Crueles

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hace algunos años, con mi muy precario conocimiento y aun más elemental manejo de la estadística y sus muchos recovecos, estuve en el inicio de un curso presencial para el manejo del SPSS (Statistical Package for the Social Sciences). El contexto institucional era una universidad en Estados Unidos y la instructora de esa primera sesión era de origen británico y se llamaba Penélope. Escuché un poco pasmado su acento que me resultaba poco familiar y alcancé a entender, cuando escribió con gis blanco en el (entonces todavía) pizarrón verde, que nos autorizaba a llamarla “Peni” y nos rogaba que no se nos ocurriera llamarla en plural. El famoso “paquete estadístico” para que la computadora realizar operaciones de las que yo tenía una vaga noción escritas con lápiz, en ese entonces requería que la pantalla de la computadora se presentara dividida en dos mitades. En la parte superior, si no mal recuerdo, se tecleaban los datos, y en la inferior, se solicitaba que la computadora realizar los cálculos deseados con la información ingresada. Para mí fue demasiado el impacto de un acento con el que yo estaba poco familiarizado, en un idioma para el que requería una extrema atención, a una velocidad y sobre temas y tecnologías novedosos para mí. No creo haber aguantado la ansiedad más de treinta minutos seguidos y deserté antes de que mi estupefacción me fuera a agitar a tal grado que rompiera en llanto. Esa “inmersión” fue demasiado para mí. Claro que nunca he manejado el SPSS, ni ésa ni las siguientes versiones y la experiencia me sirvió para generar una enorme admiración para los estudiantes que logran manejar ese “paquete” que resultó demasiado pesado para mí.

Años después, cuando leí el pequeño libro de Patrick Süskind Die Geschichte von Herrn Sommer (1994), en mi intento por esclarecer algunos de los vericuetos del idioma alemán, me reconocí en el niño que narra cómo, para trasladarse a sus primerizas clases de piano, tuvo que aprender a andar en bicicleta. En su narración de los dos procesos de aprendizaje, comunica la angustia de equivocarse de teclas y las preocupaciones por las caídas reales y posibles desde el asiento de la bicicleta. La historia de Süskind es bastante optimista, aunque quizá muchos de los aprendices hemos podido revivir las ansiedades y las alegrías del protagonista al ligarlas con algunos de los aprendizajes que hemos tenido que sufrir, superar y, en algún momento, gozar.

He recordado mi experiencia y la historia de Herr Sommer a raíz de que, hace unos días recibí un mensaje de una amiga y colega por el que me comunicaba su renuncia a moverse en bicicleta. Según la historia que sintetizó en su mensaje, un amigo de ella le dijo que él se traslada a diario a su trabajo en bici. Y le prestó su bicicleta para que ella probara la experiencia. Sin embargo, el amigo no preguntó cuáles eran las habilidades de mi amiga en el camino que intentaba emprender. Mi amiga renunció porque lo primero que hizo fue dirigirse a su anterior trabajo, por el que solía manejar su coche por una avenida de ocho carriles. El mensaje que me envió reflejaba el pánico que le dio trasladarse entre tanto vehículo y decidió renunciar, entendí que ipso facto y para siempre jamás nunca volver a tocar una bicicleta. Estas tres instancias no son las únicas en las que los docentes (profesionales o aficionados), en algunas ocasiones, instituciones, grupos o secuencias de aprendizaje, exponen a los aprendices a experiencias que resultan crueles al no considerar el nivel de habilidad con el que cuentan los aspirantes a iniciarse en determinada actividad. Los resultados en estas tres historias no fueron ni trágicos ni fatales, aunque sí bastante frustrantes y, al menos, por unos momentos resultaron crueles. Imagino que las enseñanzas de Lev Vygotski (1896-1934) respecto a la “zona próximal” de aprendizaje no han sido todavía muy difundidas entre quienes proponen estas enseñanzas que, más que radicales, no toman en cuenta si existe alguna raíz o fundamento para habilidades más avanzadas.

