El costo de la ignorancia

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Durante un seminario de historia en una universidad estadounidense, una estudiante de esa disciplina tuvo la audacia de afirmar que Cristóbal Colón era INGLÉS. Su evidencia para esa aseveración era que, como su nombre era Christopher Columbus, era EVIDENTE que el marino era de origen británico. Tan conocido es Cristoforo Colombo que su nombre se traduce al idioma en el cual se narren sus viajes. Pero la estudiante de historia no sabía que fuera tan famoso como para que tradujeran su nombre.
Algo similar ocurre con los que en español conocemos como “los santos reyes” (o “reyes magos”) en la tradición cristiana. Los apellidos de los aristócratas y monarcas suelen también traducirse, aunque los historiadores que leen fuentes secundarias no necesariamente tengan idea de cómo era el nombre original.
La anécdota del seminario de historia refiere a los muchos idiomas en que se narran las sagas de los pueblos, frente, ante o con los conquistadores o conquistados, remite a un problema que las escuelas tienen la tarea de paliar, reducir, aliviar, aligerar, atenuar o disminuir: el de la ignorancia.
Mientras que en muchas escuelas se trabaja para que los estudiantes sean capaces de saber en dónde buscar información, de tener habilidades para plantear y resolver problemas, para identificar situaciones potencialmente riesgosas, hay algunas otras agencias de nuestras sociedades (en todas las latitudes y en todos los idiomas) que se esfuerzan por evitar que los estudiantes sean críticos con la información.
La época de la información, como se le ha llamado a las décadas recientes (y quizá a varias por venir) no necesariamente ha ayudado a anular los esfuerzos de aquellas agencias dedicadas a fomentar la ignorancia.
Es frecuente encontrar en internet, en la televisión, en la radio y hasta en diversos medios impresos, evidencias de que si la vida fuera un juego de Marathón (como se le comercializó en español; o de TRIVIA, como se conoció en inglés), veríamos claramente el avance de la ficha que representa la ignorancia. No hemos sido capaces de siquiera registrar y cribar piezas de información tan triviales como el tema de Cristóbal Colón y, mucho menos, piezas de información que podría ayudarnos a que nuestras vidas fueran más fluidas y menos conflictivas.
Así: quien sabe besar y hacer el amor MUY BIEN y desde muy temprana edad, probablemente ignore toda una serie de medidas para evitar las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos no deseados, los requiebros de amor que se basan en el chantaje. Quien sabe conducir un vehículo de motor y sabe algo de cómo hacer que se mueva, no necesariamente conoce los riesgos de la interacción con peatones y otros usuarios de las calles, o las reglas y convenciones de tránsito y de convivencia. Quien conoce las tradiciones religiosas probablemente ignore las bases biológicas del envejecimiento, de la concepción o del nacimiento de los humanos, o de las maneras de medir el tiempo en otras épocas y sociedades (concretamente, el problema que plantean las genealogías con años de vida que relata la Biblia).
Por otra parte, hay muchos que ignoran cómo comportarse pero se basan, en cambio, en que no necesitan liberarse de su ignorancia, si ellos “conocen” a quién los puede librar de los problemas. Problemas, embrollos, berenjenales, enredos, aturdimientos, que podrían haberse evitado si aprovecharan mejor las oportunidades de aprender, dentro y fuera de la escuela, cómo prevenir los problemas en su vida individual y en los grupos en los que están adscritos.

*Profesor del departamento de sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]

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