Inteligencia emocional

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

En la transición de siglos, el concepto de inteligencia emocional ingresa con relativa facilidad en el escenario del debate y la propuesta educativa.
Todo lo relativo al tema de las inteligencias parece tener una adscripción natural con el mundo del salón de clases.
Todo lo emocional es emotivo en momentos de crisis personal, familiar, social e institucional.
Algo pasa en el a veces árido terreno pedagógico caracterizado por la adopción acrítica de propuestas salvadoras. Lo decía en reflexión epistemológica Jean Piaget en otros términos.
Lejos del uso del marketing, de la obtención de ventajas en la administración pública para conmover gobernados, de venta de zanahorias para rendimiento de los recursos humanos y de cursos inútiles de formación de liderazgos centrados en la productividad; más allá del abecedario florido para identificar emociones primarias y secundarias, la introducción de la noción de inteligencia emocional en la línea de formación de profesores y, sobre todo, en la práctica educativa de formación de la infancia y la adolescencia debe ser muy cuidadosa.
La ciencia de las emociones y su inteligencia reguladora está en pañales.
Educar –tarea científica y contextual– no es reinventar caminos por rutas inciertas, ni vestir de ropajes conceptuales de papel de China, ni dar palazos de ciego a la piñata, como si la escuela, institución de esperanza social para las nuevas generaciones, pendiera de promesas primermundistas.
El doctor por la Universidad de Harvard, Daniel Goleman, publicó hace 25 años, el texto ahora clásico denominado “La Inteligencia Emocional”. Muy pronto se volteó la mirada a la sugerente propuesta, sobre todo por el prometedor índice que superaba en parte la idea monolítica de cociente intelectual.
Muy temprano las masas de exacerbada sensibilidad y coleccionistas de frustración creyeron encontrar el bálsamo de Fierabrás.
Muy pronto el paradigma psicologísta de un siglo, centrado en la medición del comportamiento humano ya dominante en educación encontró un nuevo filón hacia el cual voltear, como si esperáramos una falsa revolución copernicana en la ciencia pedagógica.
El debate sobre inteligencia emocional ha ido paralelo al crecimiento exponencial de la oferta de tecnología para la atención del ocio, la comunicación y para uso educativo. Entre menos personas libres somos, más se acude a las sagradas escrituras del psicologismo emocional.
Sabemos que las emociones fluctúan de manera pendular en el ser humano, estamos en perpetuo estado de adolescencia en materia emocional y éste sí que es un mercado prometedor de muchas industrias, entre ellos la editorial y la educativa.
De esa manera, ante la sobretecnologizacion de la vida cotidiana pensar en emociones y en desarrollo de afectividad, puede aparecer como un oasis, puede aparecer como una auténtica preocupación por el desarrollo saludable del ser humano, puede distraer del neocolonialismo y la lucha por la dominación.
Ante la maquinización del hombre y la mujer, mover la mirada sobre el desarrollo humano hacia el tema de las emociones parece lógico. La salud integral de la persona como objeto de mercado. La persona y la riqueza del ser, la primera víctima en las colectividades urbanas, la mercancía poco pensante y muy compulsiva en la competencia exacerbada desde la dimensión económica, en esa carrera de ratas por el mismo queso en la que participamos todos.
Si bien, la propuesta de Goleman es sugerente, muchos de sus planteamientos no tienen la suficiente evidencia empírica, ni la suficiente validez para hacer uso pedagógico de las mismas.
Él mismo, –con honestidad intelectual– refiere en su obra central, que hace falta trabajo de investigación para enriquecer la comprensión del fenómeno de las emociones.
En materia emocional no basta la intuición y la literatura de la conseja fabulística para atender las necesidades formativas de las nuevas generaciones.
Es cierto, en materia de educación emocional y de desarrollo de las habilidades sociales necesarias la estafeta intergeneracional ha caído al suelo.
Las generaciones corren solas y por carriles separados. El entendimiento es limitado y la acción formativa lo es mucho más.
Climas sociales de comprensión y respeto del componente emocional de la persona y del grupo escolar son poco visibles en las prácticas de observación de aula.
