Los retrasos en el aprendizaje
Alma Dzib Goodín*
Todos los niños difieren en la forma y la velocidad en que han de aprender los contenidos escolares. No hay duda que en cualquier escuela se puede obtener una curva normal, en la cual habrá chicos que tengan una capacidad poco usual para aprender, o bien estudiantes que van a necesitar de tiempo y apoyos extras. En este sentido, decir que siempre existirán retrasos en el aprendizaje, suena obvio, pues cualquiera puede rezagarse en un tema, un contenido, una materia o en el curso completo, pero las implicaciones de ello dentro y fuera del salón de clase son muchas veces ignoradas.
¿Cómo puede un estudiante llegar a sexto grado de primaria sin las habilidades mínimas en matemáticas?, parece increíble ¿no?, ¡pues lo ha logrado!, y no solo eso, ha diseñado una serie de estrategias para evitar que otros lo noten, por ejemplo, intenta adivinar o finge pensar largamente respuestas, crea una personalidad que parece decir “no te me acerques” para evitar estar en contacto con quienes pudieran darse cuenta. Su forma de sobrevivir a los exámenes es haciéndolos lentamente y sacando malas calificaciones, con la promesa familiar de que la próxima vez lo hará mejor.
Otra pequeña de segundo año tiene un retraso lector y dislexia, quien se encuentra ante la disyuntiva de repetir el año o continuar, su maestra prefiere que continúe, para que sea problema de otro. Como intentando tapar el sol con un dedo. Los padres a pesar de darse cuenta del problema, parece que no son capaces de resolverlo.
En tal sentido, los niños quedan desprotegidos ante las demandas escolares y familiares. Esperando que la escuela o los padres les apoyen, pero eso no siempre sucede. ¿La solución?, enviarlos a clases de regularización, agregando más presión a sus atormentadas vidas, y en donde solo se centran en ayudarles con las tareas, sin resolver el problema de fondo.
Reconocer la distancia entre lo que los chicos saben, lo que deben saber y hasta donde pueden llegar parece obvio, pero los ritmos escolares no les dan la oportunidad de plantear las preguntas correctas. En medio de todo, los niños se asumen como incapaces y una vez que logran eso, entonces dejan de luchar, se rinden y aceptan que nunca van a obtener más de un 6.
Los compañeros los molestan, les hacen comentarios malsanos y jamás serán elegidos en los grupos de trabajo. Lo cual aumenta el alejamiento social que eventualmente tendrá efectos sobre su integración social.
Los padres los presionarán con todas clase de castigos y regaños, hasta que ningún esfuerzo tenga efecto, de cualquier modo, ya están catalogados como flojos, así que ¿para qué esforzarse?
Los maestros dejarán de dedicarles tiempo, ¿qué caso tiene?, de todos modos 5 minutos de esfuerzo, no harán ninguna diferencia.
¿El resultado?, alumnos dispuestos a dejar la escuela, pues no vale la pena ni el dinero de los padres, ni el tiempo de los maestros, ni su esfuerzo personal. Lamentablemente esa conclusión les marca la vida, y la de sus hijos, y probablemente la de sus nietos.
¿Tienen remedio?, la respuesta es si, y para un buen investigador, vale la pena el tiempo que se les pueda dedicar. Todos somos capaces de aprender, ante la instrucción y el motivo correctos, con ello se les da un regalo de vida.
¿Es posible?, hasta ahora es más viable de manera privada, lo cual deja fuera a las poblaciones más desprotegidas. Hasta ahora las escuelas públicas no han aceptado la necesidad de ayudas pedagógicas continuas y viables. Excepto las escuelas que cuentan con personal, quienes tienen 20 minutos para atender a los niños una vez al mes.
¿Vale la pena la inversión?, ¡no hay duda!, con tanto desvío de fondos y reuniones costosas, bien se podría pagar un buen psicopedagogo, o convencer a las sociedad que ofrezca servicio comunitario. Una hora a la semana, puede hacer la diferencia en una vida, y posiblemente a otras generaciones.
*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. alma@almadzib.com