Ars longa: la profesionalización
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
La expresión griega de Hipócrates (470 A.C.- 360 A.C.) suele citarse en su traducción al latín: “Vita brevis, ars longa, occasio praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile” (en castellano: La doctrina es larga; la vida, breve; la ocasión, fugaz; la experiencia, insegura; el juicio, difícil…). Invocamos esta expresión como una manera de reconocer que jamás aprenderemos todos los secretos y vericuetos de un oficio. Ni aun dedicándole una vida entera.
Los profesionales de determinadas actividades son, quizá, quienes están más cerca de saber muchos de los detalles de las actividades a las que se dedican. En muchos casos, se arrogan el derecho de certificar que determinadas personas cumplen los requisitos para llamarse miembros del gremio especializado en determinada actividad. Son muchas las profesiones que se distinguen de otras actividades laborales y las personas que se dedican a ellas sólo pueden liarse profesionales si han pasado por una educación formal en la que aprendieron y practicaron las habilidades y las soluciones que puedan granjearles el título de profesionales. Habitualmente, la profesionalización de una actividad pasa por varios años de estudio, de preferencia estudios universitarios de pregrado y posgrado, además de la certificación por colegios de la profesión que se aspira a ejercer o, al menos, por un reconocimiento de los gobiernos con cédulas profesionales que se basan en reconocer primero los estudios en determinadas instituciones de educación superior.
Un ejemplo de la profesionalización e institución de una serie de actividades y saberes lo constituye el de la medicina. El historiador ruso-estadounidense Owsei Temkin (1902-2002) en su obra Hippocrates in a World of Pagans and Christians (1995), ilustra cómo la capacidad de atender y resolver problemas de salud estuvo vinculada mucho tiempo a los poderes de los dioses o los demonios. Las enfermedades solían interpretarse como castigo al comportamiento inmoral o a determinadas inclinaciones de la naturaleza. La tradición hipocrática, que pasó por Galeno y que solía asociarse con el dios Esculapio, conservó su visión naturalista y a partir de ella buscó la relación entre los “humores” de los cuerpos y los tratamientos. Al entrar en contacto con las creencias judías y luego cristianas, la discusión respecto a la intervención de demonios o de un sólo dios (en vez de varios, como en la visión griega) llevó la discusión a la posibilidad de que las enfermedades pudieran ser curadas únicamente gracias a la voluntad divina. Confiar en los remedios de los médicos sin fe en dios sería mal visto. Como escuchamos todavía con frecuencia: “es Dios quien guía las manos de los cirujanos para lograr extirpar los tumores malignos”. No serían los médicos y sus visiones quienes erradicarían o manejarían los padecimientos. Sería Galeno quien representaría la visión científica de la medicina, mientras que Hipócrates representaría a la medicina clínica y a la ética médica. Por su parte, la leyenda de Esculapio, explica Temkin (1995: 80) combina dos tradiciones: la saga del héroe y el mito del dios. Según cuenta Píndaro, Esculapio era hijo de Apolo y Coronis, una princesa a la que Apolo asesinó por haber tenido relaciones con un mortal (como si Apolo fuera muy selectivo). Este dios no reclamaba un monopolio de los tratamientos, como luego haría el muy celoso dios de los judíos que heredaron (o se apropiaron, tras encarnarlo en Jesús) los cristianos.
Paul Starr (profesor de la Universidad de Princeton, nacido en 1949), en el libro que le valió el Premio Pultizer de 1984, The Social Transformation of American Medicine (1982), afirma que la profesionalización de la medicina, que pasó por la estandarización de la formación y de la autorización para ejercerla, se vincula con un mercado de los servicios médicos. La autoridad profesional separa a los pacientes de los cuidados realizados por los familiares e impone una visión naturalista y científica del tratamiento de la salud. Enmarcada en un debate respecto a las poses soberbias de los médicos, que utilizan términos, procedimientos y sustancias alejados del las expresiones populares y del sentido común frente a las explicaciones directas de las causas y tratamientos de los padecimientos, la profesión médica en Estados Unidos estaría vinculada al desarrollo de las ciudades y a la necesidad de generar especializaciones e instituciones. No sólo las universidades, sino también los hospitales, los farmacéuticos y otra actividades contribuyeron a la profesionalización de la medicina. “El profesionalismo representa una forma de control ocupacional más que una cualidad inherente en algunos tipos de trabajo. Pero el profesionalismo también es un tipo de solidaridad, una fuente de significado en el trabajo y un sistema para regular la creencia en las sociedades moderna”, afirma Starr (1982: 16). Al trasplantarse de Inglaterra a Estados Unidos, la medicina se enfrentó con los remedios domésticos y con la tendencia a la democratización en el nuevo continente. La legitimidad lograda en el viejo continente por la medicina se vio erosionada por la competencia, el disenso y el desprecio por quienes prometían remedios milagrosos o afirmaban tener conocimientos científicos para trata las enfermedades. Una primera distinción entre el médico (Physician), el cirujano y el apotecario (boticarios, como los conocimos en castellano moderno) fue parte del proceso de reconocimiento. Los médicos se negaban a trabajar con las manos: ellos observaban, especulaban y recetaban (prescribían comportamientos o sustancias). Los cirujanos, quienes hasta 1745 fueron miembros del gremio de los barberos, realizaban los trabajos manuales y, en ocasiones, también recetaban. A partir de 1703 los apotecarios obtuvieron el derecho a atender a los pacientes, recetar y preparar medicinas. Podía cobrar por la droga que preparaban, pero no por los consejos. Todavía en nuestros días existe un complejo debate respecto al papel que han de tener los médicos de los consultorios anexos a las boticas o farmacias: ¿son profesionales de la medicina o son simples promotores de la venta de drogas y otros remedios que se venden en las farmacias que los contrataron y les pagan salarios de hambre que han de complementar con comisiones por la venta de productos?
