La alegría de las niñas y los niños

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

Hace una semana que las niñas y los niños salieron de vacaciones invernales. Las aulas de las primarias, secundarias y los jardines de niños están silentes y lucen decoraciones (caídas algunas) de la última posada escolar organizada de “cooperacha”, a manera de proyecto social integrador por maestras y maestros.
Las fiestas prenavideñas y la noción de Navidad en un proyecto educativo de coordenadas científicas y laicas -normativamente- es digno de análisis y, en la epidermis, parece ser oportunidad de sana convivencia; es toda una fiesta colectiva de tradiciones de origen difuso en cada comunidad y que la escuela aprovecha formativamente para fortalecer el proyecto de construcción de habilidades sociales y emocionales.
Para que los días navideños cristalicen en solidaridad, virtudes, valores y conocimientos, y no queden en la fugacidad de una piñata rota con los dulces, cañas, mandarinas y cacahuates derramados por el suelo, es importante reflexionar en varios horizontes, tanto escolar como familiarmente.
Lo que hay que cuidar es que la escuela sea consistente en su mensaje de laicidad y de libertad de creencias en el marco del respeto a los perfiles sociofamiliares y culturales diversos que concurren en cada biografía infantil o adolescente.
Lo que hay que cuidar en casa es la comunicación asertiva y la colaboración en equipo en tareas como la confección de alimentos y bebidas, del decorado creativo. Es hablar más y escucharnos mejor para fortalecer lazos.
Desde el naciente diciembre y alineado al encuentro intergeneracional que significa el montaje de la decoración navideña, los escolares en libertad, a contraturno, habitan por ratos -donde se puede- las calles, parques y canchas deportivas, sacuden y ruedan pelotas, canicas, trompos, yoyos o como ahora se estila, pedalean bicicletas, pasean perros y otras mascotas con más entusiasmo.
La alegría -en lo manifiesto- y el movimiento son sus lenguajes, y en los días decembrinos toman renovados bríos.
Mientras los adultos -los que pueden y deben (a crédito)- viven otra parranda consumista, ellos se expresan a través del juego individual y colectivo.
Mientras se vive una Navidad más, los adultos son conscientes de que en 2024 tomaron decisiones ciudadanas a través de las urnas electorales y ahora ven en el horizonte del próximo 2025 las consecuencias inmediatas de sus decisiones o indecisiones.
Mientras zigzaguean a las redes y trampas de los vendedores, organizaron encuentros familiares y cenas; analizaron fortalezas y debilidades de su unidad familiar. Encandilados sus sentidos por el intermitente encendido y apagado de las series de luces, observaron lo circular del tiempo en la forma de las esferas que penden del inerte árbol de Navidad que luce en una de las esquinas y tal vez puedan mirar la estela de sus caminos de un año que vive sus últimos días.
Diciembre inyecta una particular energía a los adultos y los infantes.
Las formas en las que se expresan las niñas y los niños son variadas; algunas implican juegos y alegría. Sus gritos y risas expresan libertad y relajamiento.
Saben que el tiempo vacacional es momento de guardar las rutinas y horarios escolares; saben que, como niños y niñas, son protagonistas del contenido de la Navidad en sus hogares.
Las sillas ocupadas en la velada de anoche alrededor de la mesa lucen ahora vacías y las salas, los patios y las cocheras se han convertido en campo de mil juegos.
Tal vez algunos niños, niñas y adolescentes que han recibido como regalo un libro, ahora mismo lean.
Los nuevos juguetes y sus felices jugadores forman parte de los distintos escenarios de casa, el momento de felicidad de la Navidad participativa donde el eco de la anécdota y el calor de los abrazos aún suena en oídos, se siente y se guarda en la memoria, contrasta con los papeles y cajas de regalo, globos reventados que moran en los cestos de basura, contrasta con una Navidad convertida ya en ayer y desecho.
Ojalá nos haya dejado a todos(as) un poco menos de resentimiento, un poco más de perdón y un poquito más de paz personalizada.
El punto alto de la fiesta familiar navideña toma hoy su meseta entre desvelos, indigestión y resacas, toma su punto de retorno en el despliegue de actitudes y energía.
Por un momento, como activos o destinatarios, creamos el rol de Santa Claus y del niño Dios para la práctica del valor de la generosidad o el apapacho afectivo y material.
La Navidad a la mexicana, la Navidad a lo jalisciense, los villancicos, pastorelas y posadas. La temporada alta para músicos, bandas y mariachis, la Navidad sonora para ensordecer el silencio de las luchas existenciales y angustias personales; para enriquecer más a los ya ricos y para encandilados por un metaverso de ruido, color y sabores (baile de los sentidos Apoláustico) empoderar a los mismos opresores bajo las aguas turbias de la pseudodemocracia.
La Navidad es para los niños y niñas que hacen distintos tipos de juegos y socializan de variadas maneras. La expresión de las personalidades y los aprendizajes que potencia el diálogo y la interacción con los contemporáneos.
La noción de familia capturada en la fotografía o el video familiar, el botón para disparar y tomar la foto familiar, la fotografía digital hoy accesible a casi todos como objeto para volver a vivir el recuerdo y materializar vivencias.
Las niñas y los niños en el primer día postnavidad, su alegría inspiradora, sus risas como bálsamo sanador.
La mirada hacia los presentes, la historia compartida de los ausentes, una página más del encuentro en familia en la Navidad con olor a ponche y banquete, como hecho social de nuestra cultura.

*Doctor en Educación. Profesor normalista de educación básica. [email protected]

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