La escuela social

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

A veces, los padres y los maestros y hasta las autoridades escolares limitan las funciones de la escuela a la instrucción, a la transmisión de conocimientos y habilidades intelectuales. Suponen muchos que la escuela, en sus distintos niveles, sirve para que los niños-muchachos-jóvenes-adultos-estudiantes aprendan y recuerden mucha información y relacionen unas informaciones con otras para generar ideas y proponer nuevos problemas por solucionar.
Pero los estudiantes, desde que son niños, saben mejor que la escuela sirve para algo más amplio y más importante: para conocer a otros niños, para relacionarse con adultos que no sean únicamente quienes los cuidan en sus casas, para entender las reglas de la sociedad en la que viven, para tener amigos y para tener afectos. Las matemáticas y el lenguaje, los dibujos y los juegos, sirven para que, desde niños, aprendamos a negociar los recursos, a contar con los demás, a preguntar lo que no sabemos, a veces hasta para competir con los amigos y a identificar lo que nos gusta a nosotros y a los demás, así como a identificar lo que no queremos. A veces las relaciones que establecemos con los demás nos hacen temer sus reacciones, a veces nos hacen entender que hay otras formas de interpretar lo que parecería un secuencia de acciones ahí afuera, pero que tienen significados que, de no ser por los compañeros, los maestros, las autoridades, los padres, a veces nos parecerían absurdos y de inútil repetición. La escuela nos permite entender lo que significan determinadas acciones y recursos en nuestra sociedad, los límites y los alcances de nuestras interacciones con los demás estudiantes y con las autoridades (supuestas o reales) de los docentes y de los directivos.
Algunos somos más tímidos que otros. Otros, resultan más asertivos, agresivos, activos o con mayor claridad acerca de lo que quieren hacer o lo que creen que todos deben hacer y cómo lograrlo. Algunos observan y siguen y otros hacen y quieren ser seguidos, aunque ninguna de las dos posiciones es necesariamente la correcta ni lleva necesariamente a un mejor conocimiento de la sociedad en la que vivimos si no alternamos nuestros discursos con la escucha de los discursos ajenos.
Muchos de nosotros logramos socializar en los distintos niveles escolares, al menos lo suficiente para conservar unos cuantos amigos de cada contexto escolar en el que hemos estado, ya sea de las escuelas “obligadas” o de las “adicionales” (como los cursos de idiomas, de arte, de deportes), ya sea de las básicas o de las avanzadas. Parte del reto de la escuela es que los estudiantes y, por imitación o al menos por necesidad, los docentes, aprendamos que la información y la cooperación suelen darse mejor si existen afectos positivos y la suficiente paciencia para comprender que, aunque haya que reiterar una y mil veces, los demás tienen otros ritmos, otras visiones, otros significados para lo que, a los ojos de algunos, puede ser de lo más importante. Incluso la importancia de los niveles de significación en estadística son percibidos de distinta manera, según sea el tipo de fenómenos que se midan. Así que la importancia de tal o cual proceso también variará de un nivel a otro, o de una disciplina a otra. Y en buena medida, nuestra socialización ayudará a que comprendamos la importancia que tiene, para los demás, lo que para nosotros podría parecer banal o, a la inversa, nos ayudará a comprender porqué para otros es de poca monta lo que a nosotros nos parece tan vital, después de habernos educado con las personas y en las disciplinas en las que fuimos educados.

*Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]

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