Esta boca es mía

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

La reciente muerte de la reina Isabel II (1926-2022) volvió a la atención pública el imperialismo y el colonialismo británicos. Este imperio ha sido el de mayor extensión en la historia de la humanidad. De ese imperio, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, sigue vigente la llamada “Comunidad de Naciones” (conocida como la Commonwealth) compuesta por 56 países; distribuidos tres en Europa, trece en América, once en Oceanía, ocho en Asia y veintiuno en África. Quince de ellos tiene todavía como rey a Carlos III (n. 1948), hijo de Isabel II y nieto de Jorge VI (1895-1952). Aun cuando a buena parte de la población mundial le suena cosa del pasado la existencia de monarcas y aristocracias, en realidad la población de la mencionada Mancomunidad se acerca a los 2,500 millones de personas. Si consideramos que todo el planeta alcanzó los ocho mil millones de habitantes el 15 de noviembre de 2022, esa cantidad de habitantes de la mancomunidad representa la tercera parte de la humanidad actual. Belice, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica e Irlanda del Norte, se encuentran entre esos quince países de la mancomunidad.
Este contexto geopolítico permite comprender mejor los meses que se describen en una película del 2010, “El discurso del rey”, que suelo recomendar a los estudiantes de los cursos de expresión oral y escrita (aquí: https://www.rtve.es/television/20211103/discurso-del-rey-pelicula/2085278.shtml). En esa película, ganadora de siete Óscares y protagonizada por Colin Firth, Helena Bonham Carter y Geoffrey Rush, se entrelaza la narración del inicio de la Segunda Guerra Mundial y de la capacitación de Jorge VI para enfrentar la tarea de realizar presentaciones orales en público, tras tener que asumir el trono británico a raíz de la abdicación al trono de parte de su hermano Eduardo VIII (1894-1972).
Una escena medular de la película El discurso del rey, y en la que insisto en el curso de expresión oral, muestra a Jorge VI en pánico y a la vez haciendo un enorme esfuerzo por afirmar: “¡tengo una voz!” a pesar de su tartamudez. En otro momento de sus afirmación como líder del enorme imperio británico, Jorge VI se da ánimos y afirma ser el rey y tener un mensaje que debe comunicar. El poderío del imperio que estaba detrás de él refleja también la enorme responsabilidad de conservar ese poder frente a la amenaza del ejército alemán encabezado por su Führer Adolfo Hitler (1889-1945). Si una persona con tanto poder y tal cantidad de recursos creció tartamudo y con una gran cantidad de inseguridades en su vida y en su expresión, podemos comprender que muchos de nosotros tengamos dudas al expresarnos verbalmente frente a los demás. El punto en el que insisto aquí y en el curso es que, con mucho o poco poder, todos tenemos un mensaje que entregará raíz de nuestras experiencias vitales singulares y de nuestra perspectiva individual respecto a lo que acontece a nuestro alrededor y en nuestro interior. Empero, a lo largo de los años he encontrado estudiantes que permanecen en silencio durante las sesiones y suelen creer y expresar que tienen “nada qué decir” respecto a los temas y a las experiencias que se tratan en las sesiones de los cursos. Un mensaje mínimo sería expresar en qué piensan cuando están en una sesión en el aula o fuera de ella y se plantean determinadas actividades o se presenta información. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo lo entiendes? ¿Ya lo sabías? ¿Hay alguna novedad? ¿Te parece aburrido de tan frecuente que se presenta esa información? ¿Te afecta o no el tema? ¿Tienes alguna experiencia, lectura o recuerdo asociado con lo que se ha tratado en la sesión?
Un objetivo del curso de expresión, según lo concibo, es precisamente hacerse conscientes de que tenemos un mensaje y una posición especial para emitirlo. No es necesario que seamos monarcas de un enorme imperio para considerar que tenemos la autoridad para ser escuchados, por más que solemos pensar que nuestras ideas no son lo suficientemente geniales, originales, novedosas, estimulantes o emocionantes como para expresarlas. De hecho, la expresión escrita y verbal suelen servir para enterarnos de qué pensamos y cómo asociamos la información y las actividades de las asignaturas con nuestras propias experiencias y proyectos. Por otro lado, cuando los docentes escuchamos a los estudiantes (aunque también a otras personas fuera de la lógica de los cursos académicos) tenemos la posibilidad de aprender y de avaluar no sólo lo que ellos han aprendido, sino también lo que nosotros hemos logrado comunicar durante el curso.
Expresar a las personas cercanas a nosotros lo que pensamos, sentimos, planeamos, hacemos, comprendemos, es un reconocimiento de que las otras personas no pueden adivinar ni meterse a nuestras cabezas para saber qué pensamos, sentimos… y lo demás que resulte atingente a nuestras experiencias y expectativas. Desde el rol de docentes, es refrescante conocer que existen otras perspectivas y otras comprensiones de los temas de nuestros cursos; desde la perspectiva de estudiante, expresar pensamientos e ideas ayuda a aclarar los temas de las asignaturas y a la vez orienta la actividad de los cursos para ampliar los horizontes de alcance de cada una de las sesiones. En grupos totalmente callados, los docentes no nos enteramos si los estudiantes pusieron atención, si dijimos o propusimos algo sensato o si consideran que esa sesión fue superflua y el viaje a la escuela no desquitó el esfuerzo dado lo que se presentó en el aula ese día.
Que cada persona participante en las reuniones y sesiones de clase exprese de qué modo esa boca es suya y es el conducto para expresar un mensaje desde una postura y perspectiva que nadie más tiene, ayuda a proponer, a veces desde la estupefacción, a veces desde el debate y otras desde la complementación, para el aprendizaje y para señalar horizontes de exploración que vayan más allá de lo que sucede en cada sesión.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. [email protected]

Comentarios
  • Eduardo Zetina

    Completamente de acuerdo con usted doctor, en algún momento participé dirigiendo grupos de autoayuda y algunas personas principalmente mujeres llegaron a usar expresiones como: “no tengo nada que contar” “mi historia no es tan importante” “no creo que mi historia sea importante”
    Debo agregar que escucharlas decir esas palabras y anular sus historias me conmovían el alma

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