¿La escuela o la tienda de abarrotes?
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
“¿Una bolsita?” suele ser la pregunta que nos lanza el empleado cada vez que compramos algo en alguna tienda de abarrotes, ya sea la de la esquina en el barrio, ya sea la de una enorme cadena comercial. Rara vez necesitamos la “bolsita” y casi siempre ésta acaba convertida en basura unos cuantos minutos después.
Aceptamos la bolsita porque, en general, no tenemos una educación que nos permita decidir en contra del uso de éste y otros contenedores plásticos cuya principal virtud es precisamente su más nocivo defecto: su durabilidad. Lo malo es que, aunque la bolsita y muchos otros de los productos que consumimos están planeados para durar, los desechamos y lo convertimos en basura que tardará años o siglos en degradarse. Probablemente sea porque no hemos recibido la información adecuada en la escuela, mientras que en la tienda abarrotera les interesa abarrotar nuestras casas, nuestras calles, nuestras bocas de tormenta y nuestros rellenos sanitarios de desechos de lo que consumimos.
Mientras la escuela suele prepararnos para nuestro rol en lo que produciremos, es poca la atención que ponemos en las escuelas actuales en México que nos forme como ciudadanos y como consumidores. Es raro que nos planteemos cuál será la consecuencia a largo plazo de adquirir o consumir determinados productos. Así, seguimos pensando en los placeres que nos causarán o en las necesiades que cubrirán, pero muy poco en lo que nuestras adquisiciones, hábitos y comodidades tendrán como efecto en el mediano y largo plazo.
¿Para qué necesitamos la bolsita? Es una pregunta que pocos se plantean y, de primera intención aceptan llevarse la bolsita a su casa y con ello aceptan algunas consecuencias en las que no han pensado, primordialmente la contaminación de nuestras ciudades y la afectación de la salud nuestra y de las siguientes generaciones.
De igual manera, la escuela ha sido incapaz de prepararnos para la pregunta de ¿para qué necesitamos determinados objetos y qué uso les daremos en el largo y en el corto plazo? Así, se sabe de numerosos casos de personas que adquieren bicicletas que no son las que responden a sus necesidades; de orgullosos poseedores de poderosos vehículos cuya potencia se les convertirá en mayores gastos de dinero; de angustiados deudores que adquieren inmuebles u objetos varios que después no pueden pagar y que poca memoria tienen de la necesidad que cubrirían o el placer que les produciría el adquirirlos.
Mientras que el abarrotero y los demás vendedores enfatizan el placer o la necesidad inmediata, en las escuelas hemos sido incapaces aún de formar a los ciudadanos y a los consumidores conscientes de las consecuencias a largo plazo de nuestras decisiones momentáneas. ¿Me llevo a casa objetos que muy pronto me estorbarán en ella? ¿Si los tiro me deshago del problema o lo convierto en un problema de salud pública? Un caso dramático es el de las mascotas abandonadas durante las vacaciones: quienes las adquirieron pensaron en lo divertidas que podrían ser en el corto plazo pero no en el compromiso a largo plazo de mantenerlas y cuidarlas.
Dejar que el abarrotero nos aconseje para el largo plazo no resulta la mejor estrategia y desde la escuela habríamos de formar a los estudiantes para pensar en las consecuencias que tienen las decisiones y adquisiciones actuales para el futuro.
*Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH-DEPyS, de la Universidad de Guadalajara. [email protected]