El desencanto escolar
Carlos Arturo Espadas Interián*
Los niveles de deserción son altos en nuestro país. Se ha comentado que a los estudiantes no les gusta la escuela. Cuando se les pregunta responden que quisieran métodos más dinámicos, más divertidos, ¿cómo? No lo saben, solo que sean divertidos. Así les gustan las clases relacionadas con todo, menos con sus campos disciplinares, las cuales les resultan aburridas, por no decir pesadas.
Lo cierto: se ha perdido el sentido a la escuela y no tanto por los métodos que resultan contrastantes con respecto a la cultura actual e incluso con la educación que recibe la mayoría de los escolares en casa.
En otros países, obtener un nivel de estudios, sobre todo universitario, significa obtener un empleo muy bien remunerado; en estos países, la educación sigue siendo un mecanismo de “desclasamiento”. Esto le da sentido a la educación.
En el nuestro, estudiar lo puede hacer casi cualquier persona, tenga o no interés real por el estudio; así nuestras aulas se llenan con jóvenes que no tienen claridad de lo que implica estudiar y de las condiciones reales que vive el mercado laboral en este momento histórico, menos de las implicaciones de la mundialización y de las consecuencias de no lograr unos buenos estudios universitarios.
En nuestro país existe una marcada ideología de apoyar a los estudiantes pero desde una perspectiva, a mi gusto: equívoca; no es el tiempo ni las experiencias posteriores las que van a educar a nuestros egresados, son las condiciones y situaciones que podamos brindarles en la escuela las que les ayudarán a crecer más, una vez que sean egresados.
Desde las lógicas de ayuda al estudiantado como una posición de “humanidad”, lo que se está haciendo es sumir al país en el oscurantismo de la casi iletralidad. Es necesario como educadores generar una posición que permita reestructurar las prácticas educativas al interior de las universidades, repensar lo que implica la matrícula en cuanto al impacto del logro de los perfiles de ingreso y egreso, pues caso contrario, lo único que se logra es inflar las demandas en un mercado laboral reducido que continuamente eleva sus estándares académicos ante la relativa facilidad de conseguirlos.
No hace falta modificar las clases para que sean divertidas, es necesario repensar los perfiles de egreso pero para que respondan a las exigencias de la nueva era: la mundialización y por el otro, vincular la escuela con el mercado laboral para que un grado académico se vea reflejado no en la carrera por las credencializaciones, sino por los beneficios individuales y colectivos de ese perfil en el ejercicio de su profesión.
*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. [email protected]