Brinca la tablita, yo ya la brinqué…

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

¿Qué caso tiene aprender a leer si no se entiende una buena parte de lo que se recorre con la mirada? Aparte de que es necesario un entrenamiento especial para ser capaz de aprehender, apreciar y justipreciar la realidad más allá de nuestros problemas y de nuestras aspiraciones de cada día, hay que reconocer que no siempre hemos sido capaces, ni como maestros ni como aprendices, de guiar adecuadamente nuestras pesquisas en el mundo.
Así como en la antropología suele decirse que es necesario leer a la sociedad como un texto, en el entrenamiento para entender y practicar la música se enfatiza la necesidad de asociar los sonidos con los espacios (no en vano el equilibrio y la audición se encuentran ubicados en el mismo lugar de nuestros cuerpos), en el entrenamiento para leer y escribir se subraya la importancia de aprender los números y sus series, así como las letras, las palabras y su relación con el habla.
En la enseñanza de la lectura se insiste en que los estudiantes entiendan las relaciones entre las letras, las palabras, las frases, para dar sentido a textos de mayor envergadura, pero es importante también que los nuevos lectores aprendan, comprendan y practiquen las relaciones entre los números. A ese respecto solemos detenernos en la relación entre unidades, decenas, centenas, millares, millones… Es raro encontrar a personas que sean capaces de concebir y entender más allá, digamos hasta los millardos (o miles de millones, como decían nuestros abuelos y nosotros repetimos) o billones y otras cantidades que pocas veces alcanzaremos a contar de unidad en unidad.
En nuestra educación elemental, pero también en la educación media y superior, hemos hecho poco por combatir el analfabetismo numérico, algebraico, estadístico, ya no se diga el científico. Cuando nuestros estudiantes se encuentran con una tabla como parte de una exposición, suelen aplicar el verso de aquella canción de infancia: “brinca la tablita, yo ya la brinqué, bríncala de nuevo, yo ya me cansé”, pues se “saltan” la lectura de esa parte de la publicación por su incapacidad para comprender proporciones, porcentajes.
Como argumentan autores como Marcelino Cereijido (La ciencia como calamidad. Un ensayo sobre el analfabetismo científico y sus efectos) y Gerd Gigerenzer (Risk Savvy. How to make good decisions), la ignorancia de la parte cuantitativa de la realidad puede hacernos gastar MUCHO más esfuerzos y recursos de los necesarios, pues no hemos sido capaces de aprender la relación entre distintas magnitudes de determinados recursos. Ya sea, agua, tierra, combustible, tiempo, horas de trabajo, estos recursos solemos despreciarlos, menospreciarlos, dilapidarlos, cuando no somos capaces de comprender qué es lo que realmente estamos dejando de aprovechar.
Mi amigo Fernando, doctor en matemáticas y profesor de estadística en una licenciatura de las ciencias sociales, me señalaba hace muy POCO tiempo, que muchos de los actuales estudiantes tendrán tristes futuros como “profesionales a medias”, pues ni ellos han logrado captar cabalmente la importancia de entender y aplicar los números, ni sus profesores hemos logrado machacar plenamente el pensamiento cuantitativo para mejorar la calidad de nuestras vidas.

*Profesor del departamento de Sociología del CUCSH-DEPyS, de la Universidad de Guadalajara. [email protected]

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