El Me Too y el precio de la desconfianza, lo que perdimos en el camino
Jaime Navarro Saras*
El día de ayer, en una plática con una maestra universitaria de Campeche y a punto de jubilarse, Silvia Rodríguez Vargas, me comentaba que a principios de año y en una reunión de academias entre los maestros de su institución se vieron obligados y acordaron (para protegerse de cualquier tipo de denuncia judicial futura) prohibir de manera tajante, que cualquier trabajador de la universidad suba a sus autos estudiantes para darles “aventón” o “raite”, una práctica tan común que se realiza desde hace muchos años con el fin de ayudar al alumnado a trasladarse de manera gratuita a sitios cercanos a su casa o para tomar otro tipo de transporte y poder ahorrar.
La acción se derivó del fenómeno reciente de hacer público los acosos de que son presa las y los estudiantes de los centros escolares por directivos, profesores y otro tipo de trabajadores, en particular dentro de las universidades y otros centros de educación superior.
Obviamente el tema no es desconocido, se ha dado desde siempre, no sólo en las escuelas, sino también en contextos controlados por el sindicato de maestros (SNTE), los sindicatos universitarios y las propias oficinas de las secretarías de educación de los estados, de la propia SEP y de las universidades, es tal común el asunto que suele decirse que X o Y persona recibió favores y algún tipo de ascenso pagando con “cuerpomático”, y sin embargo, es un tema tabú del que nadie habla, y que por desgracia sucede, pero no se denuncia porque hay intereses de ambas partes: de quien acosa y de quien es acosado, sobre todo porque en medio de ello hay un beneficio.
Este fenómeno tiene sus bases en el movimiento denominado Me Too, Yo también en español, término creado originalmente por la activista social neoyorkina Tarana Burke y popularizada por la actriz americana Alyssa Milano el 15 de octubre en 2017 a través del Twitter, el propósito principal es reivindicar y buscar justicia para las personas que sufren o sufrieron en el pasado cualquier tipo de acoso, violación o vejación a su persona por parte de individuos que lo hicieron en su contra aprovechándose de su posición y estatus de poder en las instituciones y espacios laborales.
Es un movimiento mundial y como tal no ha sido ajeno a México, desde la denuncia de Kate del Castillo donde hablaba de la existencia de un catálogo de actrices, actores y personajes de la televisión a disposición de los patrocinadores e inversionistas de la compañía Televisa, que, caso contrario al mundo de Hollywood, éstos y éstas callaron y no comentaron el suceso por obvias razones e intereses muy particulares, amén de la doble moral con que se mueve dicha compañía.
Sin embargo, y es el punto del artículo, desde mediados del año pasado ha habido marchas, paros y denuncias en algunas universidades mexicanas para señalar casos de acoso en ciudades como Monterrey, Guadalajara y la propia Ciudad de México, entre otros sitios no menos importantes, pero con casos hechos visibles y con señalamientos a personas e instituciones de manera directa.
Es claro que estamos viviendo un momento complejo para las relaciones humanas a nivel global, pero lo cierto es que el fenómeno que se vive en Estados Unidos o Europa no puede generalizarse para todo el mundo, sobre todo por la aplicación e interpretación de las leyes en cada país. En lugares como México, cuya población no tiene la práctica de acudir a los juzgados a denunciar atropellos e injusticias, y cuando lo hacen, las autoridades se mueven tan lento que el denunciante termina por dejar en el olvido el proceso judicial. Sin embargo, y en contraste de los hechos, un comentario publicado a través de las redes sociales en contra de alguien, independientemente que sea cierto o falso, no tiene consecuencia legal alguna en contra de quien lo hizo y tampoco quien lo publicó o denunció en forma anónima y, ahí, lamentablemente está el peligro de movimientos de esta naturaleza.
Las y los estudiantes que acuden a las escuelas públicas y privadas de educación superior en México, no tienen por qué ser presa de acosos y vejaciones de profesores o autoridades que se aprovechan de su estatus para hacerlo, como tampoco podemos permitir que se pierda la confianza de camaradería que suele darse entre maestros y estudiantes por uno o dos casos de personas que se dicen “profesores o maestros” y que, evidentemente actuaron mal, lo cual es un retroceso para la buena comunicación y relaciones humanas que debe haber en los centros escolares, velemos porque sólo sea un mal momento y no una conducta permanente.
*Editor de la Revista Educ@rnos. [email protected]