La bonanza depende de la cantidad de sangre inmolada a los dioses: un buen año implica muchos corazones ofrecidos. Huitzilopochtli es presidente vitalicio de un gobierno hematofílico. Sus siervos practican la guerra florida contra los cárteles, los sindicatos, la educación oficial… Depende el contexto y la fertilidad de la tierra.
La ética nacional está condicionada a la queja. Lo que nadie reclama es considerado bueno y permisible. Las vueltas prohibidas en las avenidas son producto de la picardía y los goles con la mano, designio maradónico de Dios (ese gol tuvo que ocurrir en México). La condición es que nadie sancione las conductas, por más malévolas que parezcan. Los agentes viales surgen únicamente para sancionar a quienes no tienen amistades adecuadas. O a quienes no les alcanza para la mordida. El nuestro es un territorio de libertad: todos hacen lo que quieren. Los asesinatos son delitos sólo cuando alguien los paga. Y sólo los paga quien no tiene un amigo judicial. De tenerlo, el fuero garantiza la presunción. Los corruptos ocupan cargos públicos y se devanean con impunidad caricaturesca. En un pueblo donde la frase más emblemática es “así soy y qué”, escupir en la calle resulta un acto de inocencia y denominación de origen. La bebida nacional tiene que ser rasposa, permitir el regreso y propiciar la gastritis. Con eso se purga cualquier culpa. Tequila doble sin limón.
Hasta hace poco, en lo único que destacábamos era en la telenovela rosa. Los coreanos se lamentaban con “Los ricos también lloran”. La ciudad se paralizaba, el gato dejaba de maullar, el cobrador esperaba otro momento. Ya no. Netflix ocupa el hueco que dejó “Cuna de lobos”. Ya no queremos historias largas. Nos concentramos diez horas seguidas pero no más. Mañana se olvidará la trama, se encenderá el noticiario, se observarán con resignación los crecidos índices de delincuencia. La realidad se presenta en la figura descuartizada de Coyolxauhqui. Aquí nos tocó vivir. Acorralados por el Siapa y Pemex, la CFE y las tasas bancarias. Como México no hay dos. Luis Alcoriza relató lo que seríamos 35 años después: un país superpoblado, sin madres abnegadas ni compasión posible. País sin ideales ni esperanza, al vaivén del azar.
Octavio Paz escribió hace 70 años que los mexicanos tenemos máscaras. Ya ni siquiera las usamos.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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