Aunque en algunos casos, estas experiencias de docentes crueles que lanzan a la alberca a sus aprendices de natación para que den sus primeros brazadas, a los posibles conductores para que descubran cómo avanza o se detiene un vehículo, a los posibles tiradores para que sepan cómo apuntar su arma para lanzar flechas, balas, torpedos o bombas, suelen verse como oportunidad de aprendizaje desde los errores (https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/dejamos-castigar-los-errores/), los aprendices no siempre estaremos muy contentos de que sean los docentes quienes descubran que a veces no tenemos noción siquiera del campo al que nos enfrentaremos. A veces, como docentes, cometeremos el error de asumir que los estudiantes conocen ya algo que consideramos básico para ingresar a nuestros cursos o a nuestro nivel educativo. Y acabamos por aprender que no necesariamente manejan habilidades que consideramos prerrequistos para lo que pretendemos que ellos aprendan. Ese diagnóstico a posteriori a veces nos hace regresar en nuestro impulso y, como expresó Marx, “reculer por mieux sauter” tras haber reprimido un entusiasmo que suponía que la experiencia daría para avanzar mucho más.

Todo mundo sabe andar en bicicleta con tráfico ruidoso que pasa raudo a escasos centímetros; todo universitario conoce de computadoras y sabe de qué trata la estadística inferencia; todo estudiante en este país habla el idioma dominante; todo mundo sabe cómo funcionan las bibliotecas; todo mundo sabe en dónde se encuentran los pedales de freno y acelerador; todo mundo sabe manejar un arma de fuego y sabe que no debe apuntar a la gente, son algunas de las suposiciones que en pocas ocasiones resultan verdaderas. De manera que la cruel frustración en algunos casos no sólo deriva en que sea ése el único error que estén dispuestos a cometer docentes y estudiantes en su incipiente interacción. Si no se maneja un conjunto de habilidades, el aprendiz acaba por desertar del curso o de la carrera por desconocimiento del campo al que se enfrentaría cuando decidió inscribirse.

Empero, hay otra cara de la moneda de la crueldad, que consiste en cortar las alas a quienes, sin saber del campo de berenjenales al que están por meterse, muestran toda la enjundia para emprendedor el camino de aprendizajes que quizá serán más accidentados de los esperado. Así, hay quien frustra las aspiraciones de quienes desean aprender los intríngulis de determinadas profesiones o/u oficios con el argumento de que para ese campo no hay demanda. Recuerdo el caso de alguien que me contó que había ido a turistear a Houston. “Y ya que estaba ahí, aproveché para visitar a mi prima que trabaja en la NASA. Todos nos burlábamos de ella cuando comenzó a estudiar y anunció su intención de trabajar en esa agencia aeroespacial de Estados Unidos. Simplemente terminó sus estudios y la contrataron”. Por más crueles que hayan sido las burlas de la parentelas y conocidos, es probable que sus amigos y compañeros la hayan apoyado en sus empeños, al igual que hicieron los docentes con los que tuvo contacto.

En algunos casos, como docentes sobrestimamos a nuestros estudiantes; en algunos otros, los subestimamos. Existe la posibilidad de que seamos crueles al lanzarlos a experiencias para las que carecen de información respecto a los peligros que enfrentarán, mientras que también puede suceder que no consideremos que tengan la energía, el entusiasmo, el entorno, los recursos y las habilidades parar recorrer una ruta poco transitada. En todo caso, la crueldad podría estar en no ayudarles a los posibles aprendices a sopesar sus esfuerzos, informarles de qué tratarán sus cursos, sus experiencias y sus posibles logros en los campos en los que están por explorar hasta convertirse en iniciados y expertos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara.[email protected]

Comentarios
  • Armando Gómez

    Muy sustancioso el tema de este artículo. Late en el fondo de lo que trata el tema escabroso tema del inmenso rezago escolar de toda la población escolar pública del país, asunto nada o poco medido y mucho menos evaluado, porque es el retrato de Dorian Grey de las reformas educativas desde los 70s. A partir de lo expuesto por Rodolfo, podemos explicarnos buena parte del fracaso en aprendizaje de tantísimos esfuerzos educativos que no acatan esa ley vigotskiana suprema: nadie aprende tanto para lo que no tiene recursos previos para aprender, aún con ayuda.

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar