Esfuerzos contradictorios
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Parecería que estamos convencidos de que toda la humanidad se preocupa por asuntos similares: reducir la contaminación que producen nuestras actividades, aprender estrategias para resolver problemas sociales, asegurar empleos dignos para todos los humanos. Sin embargo, cuando observamos las actividades de otras personas comenzamos a sospechar que esas preocupaciones por el futuro del planeta y de la especie realmente no están tan difundidas como creíamos o como quisiéramos. Por más que en la escuela, en nuestros círculos de académicos o en algunos medios de comunicación se planteen temas como el calentamiento global, la huella de carbono, los peligros por los que atraviesan las personas que salen de sus países en busca de trabajos mejor pagados o condiciones de vida más seguras, existen por otra parte las seductoras invitaciones a consumir los objetos más lujosos, a viajar en vehículos contaminantes (automóviles, helicópteros o aviones privados) sin considerar que cada incidencia tiene algún impacto en los recursos del planeta y en los niveles de desigualdad entre los miembros de la especie o en los impactos que reciben otras especies vivas u otros recursos planetarios. De algún modo, la escuela tradicional enfatiza una ética del trabajo y una austeridad en la vida cotidiana que contrasta con los modelos a seguir que presentan algunos medios dedicados a promover y darnos a conocer las vidas de las (auto)denominadas “celebridades”, en especial de los países desarrollados.
“Combatir el cambio climático no es tan sexy como un auto deportivo”, es una declaración que se complementa con “trabajo para comprar el yate que me permita conquistar a la pareja de mis sueños” (delgada, rubia, bañada con agua potable, famosa, sonriente, atlética, con una abultada cuenta bancaria). Como se denuncia en este episodio de la Norddeutsche Rundfunk https://www.youtube.com/watch?v=MbJOQsK42iE, incluso una empresa como VOLKSWAGEN que se presenta al público como preocupada por la conservación del ambiente y la reducción de la huella de carbono de los vehículos que produce, posee una abultada flota de jets privados que contradicen su publicidad abierta. ¿Qué se puede hacer para llamar a los súperricos y a las empresas a cumplir con su responsabilidad? ¿Bastarán los llamados de la escuela y de algunos medios de comunicación a la conciencia? ¿Cómo podemos reaccionar a los llamados a preservar el mundo en medio de la publicidad que nos tienta a comprar más y mejor?
El polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) y el judío lituano Leonidas Donskis (1962-2016) en su libro dialógico MORAL BLINDNESS. THE LOSS OF SENSITIVITY IN LIQUID MODERNITY (2013) afirman que todos los bienes de consumo, incluidos los que se describen como “duraderos” resultan intercambiables y dispensables. Para ellos, una actitud consumista lubrica las ruedas de la economía al tiempo que espolvorea arena en los engranes de la moralidad (p. 15). En la variedad de la modernidad líquida, afirman, este consumismo trasplanta este patrón que pretende estar exento de la evaluación moral (“adiaforización” es el término que proponen) a las relaciones entre las personas. Así, el preferir el auto deportivo frente a la solidaridad con otros seres humanos, se convierte en un síntoma de nuestro tiempo y nos hace postergar la mirada a la “cara de un otro” (citan aquí el concepto del filósofo francés Emmanuel Levinas (1906-1995), de orígenes judío-lituanos, similares a los del ya mencionado Donskis). Las ofertas del consumismo vienen al rescate: es posible arrepentirse y absolver el pecado de la negligencia moral con los regalos que proporcionan las tiendas (shops), con el acto de comprar (shopping); la cultura consumista transforma a cada tienda y agencia de servicio en una “farmacia” que proporciona tranquilizantes y anestésicos. El dolor moral se tranquiliza con mayor consumo; el consumo de estos tranquilizantes morales se convierte en una adicción. De tal modo, la insensibilidad moral se convierte en compulsión. En esas condiciones, los vínculos humanos se vuelven cada vez más débiles y frágiles. La política se ve compelida a interpelar a los sujetos primero como consumidores y después como ciudadanos. La actividad de consumir cobra la apariencia del cumplimiento de un deber ciudadano primario (2013: 16).