Los procesos de profesionalización no son uniformes en todas las sociedades, aun cuando podemos observar algunos rasgos de estos procesos en muchas partes del mundo, asociados a otros fenómenos como la industrialización, el crecimiento de las universidades o la legitimación de los gremios y las asociaciones profesionales. Algunas actividades laborales no pasan por la profesionalización, aunque algunos sectores de esas mismas ocupaciones sí se profesionalicen. Pienso, por ejemplo en cómo la albañilería, a pesar de una respetable tradición en la masonería y la construcción de templos, no se ha profesionalizado, mientras que la arquitectura y la ingeniería sí están asociadas a títulos universitarios y a certificaciones gremiales. Algo similar sucede con la agronomía, que concede un título universitario a quien se aboca al aprendizaje científico de química, física, matemáticas para aplicarlas al cultivo de plantas, pero no se concede título alguno a quienes han dedicado su vida al cultivo y manejo de los vegetales que nos alimentan. En el campo de la abogacía, vemos claramente una instancia de cómo la profesionalización genera jerarquías entre especialidades, al igual que existen diferenciaciones dentro del amplio campo de los profesionales de la atención a la salud. Así, no es lo mismo ser juez que notario o corredor; ni es lo mismo ser neurocirujano que gineco-obstetra o enfermera; tampoco equivale psiquiatra a psicoterapeuta certificado o a “coach” de vida, aun cuando la preparación, la capacitación, la actualización y las dificultades sean muy similares entre esas ocupaciones dentro de sus respectivos campos.
Las profesiones suelen estar asociadas al reconocimiento de una autoridad, señala Starr. Ocupaciones como psicología, ingeniería, derecho, sacerdocio, comunicadores, sociología, estomatología, suelen asociarse a instituciones que les conceden prestigio a quienes las ejercen. No sólo se trata de “certificados” y “títulos” de parte de los colegios, asociaciones, universidades, sino de diversos niveles de prestigio de esas instituciones. En esos procesos de formación intervienen siempre otros profesionales de los que se sabe (o se supone) que cuentan con experiencia suficiente para ayudar a otros a aprender o a evitar determinados errores en el ejercicio de su actividad laboral. De tal modo, la docencia en muchas ocasiones es reconocida como profesión transversal en las escuelas, la capacitación e incluso en la evangelización (actividad que consiste en “adoctrinar” literalmente). Así, los “Iatrosofistas” (para una discusión de la ocupación, recomiendo: https://erevistas.publicaciones.uah.es/ojs/index.php/ebizantinos/article/view/1943/1128) son parte integral y a la vez marginal de los sistemas de salud. Hay docentes que saben de ciencia y docentes que saben de clínica. No sólo en el campo de la atención a los enfermos y en la prevención de padecimientos físicos o psíquicos. La docencia se reconoce como parte de la profesión y quienes la ejercemos solemos ser objeto de respeto, al menos hasta que se requiere recurrir a la clínica (a la intervención práctica) a partir de los fundamentos científicos (teóricos y de investigación básica) a los que tenemos acceso en las aulas universitarias. En esos casos, son los profesionales dedicados al trabajo empírico quienes deben buscar y conceder los reconocimientos del gremio al que se dedican.
Mientras que hay profesionales asociadas con espacios concretos, como la abogacía ejercida en los juzgados, la medicina en los hospitales, el sacerdocio en los templos, la docencia en las aulas, hay profesiones que construyen, diseñan, supervisan esos espacios. Hay espacios que son parte de un reconocimiento profesional, como los hoteles y restaurantes, en donde hay chefs y administradores con títulos universitarios, pero además hay aprendices que comienzan a ejercer una profesión para llegar a ser reconocidos en un proceso paralelo a otros profesionistas, como “maestros”, “licenciados” y otras certificaciones que reconocen que han recorrido una trayectoria que los ha llevado a las aulas, los laboratorios, los quirófanos, las salas y a espacios más especializados de ejercicio de una ocupación en la que eventualmente podrían ser reconocidos como profesionales en vez de simples “pasantes” o subordinados sin certificación. Llama la atención que en México los profesionales de la docencia que estudian en las escuelas Normales públicas suelen conseguir un lugar de trabajo en una escuela, como profesionales plenos, mientras que quienes estudian licenciaturas o posgrados en educación no siempre consiguen insertarse de inmediato en una estructura institucional de carácter público. Así, cabe resaltar que muchas de las profesiones suelen asociarse a ejercicios públicos (los médicos en los hospitales públicos, por ejemplo) o a ejercicios profesionales privados (los médicos que atienden en su consultorio y desde el que remiten a los pacientes a hospitales públicos o privados).
Ya Max Weber (1864-1920) señalaba que los científicos sociales suelen verse limitados a instituciones en las que se regula su ejercicio profesional por normas burocráticas, aunque habría que considerar que las tendencias al reconocimiento y la legitimación de otras ocupaciones tienden a profesionalizarlas al obligar a quienes quieren ejercerlas a transitar por las aulas universitarias y los ámbitos de las asociaciones profesionales que reconocen a los colegas de la actividad ocupacional.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. [email protected]