Abrir las escuelas a la comunidad
Jaime Navarro Saras*
Aún recuerdo una escuela secundaria donde laboré hace muchos años, entre 1986 y 1990, en la colonia Balcones de Oblatos al oriente de la ciudad de Guadalajara, dicha escuela, como todas las que se construyen sin plan urbanístico alguno, salvo por necesidad de crear espacios educativos en zonas densamente pobladas y faltando al cumplimiento constitucional para dar educación básica a toda la población de manera obligatoria. Ésta, en especial, inició trabajado en casas, después en un área común de la colonia y poco a poco se construyó, primero con dos edificios dotados de aulas, laboratorios, talleres, oficinas y, por cuestiones presupuestales, sin barda perimetral, de hecho los pobladores de la comunidad atravesaban entre los patios y edificios como si fueran calles o plazas públicas, no recuerdo algún tipo de percance como robo de material, muebles o ruptura de vidrios de las aulas u oficinas, sin decirlo o acordarlo, la propia gente de la colonia cuidaba férreamente de ésta por considerarla un espacio valioso para sus hijos y la comunidad, finamente, y al cabo de unos años se cercó con malla ciclónica y un tiempo después con bardas de bloques, cemento y ladrillos, lo más altas posibles para distanciarse de la comunidad y protegerla de los vándalos y los vaivenes de la inseguridad que hoy azota a la zona y al país.
Volví a pasar por la escuela secundaria hace un par de años y me encontré con un espacio bastante gris, carente de personalidad, casi como un reclusorio, con muros altos, portón cerrado y unas banquetas llenas de basura. Toqué y me abrieron una pequeña ventana que sólo se veía la cara del vigilante, después de llenar un formulario pasé a saludar a uno de sus directivos y vi que esta escuela poco se parecía a la que conocí en sus inicios, antes se podía identificar a la distancia, pero, en ese entonces difícilmente sucedía eso porque estaba rodeada de casas y edificaciones que la hacia perderse en el panorama urbano de la colonia.
Las escuelas públicas, sino todas, son poco atractivas estéticamente hablando, amén de la limpieza, el orden y los espacios reducidos, ejemplos sobran de la mala planeación y la visión chata y poco artística de sus edificantes, sin embargo, (y sólo para ejemplificar lo que digo) hay otra escuela, primaria y no secundaria, que se encuentra en la colonia Del Fresno de la misma ciudad que está tan grotescamente construida que es conocida como La Cárcel.
Hay estudios serios cuyas conclusiones afirman que el espacio físico de una escuela juega un papel primordial para el desarrollo de los aprendizajes, pero, en un país con tantas carencias como el nuestro, tanto lo estético, la limpieza y la amplitud de espacios quizás no sean elementos fundamentales para que se desarrollen, en su mayor potencial, los procesos educativos, pero, y como dicen los viejos conocedores de las cosas: como ayudan.
Es probable que las escuelas tengan que dar un giro drástico, deberán de dejar de ser espacios lúgubres, cerrados, endógenos y, hasta desconocidos para las comunidades, por lo cual tendrá que revolucionar un cambio donde sean más atractivas y con libre tránsito para que cualquier persona pueda entrar y verificar personalmente cómo se generan los aprendizajes en los alumnos y cómo laboran los maestros cotidianamente. Por desgracia una escuela cerrada es eso y lo que se requiere urgentemente es de escuelas abiertas todo el tiempo.
*Editor de la Revista Educ@rnos. [email protected]