Las respuestas están por venir
Alma Dzib Goodin*
La ciencia que se enseña en los libros y en las aulas depende de que pueda aplicarse en un examen. Las respuestas solo pueden ser correctas o incorrectas. Los profesores pocas veces dicen: “no sé” y por supuesto, el alumno jamás tiene ese derecho.
No hay medias tintas en esa ciencia, y si un autor lo dijo, no debemos dudar de que es absolutamente cierto, y que no hay otra explicación. La ciencia de las aulas está escrita sin posibilidad de cambios, o de dudas sobre su veracidad.
Hay autores clásicos, y otros de los cuales nunca se escucha, pues no alcanzaron a poner su nombre en historia, o bien, los grupos de poder de la época no lo permitieron, a pesar de que sus estudios beneficiaron a la humanidad.
A diferencia, la ciencia en la realidad tiene más preguntas que respuestas. Tiene muchos “no sé” y las posibilidades de encontrar respuestas deben convencer a los que tienen dinero suficiente para financiar proyectos. No dependen de un examen, ni de la buena actitud de un maestro. Depende de que pueda responder a una de las muchas preguntas que son parte del rompecabezas del conocimiento. A veces se encuentra solo una pequeña pieza, y a veces, un descubrimiento da luz a una buena parte de las dudas que aquejan al ser humano.
En la realidad, la sociedad espera respuestas. El día de hoy miles de pacientes con cáncer esperan que la medicina los cure. Lo cual, cruelmente no ocurrirá en los próximos 10 años por lo menos. No hay cura para el cáncer porque a pesar de todo el conocimiento que se tiene del genoma humano, la certeza más grande, es que este se reescribe cada vez que una célula se divide. Cada edición puede por error borrar una letra, cambiarla, pasar una frase a otra parte, juntar frases, juntar letras…
La cura del cáncer no es distinta al código enigma que enloqueció tanto a Alan Turing, quien trataba de descifrar códigos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cada día estos cambiaban, así que cuando Turing creía que estaba cerca de entender como funcionaba el código, el reloj marcaba la hora límite y todo su esfuerzo del día se iba a la basura.
Lo mismo sucede con el cerebro. Cuando creemos comprender los mecanismos con los cuales un área funciona, se agregan los cambios producidos por el aprendizaje y el ambiente, o la genética, dándonos a entender que nuestra computadora personal no es estática, sino que constantemente se está editando para adaptarse mejor al ambiente.
Todo en la naturaleza está en constante movimiento, y la ciencia lo sabe bien, por eso permite y beneficia a aquellos que se atreven a reescribirla. Se beneficia de los tropezones que ocurren durante alguna investigación, pues al menos nos enseñan que hay caminos que no son provechosos.
A diferencia, la educación es estática y no permite las dudas o los errores. Los alumnos saben o no saben. Si saben pueden irse contentos a casa por haber recordado correctamente una respuesta, quizá hasta por error. Quienes no tuvieron esa suerte, tendrán que volverlo a intentar el siguiente periodo, o bien, seguir con otro tema, al fin y al cabo no importa tanto lo que sepan, sino el número de aciertos en un examen.
Además la ciencia de las aulas es dura, no permite que todos se acerquen a ella, solo los privilegiados, mentes brillantes y sin miedo podrán adentrarse en ese mundo tan oscuro.
La ciencia en la realidad beneficia por igual a todos, pobres, ricos, enfermos o sanos. Todos esperamos la respuesta a las enfermedades, al cambio climático, al desarrollo humano, el balance de la naturaleza; incluso los deportes se benefician de los descubrimientos sobre la aceleración, o la permeabilidad de la piel.
Quienes tenemos mascotas esperamos mejores vacunas, mejores formas de alimentar a nuestros peludos. Todos esperamos algo de ella, pero no invitamos a los alumnos a apasionarse por ella. La escuela aún piensa que el mejor maestro de ciencia es aquel que reprueba al mayor número de alumnos.
Tal vez es cierto, tal vez no sea para todos, pero cada uno tiene el derecho a decidir si quiere o no dedicarse a ella, a pesar de sus carencias y que todo empieza y termina cuando convencemos a los que tienen el dinero de invertir en nuestras ideas. Si se trata de beneficiar a la humanidad, pues alguien puede llevarse unos centavos ¿no?
Aun con todo lo que implica, creo en la ciencia a pesar de que no siempre tiene las respuestas, de hecho, creo que las mejores respuestas están por venir. No es cuestión de fe, sino la certeza de que alguien, en alguna parte del mundo, está haciendo la pregunta correcta.
*Directora del Learning & Neuro-Development Research Center, USA. [email protected]