Ya varios actores sociales y analistas han resaltado las contradicciones entre distintos agentes de los que aprendemos en nuestras existencias sobre este planeta. Iglesias, escuelas, familias, medios de comunicación, amigos, vecinos, contemporáneos, ancestros, nos atraen o nos alejan de algunas ideas, ideales, prácticas y realidades. Somos jalonados hacia distintas y contradictorias perspectivas. Aprendemos a partir de esfuerzos que se contradicen unos a otros: “sé independiente”, “gana más dinero”, “sé solidario”, “cuida a tu prójimo”, “ofrece tus recursos a los demás”, “no te dejes explotar”, “obedece a tus mayores”, “ten fe”, “piensa científicamente”, “cuestiona lo establecido” y nos movemos entre múltiples mensajes de los que quisiéramos sacar algo en claro. Estos contrastes constantes se matizan como obscuros o luminosos, positivos o negativos, según el lado de quienes y de qué ideas nos alineamos. De tal modo, Donskis recurre a la tragedia de Macbeth para subrayar que no es posible siquiera saber todo acerca de sí y del propio futuro. Concluye el diálogo con Bauman con la figura del TIRANO: quien ha centralizado al Estado y liquidado a sus opositores se convierte en PADRE DE LA PATRIA, pero el DÉSPOTA que ha intentado y no ha logrado determinadas metas, es señalado de ALTA TRAICIÓN. La infidelidad ya no impacta en un mundo instrumentalista y pragmático, concluye (2013: 214-217).
¿Cómo la escuela puede ayudarnos a discernir entre las opciones morales, si está inmersa en un mundo en el que se promueve el consumo? ¿De qué manera la escuela se vincula con un mundo laboral en el que se promueve la producción de bienes que sean objeto de consumo para otros y no necesariamente estén vinculados a beneficios a largo plazo para la especie y, aun más complejo, para el planeta?
Aun cuando estos dilemas y complejidades aparentan ser parte de las preguntas que se plantean únicamente los filósofos en sus mortificaciones y elucubraciones diarias, la escuela y los demás agentes de los que aprendemos y nos conminan a la acción nos plantean la constante necesidad de decidir. ¿Aprender a defraudar/traicionar la confianza de los demás? ¿Aprender a actuar de acuerdo a una ética explícita? ¿Aprender a vender independientemente de la calidad de lo que se ofrece? ¿Aprender estrategias de manufactura, sin considerar los impactos en los recursos planetarios? ¿Elaborar “soluciones” temporales que afecten la calidad de vida de quienes las aplican o de quienes las adquieren? ¿Actuar sin consideración de las consecuencias en el corto y en el largo plazo de los involucrados? ¿Cómo resolver los dilemas de lo que se DEBE y lo que se PUEDE aprender de distintas experiencias en distintos ámbitos? No es sólo que las escuelas nos preparen para una realidad posible, sino que existen otras agencias y otros actores desde las que se generan esfuerzos que contradicen lo que aprendemos en ellas. Existe una gama de instituciones que se contradicen en los grandes programas o en los pequeños detalles. Y estamos poco preparados para resolver esos dilemas complejos, incluso cuando nos insertemos en contextos que pretendan darnos heurísticas, doctrinas, teorías, reglamentos, leyes y patrones de certidumbre.
En nuestras propias vidas caeremos también en acciones que contradirán lo que habíamos hecho unas horas o unos días antes, o que contrastarán con las metas que nos plantearemos en un futuro de horas, días o décadas. Habrá quien califique a nuestros esfuerzos de aprendizaje como una enorme oportunidad, mientras que otras personas las evaluarán como una enorme pérdida de tiempo. Nos queda la responsabilidad de buscar la claridad moral y la sensibilidad suficiente para evaluar las alternativas de nuestro propio actuar.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara.[email protected]
Pues a asumir esa responsabilidad siendo muy sensibles!! Gracias Dr. Morán, es un placer leerlo.