La educación que tenemos

 en Carlos Arturo

Carlos Arturo Espadas Interián*

La infraestructura material e inmaterial de un centro educativo constituye la plataforma que permite, en caso de estar acorde –con tiempos, nivel escolar, desarrollo de campos disciplinares y tecnología, entre otros y aunados a procesos de mediación profesoral–, abrir el mundo a estudiantes.
Si no lo está, en vez de abrirlas, al menos por principio, las cierra y excluye a estudiantes desde el centro educativo, en procesos de exclusión que se pueden sumar o no –según sea el caso– a la cadena de condiciones adversas en sus vidas, dependiendo: contexto, formas de vida y posibilidades de acceso desde sus familias, entornos o sus propios recursos, lo último en caso de estudiantes mayores de edad e independientes.
Al sacrificar recursos para los centros escolares, sea por atender situaciones críticas y prioritarias, se limitan posibilidades formativas a seres humanos. Los impactos se expanden a nivel generacional, geográfico-focalizado, de ecosistemas laborales, familias y comunidades. Al final de la cadena de esos impactos se encuentra nuestra nación en conjunto.
Se entiende que nuestro país no tiene los recursos suficientes para atender todas las necesidades: salud, vivienda, educación y otras más.
Lo que no se puede entender es el discurso que encubre y dibuja un país que no existe, porque al hacerlo así, se transfiere la responsabilidad de la deficiencia o fracaso al ser humano: niño, niña, adolescente, joven y al futuro adulto.
El estado propicia contextos excluyentes porque no tiene la posibilidad de construirlos incluyentes, porque esa construcción tiene que ver con recursos de todo tipo, incluyéndose la participación ciudadana que, en nuestro país, históricamente ha sido cercenada, es decir, no es suficiente con buenos deseos, discursos y programas remediales.
Las pocas experiencias, que cuestan sudor y sangre, producto de luchas diversificadas que cobran precios elevados a quienes emprenden ese camino, no pueden reconfigurar a nivel nacional la participación social ni la ciudadanía, que al final están hermanadas e imbricadas.
Mientras el Estado siga configurándose por lógicas que impiden la auto-organización social y comunitaria, la tarea de gobernar irá paulatinamente complejizándose.
Hasta ahora el Estado no ha visto a la educación, esa educación concreta y tangible que ocurre en nuestros centros educativos, como herramienta que libere, forme y constituya seres humanos plenos que, a partir de su plenitud –que incluye la espiritualidad–, contribuya a la operación y funcionamiento de nuestra nación.
Los modelos educativos que se construyen se hacen a partir de tendencias que, en no pocas ocasiones, distan de lo que es nuestra cultura e historia, necesidades y cosmovisiones, raíces y esencia y que incluso niegan.

*Profesor-investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. [email protected]

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