Los niños del parque y la desigualdad de oportunidades
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Vivo a pocos metros de un parque zapopano. En los años que he residido en ese rumbo de la ciudad, no sólo ha umentado la cantidad de habitantes y han aumentado los años y los achaques míos y de mis vecinos. También el parque ha sufrido cambios, en ocasiones radicales, pues se han sustituido algunos árboles, se ha cambiado todo el piso y se ha instalado una cancha de basket-ball así como un sinnúmero de juegos infantiles.
A lo largo de esos años, como caminante y trotador cotidiano, he visto transitar una gran cantidad de personas que inician su día en ese lugar. Y he visto, sobre todo en las tardes y fines de semana, cómo una gran cantidad de niños y jóvenes juegan en la cancha de basket-ball devenida ocasionalmente en improvisado campo de futbol, o descansan en sus bancas. Con algunos he charlado y hasta conozco sus nombres. A veces en la mañana, a veces por la tarde, he coincidido con vecinos que sacan a sus perros a caminar y a jugar entre ellos. Mis hijos son los que conocen los nombres de los perros e identifican, en algunos casos, de qué casas provienen.
Los niños del parque suelen jugar y opinar de muchas cosas abiertamente mientras vociferan, dan rienda suelta a su repertorio de insultos dirigidos a los compañeros de equipo por no lograr los pases o los goles que ellos esperaban. Y se mueven. Mucho. Hasta que algunos se convierten en adolescentes y comienzan a formar parte de grupitos que se reúnen para fumar tabaco o marihuana. Y entonces dejan de moverse y a veces pasan en moto, cuatrimoto, auto o simplemente se sientan a charlar y ahumar el ambiente. Y socializan, y hacen planes.
Hace algunas semanas, uno de esos niños activos y vociferantes se acercó a mi hijo y a mí a ver con nosotros un juego de preguntas triviales. En el parque no había otros niños a esas horas del día. Cada uno de los tres, por turno, leíamos las preguntas triviales y luego intentábamos respuestas. A pesar de ser ese niño (del que conozco el nombre y sé quiénes son su padre y su madre) de la misma edad que el mío, pude resaltar enormes contrastes entre los hábitos sedentarios de mi hijo y los más activos de ese chamaco. Mientras que a él lo he visto correr y patear un balón con enorme destreza, en el momento de leer las tarjetas con las preguntas noté que estaba muy por debajo del nivel de lectura de mi propio niño.
Mientras yo desearía que mi hijo fuera más activo, como el vecino que pasa buena parte de sus horas de vigilia en el parque, también me causó extrañeza que los progenitores de ese niño activo no estimularan la lectura en casa. Mientras que esos niños del parque parecen tener muchas oportunidades y un espacio idóneo para la actividad física, mi hijo parece desperdiciar esas oportunidades pues su uso de los juegos infantiles y su participación en los deportes de equipo es muy limitado. Por otra parte, el niño que nos visitó esa tarde y jugó con nosotros brevemente, parece estar alejado de las oportunidades de leer y de la educación formal. ¿En qué medida los padres y los docentes hemos contribuido a esa especialización y a la vez a desperdiciar las oportunidades de una educación más integral? ¿Nuestras familias y nuestras escuelas están enfatizando siempre lo mismo y con eso les negamos la posibilidad de ser niños, jóvenes e incluso ciudadanos más versátiles?
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]