La fiebre de doctorados en educación

 en Jaime Navarro Saras

Jaime Navarro Saras*

El magisterio ha sido un grupo muy dado a inmiscuirse en los procesos de actualización que se pagan con su bolsillo, este fenómeno lo hemos visto desde siempre, muy recordadas las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo XX, principalmente al egresar de una escuela Normal y después de incorporarse al servicio educativo (a partir de que ya recibía un salario). Esto lo vimos con las escuelas Normales, los CAM y la UPN, que tenían ofertas de actualización en los inolvidables cursos de verano. En ellos, los docentes acudían y sacrificaban sus vacaciones de julio y agosto para estudiar una licenciatura y con ello poder tener más oportunidades laborales, entre otras, para obtener una segunda plaza, un puesto directivo o de supervisión; justo cuando el escalafón magisterial tenía un valor en puntos y las plazas directivas se obtenían honestamente desde ese esquema.
Con la llegada del Programa de Carrera Magisterial, allá por inicios de los noventa del siglo pasado, las licenciaturas, maestrías y doctorados cobraron una gran relevancia, ya que con licenciatura (o sin ella) el ingreso al Programa era a la letra A; con maestría, la B y doctorado, la C. Estas dos últimas se obtenían sin pasar por la A, lo cual implicaba un ingreso económico muy significativo; un ejemplo es que el docente que estaba ubicado en la letra C obtenía un ingreso salarial de más del doble que pagaba la plaza inicial.
Para el caso del escalafón, los grados de maestría y doctorado también tenían un gran peso, menor que los diplomas de cursos, talleres o diplomados, que también contaban, y estudiar maestría, doctorado y cursar talleres o diplomados se convirtió casi en un deporte por obtener los puntos escalafonarios (o corcholatas, como se les decía coloquialmente a los diplomas).
En ese modelo, por estudiar un posgrado o acceder a cursos, talleres o diplomados, tenía más peso en lo cuantitativo que en lo cualitativo de los procesos educativos; fue, lamentablemente, parte de la perversión en que se vieron inmiscuidos los docentes. Igual sucedió con el Programa de Carrera Magisterial, ya que quienes lograron ingresar (o incorporarse) y luego ir pasando por las diferentes letras hasta llegar a la letra E, no hicieron diferencia en los niveles de calidad educativa en el lugar donde laboraban; el propósito principal de la mayoría de docentes era el factor económico. La mayoría de profesores que ingresaban y se promovían se hicieron expertos en contestar exámenes, los cuales poco tenían que ver con su labor en las aulas y las escuelas.
Iniciando el siglo XXI, aparecieron por doquier instituciones emergentes, incluidas unas auspiciadas por las secciones sindicales que se dieron a la tarea de promover cursos, talleres y diplomados con valor escalafonario que llenaron los bolsillos de sus creadores y promotores; acá en Jalisco, por ejemplo, hubo dos casos que vendieron entre las dos instancias más de 20 mil diplomas que rondaban entre los 3 y 5 mil pesos cada uno, y cuyos cursos o diplomados eran fantasmales; básicamente había que pagar y sin tener que quemarse las pestañas o trasladarse a los lugares.
Hoy en día el tema es bastante delicado, ya que se ha creado un mercado y una oferta de instituciones (la mayoría privadas) que presumen estudios de maestría y doctorado en educación o temas afines. En tan solo 15 minutos que estuve indagando en las redes sociales, me encontré con más de 60 instituciones (cuyas carátulas promocionales están en el collage de este artículo). Las instituciones ofertan todo tipo de facilidades y con precios accesibles; lo mismo se realizan desde casa (vía virtual) o de manera presencial, asistiendo un día a la semana o al mes; incluso unas anuncian que se podrán graduar sin tesis de por medio: basta un taller, un artículo publicado o un proyecto educativo. Las hay también que aceptan estudios truncos revalidando lo que ya cursaron o titulándose sin que lo hayan hecho donde cursaron la maestría o el doctorado.
Este fenómeno ha hecho que tengamos un boom de docentes con maestría o doctorado como nunca; no tengo los datos de cuántos son, pero habrá que preguntar en las escuelas y entre los compañeros y al menos uno o dos de cada espacio educativo cuentan con dicho grado.
Ante ello, habría que preguntar: ¿qué tanto han mejorado los procesos educativos con sus estudiantes el tener un posgrado? Y, ¿qué tipo de conocimiento han generado las personas que cuentan con posgrado?
Antaño, antes que se diera la sobreoferta de posgrados, allá por los ochenta del siglo pasado, una persona con doctorado hacía la diferencia en los procesos de las instituciones, lo mismo con su producción en la investigación y con la sabiduría que compartían en sus lecciones áulicas. Antaño un doctorado se estudiaba con muchos sacrificios y no todos lo podían cursar, mucho menos egresar; el aspirante pasaba por muchos filtros y hasta los más simples detalles, como tener una redacción de excelencia y una ortografía pulcra, era lo menos que mostraban estos personajes.
Conozco muchos doctores que sacrificaron la familia, que dejaron el país e hicieron magia para estudiar; las facilidades eran mínimas y sus lecciones en su campo laboral están más que evidentes, así como la cantidad de publicaciones en libros y revistas que son inmensas. ¿Qué pueden decir de ello los doctores de hoy en día? Porque también conozco doctores que no publican ni investigan nada. Es más, basta leer una página de sus pocos escritos y descubrir las deficiencias de redacción y los múltiples errores de ortografía, pero así están las cosas y qué le vamos a hacer.
Lo cierto es que hoy en día muchas instituciones que ofertan posgrados han pervertido y desprestigiado el sentido de un doctorado, el cual implica generar conocimientos y en sus procesos no lo tienen contemplado; su único propósito es cobrar poco, pero lo suficiente para enriquecerse y más en las titulaciones, que allí suelen encajar la uña. Independientemente de las formas, el dinero va por delante para poder tener el grado.
Urge hacer una revisión de estas instituciones y hacer un estudio serio de sus procesos y ver qué tanto le están aportando al magisterio en su quehacer o si es solo parte de un mal trago para las estadísticas que se suelen presumir los gobiernos en sus informes, y las cuales dan cuenta de que a más docentes con posgrado es mayor la calidad educativa, lo cual está lejos de ser cierto. Habrá que ver quién da el primer paso, las iniciativas independientes o las autoridades educativas.

*Editor de la Revista Educ@rnos. [email protected]

Comentarios
  • Miguel Ángel Pérez Reynoso

    HOLA JAIME, fíjate que te has quedado corto en tus apreciaciones. El temas que tocas es sumamente importante, se les conoce como escuelas patitlo o universidades oxxo y hay muchas. Ahí está metido el sindicato obviamente que permite, patrocinaras y saca tajada al autorizar e incentivar a dichas instituciones. Pero que dice la autoridad institucional? el nivel de corrupción aquí es altisima, al otorgar permisos los REVOE, hace falta una regulación académica, no administrativa para cerra a las instituciones que solo fraudean al docente o a la sociedad, al premiar con un doctorado a personas que no son capaces ni de escribir correctamente su nombre y a escuela en donde laboran.

    Te quedó muy bien el mosaico

    • revistaeducarnos

      Hay mucha tinta por delante, pero con estas autoridades educativas y dirigentes sindicales enanos no es posible; se dan el lujo de apadrinar generaciones de estas instituciones bandidas e irrespetuosas del conocimiento y la academia…

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