Envenenados

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Recuerdo que en Zacatecas había (quizá todavía hay) un local sobre cuyo portal había un enorme letrero: “tacos envenenados”. Para muchos de los locales, el mensaje es claro: se trata de guisos envueltos en tortillas de maíz o de trigo que son tan sabrosos que la gente podría morir con placer en el acto de consumirlos. No significa que los guisos incluyeran algún hongo u otro ingrediente tóxico, sino que bien podrían servir como base para que otras personas atentaran contra las vidas ajenas a partir de esas deliciosas bases de tortillas.

El adjetivo se puede aplicar a los objetos que contienen el veneno, aunque también a quienes ingieren o tienen contacto con esos componentes tóxicos. El uso irónico del término puede llegar a ser literal. Así: “me envenenas con tus besos” o “me envenenas con esas golosinas” puede derivar en la muerte de quien los consume o de quien tiene contacto con los ingredientes o acciones intoxicantes. La noción se puede aplicar más ampliamente para señalar que “están envenenando las mentes de las personas” con determinados discursos, mensajes, anuncios o propagandas. También puede suceder que las personas no sean envenenadas por otras, sino que lo hagan motu proprio. Sin necesidad de que otra persona envenene intencionalmente a las víctimas, éstas pueden ser capaces de consumir, por el placer que asocian con los objetos envenenados, el tóxico que acabará con sus vidas.

En este sentido, muchas personas comienzan a envenenarse sin mucha consciencia de que lo hacen. Así, al consumir azúcares, grasas, analgésicos, antidepresivos, o al utilizar ingredientes tóxicos en el corto o el largo plazo, se envenenan y probablemente no se dan cuenta y caerán muertos o exangües por efecto de esas sustancias, relaciones, actividades o discursos tóxicos. De tal modo, en semanas recientes se ha hablado de otros envenenamientos de distintos ambientes en donde los políticos mienten a tal grado con lo que sus audiencias quieren (o querían, pero ya no) oír que mueren envenenadas o, al menos, se dan cuenta de la toxicidad de sus interlocutores a los que seguirán admirando hasta que sea innegable que tanto placer comienza a hacerles daño.

Hay envenenamientos que son señalados por otros, por ejemplo, “están envenenando al país”, apunta Ezra Klein y acusa a los oligarcas de la era Trump 2.0 (https://www.instagram.com/reel/DHXpzouOsvZ/?igsh=amdxa2h1bWlvMTlt), o cuando se habla de dopaje en los deportes, o de adicciones a sustancias que, creen los consumidores, podrán limitar o controlar a su antojo, aunque no tengan muy claros cuáles son los límites razonables. ¿Comeré un taco o dos, o llegaré a los diez tacos aunque tanto placer culinario se convierta en dolor gástrico? ¿Usaré analgésicos para funcionar relativamente bien durante el resto del día o la semana en vez de descansar con calma y con intervalos improductivos? Si otros no advierten de los venenos, no nos daríamos cuenta, aunque hay ocasiones en que algunos de los elementos tóxicos, como en las relaciones con personas que nos alteran tanto que hasta placer nos da el descontrol, optamos por admitir que es veneno, pero en pocas cantidades no mata.

Por otra parte, la comercialización de sustancias tóxicas en el planeta ha llegado a tales niveles que las aguas se contaminan con ellas y resulta extremadamente difícil eliminar esas sustancias, como se muestra en este breve “reel” respecto a las drogas en las aguas de los ríos en Suiza y cómo invirtieron en su limpieza: (https://www.threads.net/@james_stew/post/DHmHmzfM9xY?xmt=AQGzF9fJ4hl6gjPlmPuhSBaCPzeFzOh_UmR2wGQkFlJa_A).

Desafortunadamente, los procesos de desintoxicación son costosos, suelen requerir esfuerzos de los propios envenenados que no se agotan en dejar de consumir, sino en exigir que dejen de circular las sustancias tóxicas o que no estén tan al alcance de las poblaciones en posibilidad de envenenarse. Así, no sólo se trata de evitar las prohibiciones, sino de dar información respecto a qué sustancias, mensajes y propagandas envenenan a sus usuarios, consumidores y seguidores.

Los objetos envenenados de Blanca Nieves (el conocido relato recopilado por los hermanos Grimm en el siglo XIX, Schneewitchen) aparecen en el contexto de una narración en donde la reina-bruja intenta matar cuatro veces a la heroína del relato, primero vicariamente, por un cazador que le entrega el corazón y los pulmones de un siervo y que esconde a Blanca Nieves en el bosque; aunque, más tarde, a través de la utilización sucesiva de cintas para apretarle el cuello, de un peine y luego de una manzana envenenada. El homenaje de las computadoras Apple de Steve Jobs (1955-2011) alude a la manzana envenenada que ingirió el matemático Alan Turing (1912-1954) para librarse de la castración química que le resultaba más tóxica que tomar su vida por envenenamiento.

Nos envenenamos placenteramente escuchando las mentiras cuya maldad nos hace felices, por medio de la ingesta de sustancias que nos dan placer a corto plazo y que probablemente nos matarán a la larga. Por más que habrá quien señale que “de algo ha de morir”, así que mejor contribuir a la propia muerte que esperar a que llegue azarosamente. Los placeres y la indulgencia nos matarán, pero moriremos relativamente felices y bastante satisfechos (https://youtu.be/KVuWHUBXYFA?si=FHX98SJpnmbZv_WR), como afirma Aldous Huxley (1894-1963). De muchas formas nos perjudicamos, pero aceptamos el precio a cambio de evitar algunos sufrimientos momentáneos. Nos envenenamos con los gases de nuestros vehículos y envenenamos a nuestros hijos, animales y vecinos, conocidos y desconocidos, a cambio de evitar el cansancio de mover nuestros propios cuerpos, o por el placer de trasladarnos rápido y lejos.

En semanas recientes, un expresidente mexicano criticó a otro expresidente por su insistencia de “aprovechar” el combustóleo en vez de “dilapidarlo”. Así, afirmó que “el combustóleo es veneno para el medioambiente” (https://youtu.be/Jrup5KeSfyU?si=2Ihx0PF3Zs9EnvyU), lo que a sus sucesores no parecía preocuparles, mientras de ello se derivaran ganancias para las empresas del Estado. Ciertamente, las acciones de envenenar(se) y alienar(se) negando la realidad que nos intoxica son una costumbre de la que difícilmente podremos librarnos los humanos. Lo que aprovecharán los otros para contribuir a nuestra eliminación como grupo, sociedad, clase, individuo o como representantes de alguna categoría social.

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]

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