Identidad nacional y cultura de la legalidad

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

La bandera nacional es un símbolo patrio que nos identifica como mexicanos y mexicanas.
En la formación cívica que se intenciona en la escuela obligatoria, uno de los objetivos más importantes es la formación de la identidad nacional. En este proceso, los iconos son estratégicos.
El encuentro con la historia nacional y con aquellos valores, lenguaje y cultura que nos cohesionan son vías de formación a través de contenidos sintéticos en planes y programas.
Los rituales cívicos escolares y la participación comunitaria en las celebraciones cívicas son otras vías de práctica social y de acercamiento a ese constructo que llamamos identidad.
Ahí está la imagen aún fresca del día 24 de febrero, grupos de alumnos del turno matutino que entonan el himno nacional y hacen juramento a la bandera mientras la autoridad escolar iza la bandera en el asta; ahí están los alumnos y alumnas del turno vespertino arriando bandera mientras las bandas de guerra escolares acompañan el saludo y la entonación de las notas del himno.
En las calles y edificios públicos hay muchas banderas nacionales en la primera quincena de septiembre de cada año, hay menos banderas en las comunidades justo el Día de la Bandera.
Las manos creativas que recortan y colorean banderitas de múltiples tamaños; ahí el desafío de dibujar el águila al centro y exponer.
Este lunes los honores a la bandera nacional coinciden con el Día de la Bandera (24 de febrero).
En educación preescolar, primaria y secundaria han pasado los concursos y demostraciones de escoltas. Aprender tolerancia a la frustración y paciencia, aprender control de necesidades básicas.
Aprender que en el escenario donde se honra a la patria bien pueden ocultarse miradas miopes o de soslayo sobre temas como el niño de preescolar fallecido en Jocotepec o la irrupción injustificada de la policía estatal en las instalaciones de la Escuela Normal Rural Miguel Hidalgo de Atequiza.
El concurso de escoltas, mucho trabajo y entrenamiento previo concluyen ante la mirada subjetiva de unos jueces que tradicionalmente son electos por la Dirección de Educación Física.
Los puntajes y el listado de criterios de evaluación en las hojas de cada uno de ellos, ahí en el evento convertido en escenario.
Las ilusiones fugaces de muchos, el fallo inapelable de los jueces, el currículum oculto y la violencia simbólica consentida por las partes.
Ahí el orden cívico pasa a segundo término cuando hay transgresión del ritual cívico por excesos protagónicos como el de la Directora encargada de la modalidad de Telesecundaria, quien en su propio concurso de escoltas permitió el baile y la interpretación de música popular, sí, pero totalmente ajena al protocolo y a la seriedad con la que las niñas, niños y adolescentes participantes debieran conducirse.
La escuela y sus rituales definen la participación colectiva de las comunidades estudiantiles bajo riguroso uniforme.
En ese aspecto, la Nueva Escuela Mexicana no se distingue de la escuela que intenta sustituir.
¿Cuánto de pensamiento crítico habría que aplicar al conocimiento de la historia nacional para sustituir algunos iconos de la historia de bronce, que, detrás del concepto de patria, confunde veracidad y autenticidad de raíces en el imaginario colectivo?
¿Cuántos de los héroes que integran el panteón al que solemos acudir en las conmemoraciones, el rojo de la sangre de los héroes que nos dieron patria, son dignos de la memoria y el cariño de sus pueblos?
Mientras no encontremos formas más racionales y objetivas para construir identidad nacional, la sempiterna repetición generacional del ritual eficaz por tradición.
El Estado-nación como categoría del siglo XIX que justifica la historia colonial y el reparto del mundo.
El Estado-nación como categoría de emancipación e independencia imaginaria en países latinoamericanos como el nuestro.
Las fosas de las que emergen las raíces de nuestra identidad.
Defender y amar la patria a golpe de metralla y a golpe de cañón, el sentido de conceptos como soberanía y la justificación de la defensa nacional, el ejército y el pueblo que distinguen entre lo propio y lo extranjero.
La institución escolar para formar y socializar la infancia, lugar donde caben prácticas formativas de la conciencia nacional, lugar donde a veces se miente.
La escuela como institución garante de formación de mexicanidad, lugar donde se cultiva literaria y cívicamente el amor a la patria, el espacio de convivencia donde se aprende una versión inicial del saber histórico legitimado.
El uso del lenguaje, compartir los rituales laicos, direccionar la búsqueda de saber y encontrar las vetas del orgullo nacional y la pertenencia.
Acreditar Historia de México, acreditar Formación Cívica y Ética, la fortaleza cuestionable de los aprendizajes, los cortes y periodizaciones en algún punto del diseño curricular.
El saber mínimo necesario para la ciudadanía futura.
Ser parte de una nación como ciudadano informado y vigilante.
La cultura de la legalidad aprendida hace algunas generaciones y esta generación nuestra de maestros y maestras que enfrenta amenazas como la reforma a la ley del ISSSTE o la venta de patrimonio de IPEJAL en un horizonte de amenaza del sistema pensionario en Jalisco.
El paquetazo y el emplacamiento y la verificación obligatoria en una convivencia urbana en donde el flagelo de la productividad es la Secretaría de Vialidad recaudadora de mil rostros. Las calles y avenidas de ZMG donde el estado autoritario de la ley viste a uniformados corruptos.
El ejemplo de lo que no debe acontecer y que diluye el estreno de un nuevo gobierno con las mismas prácticas, como aquel matrimonio de Florencia Zacatecas que recientemente circulaba con placas de Zacatecas, de Tlaquepaque a Zapotlanejo, y fue interceptado y amenazado con que le iban a recoger su vehículo, sin cometer ninguna infracción, solo por no traer, según los representantes de la ley, el permiso de circulación en Jalisco. Al final, el arreglo “con una corta feria” para continuar su camino.
El estado de derecho torcido y las excepciones a la legalidad bajo el manto del segundo nivel de gobierno (estatal).
Amar a la patria, la identidad nacional, el robo institucional enquistado en algunas dependencias de gobierno. Los uniformes y las pistolas del lado de los que acreditan exámenes de confianza endógenos.
El amor a la patria y la construcción de identidad nacional, la escuela como espacio de formación de la ciudadanía en un laboratorio social controlado.
La lectura crítica de la realidad donde la cortina de humo de la seguridad y la movilidad urbana justifica medidas recaudatorias interminables y filones inauditables de corrupción.
La escuela y sus realidades virtuales identitarias y la sociedad jalisciense cocida al caldo por gobiernos incapaces de garantizar legalidad y convivencia sana.
La identidad nacional como escudo ante amenazas externas que están moviendo los escenarios y las concepciones sobre la práctica socioeconómica del buen mexicano; la identidad nacional y la propia convivencia local en riesgo ante los enemigos internos.

*Doctor en Educación. Profesor normalista de educación básica. [email protected]

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