El espacio como negocio

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

El 4 de octubre de 1957, los soviéticos lograron poner en órbita el satélite Sputnik y la Guerra Fría entra en otra fase de competencia entre potencias por la supremacía aeroespacial.
Los Estados Unidos, competitivos como son, a través de la NASA impulsan la investigación y el desarrollo de su tecnología a un ritmo acelerado; ser el número 2 no se encuentra en su ADN hegemónico.
El odio al comunismo y la redituable lucha entre bloques militares e ideológicos en distintos frentes. El momento crítico que representó la Revolución China encabezada por Mao Te Tung (1949), la guerra en Corea (1950-1953), la lucha que encabezó Ho Chi Ming en Vietnam (1954), la lucha en la Sierra Maestra contra la dictadura de Fulgencio Batista que consolidaba la primera parte del triunfo de la revolución cubana en 1959.
Quepa este apunte de contexto histórico para comprender un poco la dinámica y la obsesión estadounidense por encabezar no sólo la hegemonía económica y militar, sino el liderazgo en materia científica y tecnológica.
Para tal propósito, hay toda una estructura gubernamental y un concierto de compañías y nombres de millonarios e intelectuales que no titubean en crear en el imaginario colectivo la certidumbre de sus razones y la creación de la omnipresencia del enemigo.
La guerra y sus componentes de dolor, sangre, hambre y muerte solo son aceptados colectivamente por mentes enardecidas y anestesiadas por el odio, manipuladas por el miedo.
En la Comala universal donde moran los hombres que han ofrendado su vida en el altar a Marte, el dios de la guerra, las cifras son ya incalculables; los miedos de las generaciones que sobreviven llegan al submundo del inconsciente colectivo.
No hay muerte absurda para los amos de la guerra; hay cálculo, hay materias primas por apropiarse, tierras, plata, oro, petróleo, uranio, plutonio, litio, tierras y minerales raros, etcétera.
Ellos llegaron primero a la Luna en 1969 y después, con otro republicano en el poder, como Ronald Reagan, apoyaron fuertemente la carrera por el control del espacio.
Es en el contexto de fines de los cincuenta, años en los que, como el experimento radiofónico de la invasión de los marcianos a través de la voz de Orson Welles (La guerra de los mundos, noche del 30 de octubre de 1938), se crea una psicosis colectiva que llega hasta las escuelas a donde asisten los niños y niñas norteamericanos.
Los escolares entonces realizaban ejercicios de simulacro de un ataque nuclear soviético y, para protegerse, eran invitados por sus profesores y profesoras a resguardarse en posición fetal bajo los pupitres.
La guerra armamentista y la preparación para los escenarios catastróficos. La salud emocional de la infancia y juventud.
La atmósfera de odios en medios y en voces de políticos que siempre representan los intereses de los ricos.
En ese momento también hay un salto cualitativo definitorio en el desarrollo de la tecnología del futuro al construirse la primera supercomputadora por parte de IBM.
¿Cuánto del progreso científico y tecnológico del que ahora goza y ofrece la humanidad tiene su origen en esa extendida carrera armamentista de la posguerra y la Guerra Fría?
Mantener la fuerza del imperio impulsa el trabajo en sinergia del poder ejecutivo y el Congreso estadounidense. Las cifras millonarias no se escatiman y se justifican por las amenazas del comunismo y los riesgos del terrorismo.
Su ego y dominio tienen una cimentación de miedo universal por el impacto psicológico que tuvieron el estallido de las dos bombas nucleares en suelo japonés en 1945.
La disuasión como argumento.
El ego de su ciencia y tecnología, el uso militar extensivo, los ha constituido en la potencia que ahora padecen los cinco continentes.
El contexto de hoy, la primera semana de gobierno de Donald Trump y la perspectiva de hacerse más grandes; en materia tecnológica, la colaboración del techno magnate libertario Elon Musk y el horizonte de llegar primeros a Marte, pero antes desde el pedestal de esos monaguillos del dios Mammon unos arreglos con algunos millones de inmigrantes y unas cuantas amenazas y guerras de sanciones de nueva cuenta, en el escenario de reacomodos geopolíticos y geoeconómicos; la supremacía económica como fondo y el tobogán monetario que no es asunto secundario entre los BRICS y el dólar estadounidense.
Apuntar y ver hacia Marte para presumir longitud de miras y de extensión de chip y poner los pies sobre la tierra del lado del poder político, el intervencionismo de Musk en asuntos políticos donde hay fondos federales, la derecha y ultraderecha en el nuevo gym fortificado de las ambiciones personales, los casos Musk, elecciones de Alemania, el tema de Inglaterra y el caso Italia y su Georgia Meloni neorromana.
Trump y su política contra Cuba, otra edición de su etiqueta de identificarlo como país terrorista, otra edición del inhumano bloqueo económico.
Trump y Colombia, Honduras, Brasil. Trump y sus huestes de potentados que acarician el lomo de su monaguillo con inversión extranjera, su pupilo en la presidencia del sufrido pueblo argentino, el reinventor del hilo negro de la economía clásica, bocón irrespetuoso imparable contra los “zurdos”.
La hegemonía estadounidense en materia de colonización espacial, su fugaz colaboración con potencias como Rusia y China, ahora irreconciliables competidores y potencialmente enemigos.
El mundo como plato fuerte en la gula de los imperialistas.
El que llega primero al espacio pone las reglas: los aplausos en la toma de posesión de Elon Musk, exultante de gozo y mímico espontáneo de saludo nazi.
Llegar a la luna primero, llegar a Marte primero, la ilusión óptica y el garlito del multimillonario que todo lo puede, los aviesos fines de un algoritmo perverso entre dinero y Estado, el contraejemplo Elon Musk, el hombre que ha doblado su fortuna en un par de meses, después del triunfo de Trump, mientras el mundo se relajaba frente a las lucecitas navideñas y la discusión “profunda” ante el obeso Santa Claus, del qué cenar y el qué beber en la velada.
La hegemonía del espacio como demostración de fuerza y como estrategia de reordenamiento del orden y el desorden mundial calculado.
El espacio como negocio, como potencial proveedor de incalculables materias primas o, si es el caso, como destino de colonización emergente.
La defensa de la paz mundial desde las escasas fuerzas de países emergentes como el nuestro, el rol estratégico de la educación de nuestro pueblo en una formación científica y pensamiento crítico sobre cimientos de ética y humanismo.

*Doctor en Educación. Profesor normalista de educación básica. [email protected]

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