¿En qué escuela primaria estuviste?
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Hace unos días fui a comprar café en grano. En la fila para pagar me antecedía un hombre. La mujer que atendía la caja le informó lo que debía pagar ese hombre por su pedido: “son cuarenta y tres pesos”. El hombre le entregó un billete de $50 pesos. “Si quieres te doy tres pesos más y así me regresas diez”, le propuso el hombre a la cajera. “Pero en el recibo dice que el cambio es de siete pesos”, afirmó ella. Muy paciente y pedagógico el cliente señaló: “sí: te doy tres más y con los siete ya son diez”. “No, mejor le doy cinco”, dijo ella, cuya cara mostraba algo de desconcierto. El cliente dijo: “debes darme diez y asunto arreglado”. “Mejor le regreso los tres pesos que me dio y luego le doy los siete de cambio que dice aquí”, concluyó la cajera.
La escena me recordó a mi padre, quien se desesperaba cuando en alguna tienda los empleados utilizaban una sumadora para realizar operaciones sencillas. “¿En qué escuela primaria estuviste?”, les preguntaba. Y, si eso sucedía en su pueblo natal, Lagos de Moreno, él se añadía entre los culpables de la lentitud aritmética: “hasta pareces de Lagos”. En realidad, mi padre se sorprendía de que incluso personas que estaban en ámbitos en los que debían usar aritmética básica o reglas de ortografía o vocabulario relacionados con sus tareas cotidianas, no fueran capaces de resolver esos retos. Y solía añadir, orgulloso, que él sí había estado “en una escuela buena, de Lagos de Moreno, claro”, en donde lo habían puesto a resolver esas cosas básicas y otras más.
La pregunta “¿en qué escuela primaria estuviste?” puede tener al menos dos colofones, independientemente de la respuesta. Uno de esos colofones es el que refiere al orgullo de haber estado en una escuela primaria en la que se nos plantearon retos y se nos enseñó el camino o las estrategias para resolverlos. El otro sería el de tener que avergonzarnos del escaso aprovechamiento que tuvimos de nuestro paso por las aulas, a veces por causa de nuestras distracciones, pero a veces por causa de las distracciones de los docentes que no se concentraron en asegurar que los estudiantes aprendieran a resolver los retos que se les planteaban… si es que llegaban a planteárseles.
Como padres de familia, como estudiantes y como docentes, lo importante no es cómo se llame la institución educativa en la que inscribamos a nuestros hijos, nos inscribamos o en la que trabajemos, respectivamente, sino el trabajo diario que se genera, se estimula, se promueve, se resuelve en ella y desde ella. Lo que aprendan nuestros hijos, lo que aprendamos de nuestros profesores, lo que nuestros estudiantes aprendan de nosotros, no dependerá de los méritos del prócer, pedagogo o maestra que da nombre a la escuela, ni de quién la haya fundado, ni de su ubicación geográfica, sino de las oportunidades que se generan a partir del trabajo en el plantel para resolver los problemas, básicos y no tanto, para los que acudimos a la ayuda que deben prestar las instituciones educativas.
Y tú, ¿en qué escuela primaria estuviste? ¿En qué otras escuelas has estado? ¿Te generan orgullo los aprendizajes que iniciaste en ellas?
*Profesor del departamento de sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]