Epistolares

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Las hay famosas y las hay infames. Las epístolas o, como las llamamos en la actualidad, cartas, no han dejado de concebirse, escribirse, enviarse, leerse y hasta conservarse como compendio de buenos o de malos deseos para los destinatarios contemporáneos o futuros.

“No me escribites, y las cartas anteriores no sé si las recibites…”, cantaba Pedro Infante en su carta a Ufemia (https://www.youtube.com/watch?v=2tYH5YHBU6M). Ciertamente, aunque es una carta extremadamente famosa en la cultura popular latinoamericana, hay otras cartas conocidas casi universalmente, como las epístolas paulinas (una descripción de las epístolas paulinas está aquí: https://es.wikipedia.org/wiki/Ep%C3%ADstolas_paulinas).

Las cartas de Pablo a los primeros cristianos reflejan una intención pedagógica y moral: “A los que se casaron les ordeno, en realidad la orden es del Señor, que la mujer no se separe de su marido. Y si se separa que no vuelva a casarse o que haga las paces con su marido (…) Pero si el esposo o la esposa que no cree [que no comparte su fe] se quiere apartar, que se aparte. En tales casos no hay obligación para el esposo o la esposa creyente. El Señor nos ha llamado a la paz” (primera carta a los corintios, 7:10-15) Y, más adelante: “Todo es permitido, pero no todo es provechoso” (10: 23). En estas epístolas, como en otros muchos de los mensajes escritos y verbales que se envían los humanos entre sí, suele haber admoniciones, consejos, advertencias, peticiones, desprecios, rupturas, informaciones que piden complementos o confirmación.

Las cartas constituyen una expresión personal que ha permanecido vigente por sus mensajes directos, explícitos, a personas aludidas (a los gálatas, a Timoteo, a la persona amada, a la opinión pública, a las autoridades) e incluso por sus mensajes cifrados, ambiguos o poéticos de los que no siempre nos queda claro a quién se dirigieron en su momento. Hay cartas famosas entre personas, apasionadas cordialmente con expresiones de decepción, de ilusión, de deseo, de odio o de proyectos por realizar o frustrados. Recuerdo, en mi familia, una carta que alguna vez me mostró una tía, que su hijo mayor dirigió a la hija menor. El primo Joaquín, con perfectos trazos de letra Palmer, escribió una larga carta a la prima María Elena plena de consejos de cómo conducirse ahora que era una adolescente. Mi tía estaba orgullosa de la belleza de los trazos de su hijo, aunque yo no acabé de entender si los consejos serían los más atendidos por una hermana menor que quizá sólo habrá girado los ojos ante tanta corrección del hermano primogénito. Hay cartas que explícitamente se dirigen a “iniciados” en una serie previa de mensajes, o que saben algunos de los secretos de una disciplina y a quienes se les comunican algunos otros que podrían complementarlos.

Los intercambios de cartas entre teólogos, filósofos y científicos contienen un tono mucho más formal que las cartas de amor que sólo están dirigidas a personas específicas de quienes los emisores esperan estimular su ardor sentimental y comunicarles las pasiones de su cuerpo y su alma. Hay cartas largas y cartas escuetas. Muchas de ellas, inmediatamente después, o en lugar de ser leídas, fueron destruidas por sus destinatarios, en un gesto que contribuye a desaparecer rastros de la relación con quienes las escribieron, en arranques de discreción, de furia, de decepción o de necesidad de que la información no se divulgue más allá. Se sabe de cartas que nunca se entregaron por errores en los domicilios. Quizá, incluso, debido a que la escritura resultara indescifrable para los correos y mensajeros que habrían de entregar en un punto a una persona que no pudieron determinar quienes intentaron leer a quién iba dirigida la misiva.

Aun cuando las cartas actuales son mucho más frecuentes e instantáneas, ya sea por mensajes de correo electrónico, por el “juáts” cotidiano, o por las llamadas ”redes digitales” plenas de imágenes y de palabras en diversos idiomas, la necesidad de comunicarnos se hace evidente.

