De una vez por todas

 In Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hay ocasiones en que alguna tarea nos resulta tan cansada o con resultados tan satisfactorios que quisiéramos que quedaran estáticas las condiciones del universo y que nada ni nadie llegue a alterar nuestros logros. Ese afán estático lo he observado en algunas personas que señalan que, como ya hicieron determinada tarea, ya no será necesario que en su vida o en la duración del planeta o de la galaxia se repita la empresa: la limpieza y orden del librero preferido, la clasificación y acomodo de las prendas en el ropero, la lubricación de la cadena de la bicicleta, el lavado y encerado del vehículo familiar, la redacción de un reporte de investigación. Quisiéramos que ya quede resuelto el asunto para siempre. Hay quien lo cree para el cambio social y hasta señala que las prescripciones de los grandes teóricos clásicos ya señalaron el único camino posible para la solución definitiva de los problemas que aquejan a la humanidad: la desigualdad, las crisis económicas, el egoísmo, el calentamiento global, la repartición de justicia en el pueblo, la felicidad conyugal, la relación entre generaciones de la familia o de la institución.
Hay quienes consideran que hay soluciones sagradas, consagradas y compartidas para determinadas situaciones. He escuchado de quienes afirman que con cambiar su coche viejo por uno nuevo y reluciente les hará felices para siempre, olvidando que los coches se hacen viejos más pronto que tarde y hay que intervenir para que sigan funcionando. Hay que ponerles gasolina, revisar que estén lubricados, que las llantas tengan la cantidad suficiente de aire, que se pueda ver a través de los cristales. Hay quienes quisieran imponer la ley más controladora y obedecida de la historia de la humanidad y se ilusionan con el pensamiento de que, ya con esa ley, norma, reglamento y sus agentes para vigilar y castigar a quien se desvíe y premiar a quien la cumpla, la convivencia de la humanidad actual y futura ya estará resuelta.
He escuchado la cándida e inocente intención de estudiantes de licenciatura que se proponen escribir su tesis y en ella resolver de una vez y para siempre jamás el tema que se plantean. Su indagación será tan exhaustiva que no quedará fuente sin explorar, interpretación por documentar, análisis por aplicar, piedra sin levantar. Además, la solución definitiva a los problemas sociales, químicos, metabólicos, institucionales, físicos, históricos, políticos estará consignada clara y distinta para que el mundo la vea, la aprenda y la aplique en caso de que se diera algún brote de reencarnación de los malos espíritus que se propone extirpar para siempre de las realidades en distintos niveles, idiomas y latitudes. Hay quien quisiera que las competencias en que participó ya no vuelvan jamás a convocarse, para quedar así como las personas que tienen la propiedad eterna de los triunfos asociados.
Desafortunadamente, las sienes laureadas no durarán para siempre. No sólo pasará que las hojas de laurel se marchitarán, sino que la frente de quien resultara triunfador en determinada ocasión también pasará a ser pasto de los gusanos y habrá otros triunfadores y otros perdedores que llegarán al podio y a brindar sus aplausos de reconocimiento.
Ni la ley definitiva, ni la teoría omniabarcante, ni la práctica tradicional eterna. Las aguas seguirán fluyendo debajo del puente que hoy existe y que después será sustituido por otros más, en ese punto o alguno río arriba o río abajo, en un caudal que también es susceptible de dejar de transitar por ese cauce. Afortunadamente, como en las tiendas de abarrotes, a veces se gana y a veces se pierde. Nuestra aspiración al triunfo definitivo también puede inhibir a los posibles competidores: si siempre ha de ganar tu gallo, aunque esté pelón, mejor no he de competir contra ti por esas glorias inalcanzables. Si bien es cierto que tomar algún camino o comprometerse con alguna decisión implica seguir esa ruta hasta que haya posibilidad de cuestionar o salir del compromiso, también resulta verdad que, en algún momento, ese camino o ese proyecto llegará a su culminación y habrá que emprender otros esfuerzos en este eterno “valle de lágrimas” (cuentan algunas cosmovisiones) que exige y promueve múltiples abordajes a las miserias y las alegrías de la humanidad.
Dícese que la desventaja de los grandes personajes es que dejan huellas tan hondas que hay quienes no se atreven a recorrer caminos alternativos. Parecería que ése es ya el camino trazado a seguir por los que vendrán atrás. Por otra parte, hay quienes no creemos en que las soluciones duren para siempre y que los problemas se pueden enfocar de otras maneras. Y habrá también quien cuestionará las rutas trazadas por los clásicos y los mesías. Con otras analogías, con otros resultados, con otras ideas, con otros recursos y otras tecnologías. Lo que deja la oportunidad de crear otras alternativas, tanto deseables como deleznables. Y nos da la tranquilidad de saber que ni nuestras perspectivas, ni nuestras soluciones, ni nuestras intervenciones, ni nuestros planteamientos quedarán impuestos de una sola vez. Y la esperanza de que habrá quien cuestione los triunfos y los fracasos de nuestros tiempos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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