La verdad absoluta es que la simulación es relativa
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
En el ambiente educativo es posible que a algunas personas se les otorguen títulos, premios, calificaciones o certificados que no necesariamente sean evidencia de su constancia o su excelencia en la vida académica. Y lo inverso suele ser una queja en este ámbito: que a los que trabajan mucho más allá de los criterios establecidos se les premie con menos de lo estipulado, o que incluso se les castigue o tengan que poner recursos propios para hacer sus tareas en las instituciones educativas.
Muchos nos quejamos de que haya personas que perciben salarios que no corresponden con sus responsabilidades y sus logros, ya sea porque reciben mucho más de lo que deberían devengar por lo poco que hacen, o porque hacen tanto que sus sueldos en realidad sirven apenas para la sobrevivencia. Hay quienes simulan trabajar y se apoyan en los esfuerzos ajenos, mientras que hay quienes se esfuerzan y rara vez se sabe de los sudores de su frente. Estos últimos no reciben ni los dineros ni los créditos ni los certificados que servirían para dejar constancia de sus labores individuales o en equipo.
Es triste que en el ámbito educativo se simule dar cursos, coloquios, asesorías u otras lindezas académicas que pueden llegar hasta diplomados o carreras enteras de grado y posgrado, y se extiendan las respectivas “constancias” a los supuestos impartidores o se les entreguen a quienes deberían ser beneficiarios de esas situaciones de aprendizaje (estudiantes u otras personas registradas como participantes en esas actividades) cuando en realidad sólo se haya simulado que algo pasó, que algo se hizo, que algo se impartió, que algo se aprendió. En sustitución de la expresión de “ellos hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo”, en nuestras instituciones educativas existe un enorme riesgo de que los cursos y otras actividades se conviertan en simples documentos que constituyen la supuesta evidencia de que se estimuló el aprendizaje por parte de unos y se lograron productos y objetivos, habilidades y aptitudes por parte de otros.
En gran medida, los supuestos controles burocráticos para que la gente demuestre que sabe lo que dice saber, a veces se convierten en parte de la simulación. Si en un trabajo se requiere de un certificado o título, hay quienes caen en el engaño de que tener los pergaminos es más importante que tener las ganas de aprender y de trabajar en equipo e individualmente. Así, se decide a partir de documentos que no necesariamente reflejan las capacidades y potencialidades de los candidatos a determinadas tareas y, por usar una heurística (“si trae documentos ha de ser que sí sabe”) se hace caso omiso de algunas otras heurísticas (“si esta persona puede resolver este problema concreto en una situación real – o ficticia – entonces puedo contar con que lo resolverá en el futuro”).
¿En qué medida las certificaciones en papel sirven para dar certeza de las potencialidades de los docentes, estudiantes, egresados, candidatos a cursar un programa de posgrado o a ocupar un puesto de trabajo? ¿Qué tanto se simula reflexionar sobre las habilidades actuales y futuras cuando tan sólo se examinan documentos en vez de las posibilidades que tienen las personas parta resolver problemas reales y para aprender en situaciones concretas?
*Profesor del departamento de sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]