Carrera de obstáculos

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Me confieso admirador de Michelle Jenneke, la corredora de obstáculos australiana que suele iniciar muy sonriente las competencias en las que participa. Aun cuando en el momento de la carrera su rostro refleja determinación y expresa que se trata de un asunto serio ése de brincar los obstáculos lo más rápido posible, sus expresiones al terminar la competencia son las de algún artista al terminar una ejecución brillante. Claro que no le aplaudirán tanto por su velocidad como podrían aplaudir a Alice Sara Ott al terminar de ejecutar al piano algún concierto de Beethoven. Seguramente las dos han tenido que salvar muchos otros obstáculos para llegar al final de esa ejecución específica.
En buena parte de nuestras vidas, la escuela se convierte en ese campo lleno de obstáculos que comienzan desde el esfuerzo de levantarse por las mañanas y la determinación de nuestros padres y luego de nosotros de asistir a ella con la mayor regularidad posible. La lucha cotidiana contra las sábanas que se obstinan en detenernos en el calor de la cama, las rutinas necesarias para llegar a las sesiones (virtuales o presenciales) con la anticipación requerida, además de los obstáculos que se diferencian de un curso a otro y de un ciclo al siguiente. Poco a poco aprendemos a salvar múltiples dificultades y comenzamos a hacer costumbre el enfrentar problemas.
En algunos casos pediremos ayuda y en otros pediremos más retos. Hay estudiantes que incluso preguntan si sería posible que la tarea para la próxima sesión fuera un poco más complicada. Algunos con ánimo irónico, otros con ánimo heroico. Cada sesión, es un mínimo obstáculo por salvar. Cada año lectivo constituye una suma de obstáculos y de gratificaciones.
A muchos nos bastaría salir con la seguridad de lo aprendido, pero hay quienes han añadido a la experiencia del aprendizaje la seguridad de lo que lo aprendido se certifique. Que alguien diga por escrito que está cierto de lo aprendido por otra persona. No basta, en esta lógica de las documentaciones, que alguien lo demuestre, sino que el certificado deberá ir por delante antes de permitir que se haga la demostración práctica. Así, para los aprendices, demostrar lo aprendido y conseguir que alguien certifique el aprendizaje, se convierte en parte de los obstáculos por resolver.
Lo triste es cuando los obstáculos, que son parte del camino, se complementan con zancadillas de parte de quienes podrían ayudar en vez de estorbar. O de quienes podrían poner algunos obstáculos antes de la ejecución, para que los aprendices anticipen cómo los resolverán. En tales casos, como ya sabemos, la ayuda innecesaria se convierte en un estorbo. Seguro que, si a alguien se le ocurriera quitar las vallas en el camino de Jenneke, flaco favor le haría al no permitirle demostrar su capacidad para el salto. Así como aquellos padres o aquellas madres que piden que el camino sea tan llano que sus hijos no llegan a conocer cómo resolver las dificultades de subir, de bajar y de sortear lo topado en el camino (lo que nos objeta, se opone a nuestros sentidos).
Hay algunos obstáculos que siguen la lógica de los relatos kafkianos. Están ahí sólo para demostrar una de dos cosas: que quien los ve como insalvables no llegará al final del camino (sean pruebas o documentos expedidos por otros, pero que hay que resolver en repetidas ocasiones) y que quien los ve como una valla más de las muchas en su trayecto, aprenderá a lograr la altura para superarlos.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]

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