Hay famosas cartas para los hijos, nietos, compatriotas u otros humanos que todavía no llegan, de personas que desean advertir a las personas del futuro de los errores y los aciertos de otras épocas. El “mensaje en la botella” del que habla Zygmunt Bauman (1925-2017), que envían los científicos sociales a los habitantes del futuro en este planeta es en realidad una carta múltiple y compleja que expresa los problemas de una época para proyectarlos en los lectores de otros tiempos por venir.

Hay cartas amargas y sinceras, como la “Carta al padre” de Kafka: (https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Carta%20al%20padre,%20de%20Franz%20Kafka.pdf) “Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo (…) si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio”. Hay cartas con consejos para alguien que desea(ría) ejercer una actividad que para otros es gozosa Rilke: (https://hum.unne.edu.ar/asuntos/concurso/archivos_pdf/cartas.pdf). Escribió Rilke a un joven poeta: “No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir” En la actualidad quizá los mensajes y consejos ya no sean tan personales y en relación con experiencias específicas, pero es posible encontrar consejos en formas de libros de autoayuda, en videos que suelen denominarse tutoriales, en documentales, en mensajes en audio, en conferencias, en libros impresos o en charlas de sobremesa. Para algunos, incluso en programas de televisión, series, películas y hasta en los intercambios en el aula.

En el idioma inglés, las cartas se denotan por un término ambiguo, pues la misma palabra puede referirse también a una sola letra. La expresión “Write me a letter” bien puede solicitar un mensaje amplio y detallado o simplemente pedir el trazo de un solo símbolo asociado a un sonido o a una modulación labiodental. En el idioma alemán, el término “Brief”, suele recordar también la brevedad y ese mismo término en inglés se utiliza como sustantivo y como verbo respecto a las charlas breves que se realizan entre autoridades y subordinados en las que se transmiten instrucciones específicas para acciones concretas.

Simon Sebag Montefiore (historiador británico nacido en 1965) recientemente publicó un libro con cartas que vale la pena leer “porque han transformado los asuntos humanos” (Escrito en la historia. Cartas que cambiaron el mundo; 2020). Aunque para este autor la escritura epistolar tuvo su auge del siglo XV al XX, es probable que las cartas serán por mucho tiempo objeto de alegres hallazgos, de decepcionantes mensajes, pero ciertamente de vigencia sobre otros soportes que van más allá del papiro y del papel (aquí una reseña de ese libro: https://lesateliersdusal.com/wp-content/uploads/2015/06/13-rico.pdf).

Hay cartas que han sido objetos literarios, como La carta robada, de Edgar Allan Poe (1809-1849), autor aficionado a la criptografía que en otras épocas estuvo de moda entre los jóvenes y al que ahora recurren semiólogos y estudiosos de la historia de la literatura. “En compañía de mi amigo Auguste Dupin”, se narra en primera persona la resolución y la sustitución de una carta que era buscada por las autoridades. Desde la primera frase, la discusión del epígrafe de Seneca “Nil sapientiae odiosius acumine nimio” (http://lectoresaudaces.blogspot.com/2009/01/edgar-allan-poe-y-el-latin-nihil.html) ha sido objeto de reflexión, cuantimás la pesquisa narrada en torno al paradero de la carta.

Sabemos de cartas que llegaron años después. O que no han llegado. Así como hay cartas (como las de su exnovio a Eufemia) de las que no supimos si alcanzaron su destino y su destinataria, por falta de respuesta. Pero hay otras cartas que seguramente llegaron a las personas a las que fueron dirigidas, pero no siempre tendrán o deberían tener respuesta.

