La educación: un proyecto a largo plazo
Mario L. Castillo*
Alejandro es un muchacho de 20 años que vive en un pueblo rural de México y que hace 3 años terminó la preparatoria y con ello dejó atrás el proyecto escolar. Luego de terminar sus estudios de bachillerato decidió migrar. Trató de cruzar la frontera por la vía ilegal para llegar a los EEUU y fracasó por segunda vez en su intento. Tiene la mirada perdida y quién puede saber qué pensamientos y frustraciones alberga su mente. Él, como muchos jóvenes de pueblos rurales de México que culminaron la preparatoria o apenas la secundaria, se embarcan en este tipo de empresas u otras desconocidas, con enormes riesgos y cuyos beneficios son inciertos.
¿Por qué jóvenes del área rural, como Alejandro, optan por el peligro de atravesar la frontera con las contingencias que esta travesía conlleva, y que no les garantiza la prosperidad que tanto anhelan? ¿Por qué cambiar su proyecto de vida en este país y aventurarse en un extraño espejismo, cómo es el sueño americano, qué les encandila? ¿Por qué muchos jóvenes han renunciado a seguir construyendo su proyecto de vida a la luz de la escuela?
El futuro de un joven migrante con bajo nivel de escolaridad en el país del norte es incierto y considerando que estos, si logran atravesar la frontera, deben empezar desde abajo; es decir, trabajos donde se exige concentración de mano de obra no calificada. A ello sumar las escasas perspectivas que por esta empresa dejen de ser pobres o auguren que su próxima generación se aleje de esta “malformación social”.
La educación, como proyecto, considera una inversión a largo plazo. Embarcarse en un propósito de esta naturaleza considera la inversión aproximada de 17 años. Sostener un proyecto de esta magnitud, considerando lo que se debe invertir y cuyos beneficios no están garantizados necesariamente, requiere de varios factores y entre los más importantes están: el tiempo y los recursos económicos.
Existen colectividades en México, como la de Alejandro, que están por debajo de la línea fronteriza de pobreza, para quienes la educación resulta un proyecto paradójico, puesto que su lógica de vida pragmática requiere emprendimientos que les reporten beneficios en el corto plazo. Sumar a ello que estos, ni sus familias, no disponen de los recursos que garanticen su sostenibilidad.
Definitivamente en esta posmodernidad los proyectos a largo plazo son casi inviables para muchos jóvenes del sector rural, quienes buscan empresas de corto plazo para la realización de sus necesidades y sueños personales. En este escenario contingente las escuelas no atraen a los jóvenes del área rural como un medio para lograr sus propósitos. ¿Qué sucede en las escuelas que muchos jóvenes han perdido interés por ella? ¿Qué sucede en la sociedad que ha dado lugar a que la escuela deje de ser el símbolo del presente y el futuro para los millones de jóvenes?
Un proyecto de largo plazo para estos jóvenes es, de alguna manera, una quimera que debe llevar a la reflexión profunda para entender: ¿En qué medida la calidad de las escuelas está contribuyendo significativamente para que los jóvenes, como Alejandro, pierdan interés en ésta y prefieran invertir su esfuerzo en otros proyectos, a sabiendas de los riesgos que conlleva el mismo?
*Profesor-Investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Tlaquepaque. [email protected]