La parentela
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
“No era algo de lo que la abuela quisiera abundar en las pláticas familiares”, aclaró mi primo David hace unos días. La historia del tío abuelo González que mató a su hermano por tierras en Lagos de Moreno, no era cosa de orgullo, pero mi padre, que era un niño en ese entonces, solía contarnos la secuencia: salía él de la escuela primaria y, al tener como manualidad escolar un tejido en bastidor, iba a saludar y pedir consejo para realizar esa tarea a su tío, con quien podía interactuar por la ventana enrejada de un sótano de la cárcel que daba a la calle. El tío González no fue el único pariente alteño que se pertrechó con un arma de fuego. Cuenta otra historia, de la que algunos parientes sí se mostraban relativamente orgullosos, que hubo un Morán pistolero que estuvo en la banda de Al Capone y murió en Chicago, ciertamente no por la intensidad de los abrazos, sino por lo tupido de los balazos.
Las historias de parientes desapegados y hasta enfrentados no son cosa reciente ni se limitan a las cenas navideñas y de vísperas de fin de año. Cuentan las crónicas que Sexto Vario Avito Vasiano, conocido como “Heliogábalo” (203-222), llegó al poder como emperador de Roma gracias a que la tía de Marco Aurelio Antonino “Caracalla” (188-217), de nombre Julia Mesa (165-224), que también era su abuela, promovió una revuelta que eliminó al usurpador Marco Opelio Macrino (164-218), asesino de Caracalla. El resultado de la revuelta fue el nombramiento de Heliogábalo. La dulce abuelita Julia participó, poco tiempo después, en el asesinato de su nieto para favorecer la llegada como emperador de su otro nieto Marco Aurelio Severo Alejandro (208-235). Ese otro nieto llegó al poder a los trece años de edad y, como sucede en muchos otros casos, la abuela y la madre se encargaron de decidir muchos de los asuntos de Estado que le competían como emperador.
En estos festejos recientes, por motivos religiosos o simplemente porque un año más llegó a su fin, es frecuente que se reúnan los parientes para compartir el pan y la sal y, aprovechando la ocasión, echarse sal en viejas heridas y reclamar por las veces en que no compartieron el pan o porque estuvieron en circos indignos del apellido. Las reuniones familiares a lo largo del año están señaladas por las presencias y también por las ausencias. Los parientes que se juntan a veces se sienten un poco menos alegres a raíz de la falta de alguna porción de la parentela, aunque, hay que admitirlo, hay algunos que se sienten aliviados por la ausencia de algunos parientes a los que no tienen muchas ganas de ver. Ya sea porque se deben dinero entre ellos o porque tienen diferentes perspectivas de la vida y de las relaciones familiares, políticas, religiosas y económicas; o simplemente de las interacciones fraternales, paternales o filiales.
Algunos parientes nos sirven de inspiración y quisiéramos ser como ellos. Otros nos sirven de malos ejemplos y los usamos para señalar a los demás lo que deben evitar: “no vayas a hacer lo que hace, hizo o piensa hacer” determinada tía, abuela o hermana, o determinados primos, sobrinos o progenitores. A algunos otros los envidiamos por lo que suponemos que saben hacer o por lo que han conseguido en sus vidas laborales o en sus cuentas bancarias. Hay algunos parientes que recordamos con afecto y algunos a los que evitamos con espanto.
En todo caso, los parientes suelen ser personas de las que conocemos virtudes, hábitos, mañas y múltiples historias. Hay algunos a los que preferimos no invitar o ignorar. Y algunos a los que agradecemos que nos inviten y que nos acepten las invitaciones para determinadas actividades, rituales, reuniones y ocasiones de remembranza de los ancestros en común. Son fuente de historias y de consejos, de sorpresas y de dificultades, de aprendizajes en cabeza ajena. A veces los parientes son más difíciles de quitar que un moco, pero también nos enseñan lo que se puede y se debe hacer o se constituyen en ejemplos de lo que no deberíamos emprender. “Ya ven qué bien le fue a tal pariente gracias a su tenacidad y su disciplina” a veces está muy cerca de la advertencia al inicio de una historia: “ya ven lo mal que le fue a ese otro pariente por terco y obcecado”. Aprendemos de la parentela propia y a la que nos anexamos gracias al matrimonio propio o de algún pariente relativamente cercano y frecuente. En las reuniones con los parientes a veces nos sorprendemos de lo que no supimos antes, aunque a veces nos lamentamos de haber tardado en enterarnos, pero de algún modo luego advertimos o aconsejamos a otros parientes aprovechar el recurso de los lazos familiares o mejor negar la relación consanguínea o por afinidad. “Ve con tal tía para aprender a cocinar”; “sigue el ejemplo del primo”; “lo mal que le ha ido a tal otra pariente”; “no hay que juntarse con ése porque pide dinero y no paga, insulta o todo le parece mal”. Sabemos quién tiene qué talentos (o sospechamos que tiene talentos en el banco), conocemos los hábitos, las habilidades, las mañas, las compañías y las actividades como para recomendar o advertir a otros parientes. Nuestras experiencias desde la infancia hacen a los parientes menos o más creíbles o confiables y mejores o peores fuentes de aprendizaje.
Los parientes son una muestra de los tipos de personas que encontraremos en el mundo. En esta época de familias reconstituidas, es común que entre la parentela haya medios hermanos, nuevos matrimonios, diversos tipos de familia, diferentes culturas. En algunas familias existen silencios respecto a determinadas agresiones de las cuales las víctimas se sienten corresponsables y propiciadoras de su propio mal. En algunas familias, el afán por ayudar a la parentela deriva en la construcción de empresas familiares y, también, en nepotismos que favorecen a una parentela de la que se espera que pague los favores en el futuro. “Hoy por ti y mañana por mí” es un lema que se aplica y que con frecuencia explica alianzas con las parentelas. Lo vemos en las burocracias, pero también en otras empresas. Los valores familiares, se cree, contribuirán a evitar las corrupciones, aunque en algunos casos el apoyo a los familiares constituye precisamente la corrupción.
En contraste con los colegas, los estudiantes, los otros docentes, las parentelas nos ofrecen un círculo cercano y a la vez de una enorme heterogeneidad. Algunos parientes ya ni siquiera comparten los mismos apellidos, pero a ellos les profesamos más afecto y confianza que a algunos otros con menos grados de separación. A algunos parientes incluso les encargamos que se hagan cargo de parte de la educación de nuestros hijos, aunque a algunos los cortamos de las ramas del árbol genealógico, no vaya a ser que las demás personas nos crean tan mañosos como se han mostrado ellos. De que la parentela y sus historias son fuentes de aprendizajes, de eso no cabe duda, aunque a veces dudemos de que sea deseable reconocer a determinada parentela, o de que esa parentela esté dispuesta a reconocernos como parte (aunque sea lejana) de sus genealogías.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]
Excelente narrativa y explicación.
Buena descripción de la parentela, estimado Dr. Rodolfo. Lo más interesante de todo es que, para bien, o para mal, no dejan de existir los lazos consanguineos.
Por detalles de distinta naturaleza está convirtiéndose en popular está sentencia: el árbol genealógico, también se pida.
Siempre es un gusto leerte Dr. Rodolfo, gracias por tus narrativas amenas, ciertas y culturales.