Algunas de esas cartas de cuyas respuestas no nos enteramos o de las que no suscitarán respuesta: las cartas que el pejidente de México ha dirigido a Trump, “aconsejándole”, “advirtiéndole” o haciéndole llegar información que probablemente sus asesores no le habían hecho llegar. Entre los mensajes, escribió el presidente mexicano para aclarar que todavía no se ha ido a “la chingada”, como se llama “la quinta” del promotor de “la cuarta” en la selva tabasqueña. Hay también una carta reciente en protesta por los comentarios del expresidente Donald Trump denigrando la “Medalla de Honor” al mencionar la entrega de una medalla a una civil que donó dinero para su campaña y señalar que “esta medalla es aún mejor” (https://www.youtube.com/watch?v=AkejiiLo_ZM; https://edition.cnn.com/2024/08/19/politics/john-kelly-donald-trump-medal-of-honor/index.html).

Hay algunas cartas famosas, pero también podemos pensar en algunas epístolas infames. Por algo existe el consejo de “mejor no escribas esa carta”, y por ello algunos terapeutas aconsejan escribir cartas a personas a las que no se enviarán las misivas, pero que ayudarán a aclarar los sentimientos y resentimientos que se tienen con una persona cuya historia de interacción afecta de maneras positivas o negativas a quienes asisten a las sesiones con los especialistas en salud mental.

En otros tiempos se utilizaba el término de “Pen Pals” para referirse a corresponsales a los que se escribía a mano, en hojas que se doblaban y metían en un sobre al que se pegaban estampillas y luego se depositaban en las oficinas del correo o algún buzón del que luego serían recopiladas por carteros. Esa práctica de la escritura y la entrega lentas es poco frecuente ya, aunque para otras generaciones se aconsejaba para practicar la escritura, la exposición, la argumentación e incluso la práctica de la escritura en otro idioma. Los “Pen pals” no siempre se conocían en persona, aunque, en escasas ocasiones, llegaban a conocerse de manera similar a como se conocen algunos corresponsales que comienzan su relación romántica, de amistad o profesional por medio de mensajes de correo electrónico. Mi amigo, Miguel Casillas, reportó, hace unos cuantos días, que había escrito una carta y había realizado el gesto de meterla en un sobre, pegarle estampillas y lanzarla en su incierto viaje a una persona que sería su destinataria tras algunos días. El autor del blog “Murciélago de noche”, se queja en su perfil de Facebook: “Ahora un señor en un canal de YouTube decía que uno de esos chunches ‘…¡Puede redactar una carta en veinticinco segundos! Lo que a mí me hubiera tomado una tarde, la I.A. lo hizo en tan solo unos segundos…’ Nomás le faltó gritar un ‘¡Ye!’. No sé cómo algo que priva del gozo de escribir una carta puede ser chido. #Lea #Escriba #DefiendaSuCorazón” (El blog de Miguel: https://murcielagodenoche.blogspot.com/?m=1&fbclid=IwY2xjawExq8dleHRuA2FlbQIxMQABHSW-8LN8SKXHz7X-v46oKGHQinHFQzMbPefLC2Hsn7Gd9j4saDc-TZojig_aem_ERBrrrmUKMwZAQGOG8kADA).

Ya sea en papel, enviada por correo tradicional o a partir de la existencia de la interconexión de las computadoras por medio de la internet, vale la pena dedicar atención y esmero a los mensajes que enviamos a una sola o a varias personas como epístolas morales o con fines instrumentales. ¿Qué importancia le dan en tu escuela a la redacción de mensajes directos, inmediatos, explícitos y detallados? Quizá ya no estarán escritos en la bella caligrafía Palmer de mi primo Joaquín, por ser la escritura a mano una tradición en decadencia, pero el cuidado de la argumentación, la estructura y el manejo preciso del lenguaje y el idioma bien podrían dar lugar a escribir mensajes que deriven en guía del comportamiento de otras personas…

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • msvh.ani@gmail.com
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    Excelente información

  • Alicia Glez.
    Responder

    Hay mensajes que al carecer de respuesta, proporcionan mayor información , que si la tuvieran. Después de todo. Tienen el beneficio de la duda.

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