Aplicar las aportaciones sobre inteligencia emocional de Goleman y sucesores a la escuela pública en un país en perpetua reforma curricular y ahora con el ingrediente de iluminadas propuestas estatales sí que es un desafío mayor.
Formar emociones y sujetos gobernantes de sus abanicos emocionales, vaya que es un reto pedagógico sobre el que hay que ir pausados, cuando hay necesidades primarias por atender de manera colateral.
Entendemos un poco sobre el desarrollo de la noción de número, de estadios para la apropiación de la lectoescritura, entendemos un poco también sobre el desarrollo de nociones físicas, biológicas y químicas, un poco menos de desarrollo de valores y mucho menos sobre las estructuras de percepción y práctica de emociones.
Releamos, indaguemos, hagamos vigilancia epistemológica.
Formar a los pobres para que vivan felices su pobreza era un planteamiento evidentemente clasista de uno de los pilares de la Pedagogía, a saber Juan Enrique Pestalozzi.
Formar emociones en sujetos privados de condiciones materiales de existencia y en sujetos privados de bienes socioculturales elementales sí que parece un exceso cuando se trata de formar de manera molar a los grupos mayoritarios con mayores necesidades en el orden socioeconómico.
Centrar el objeto de desarrollo humano en el ámbito de las emociones parece, entonces, una visión contemporánea de matiz pestalozziano sospechoso.
Las ideas provenientes de los textos de inteligencia emocional parecen ser recurrentes en el sentido de la diversidad de las formas de control de masas.
Formar sujetos emocionales que vivan imaginariamente la felicidad y distraerlos de su percepción de las causas de la privación tiene sentido en una sociedad de inequidades y exclusión.
Seamos claros, las emociones no se forman con buenos deseos o con machacar espiritualidades importadas.
Tampoco se forman con equipos técnicos envejecidos que introducen novedades como medio legitimador de sus propuestas gelatinosas.
Las corrientes frescas y turbulentas de la inteligencia emocional pueden distraer de objetivos y metas importantes en materia de desarrollo cognitivo. Hay mucho debate por hacer y mucha experiencia por compartir en el espacio del trabajo áulico y de los resultados en educación socioemocional, por muy espacio curricular instituido por la reforma curricular ladrona del sexenio anterior.
No negamos que en el sugerente concepto de desarrollo armónico e integral confluya la necesidad de entender las coordenadas afectivas en las que navega la infancia y la juventud de estos días, pero hay resistencia a creer que si dedicamos horas de trabajo por la puerta falsa de las emociones, lleguemos a formar las habilidades y competencias importantes.
El reto será siempre formar los sujetos libres de pensamiento científico y crítico que han de transformar con mejores herramientas intelectuales las condiciones socioculturales en las que devienen.
Bien por Goleman, cuya propuesta le ha enriquecido en venta de libros y conferencias. Bien por Goleman, que ha compartido escenarios hasta con el Dalai Lama; mal por nosotros, que desde el campo educativo le volvemos a apostar a la innovación y al cambio con la adopción acrítica de discursos limitados.
Sigamos haciendo memoria y releamos los buenos textos, eso es necesario.
“La Inteligencia Emocional” de Goleman, texto de 1995, puede ser una buena propuesta de lectura, de debate magisterial tal vez, pero de necesario filtro; para asumirlo como referente de la práctica educativa de los niños y adolescentes de la escuela pública mexicana.

*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. zatarainr@hotmail.com

Comentarios
  • Griselda Gómez de la Torre

    Y sin embargo creo en la utopía de la educación en la inteligencia emocional como el factor detonante de seres humanos que logran ser capaces de alcanzar tal nivel de desarrollo para con los demás, que en esta aferrada idea logran la compasión y el devenir de una sociedad más humana y justa.
    Educar en la inteligencia emocional, no sólo es abonar a la plenitud humana, sino a la construcción social de la justicia, la inclusión, el desarrollo de la genialidad que llega alcanzar el espíritu humano y que se eterniza a través de distintas manifestaciones artísticas, ejemplo de ello, la genialidad de Ennio Moricone o Claude Debussy, que a través de “Cinema Paradiso” o “Claro de Luna”, nos recuerdan que vale la pena el tránsito de nuestros días por la tierra

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