El informe de Procusto

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Sucedió que al final del ciclo agrícola, Procusto citó a su escribano y le pidió que, pergamino en mano, preparara pluma y tinta. Mandó llamar a sus trabajadores y les pidió que informaran qué habían hecho en el ciclo.
“Yo salí en busca de nuevas semillas de uva, para fortalecer y diversificar la producción”, declaró el primero. El escribano garabateó algunas palabras en el pergamino. “Yo sembré nuevas áreas de vid, que rendirán frutos en los próximos ciclos”, afirmó el segundo. “Yo corté las ramas secas, para que las partes verdes de las plantas se nutran más directamente de la savia”, informó el tercero. El escribano seguía anotando.
Hasta que Procusto volteó a ver los registros del escribano, con ceño irritado. “¿Tú que hiciste?”, preguntó al cuarto, con semblante serio. “Yo conseguí metal para fundirlo y fabricar tijeras, que servirían para cortar las ramas secas de la vid, y para fabricar azadones que servirán para nuevos surcos en donde plantar más semillas”. Procusto conservó su semblante de seriedad. Volteó con el quinto, a quién le preguntó, impaciente: “y tú, ¿qué has hecho?”. “Yo conseguí madera y fabriqué barriles para añejar el vino”, dijo.
Impaciente, Procusto, preguntó a otro más: “¿qué hiciste en este ciclo?”. “Yo maceré, procesé y puse en barricas la producción de uva”, dijo, orgulloso. Intervino otro más, que informó: “yo vendí la producción de vino. Fueron cinco mil toneles este ciclo”.
“¡Vaya!, exclamó Procusto. Hasta que al fin alguno me informa lo que deseo oír”. Yo sonrió. Volteó con su escribano y le ordenó: “tacha todo lo demás. Eso que han hecho los primeros no cabe en mis registros. El único que ha hecho lo que quiero fue este último, quien vendió cinco mil toneles. Lo demás no tiene caso que me lo informen. Premia a este trabajador con cinco mil denarios. Y a los demás, por improductivos, dales sólo cien denarios”.
Al siguiente ciclo, cada uno de los trabajadores se presentó ante Procusto y su escribano. Cada uno estaba ansioso por informar acerca de lo que más deseaba oír su patrón. “Yo vendí quinientos toneles de vino”, informó el primero. Procusto se mostró insatisfecho. La sonrisa del ciclo anterior nunca apareció, pues, a medida que cada uno de los trabajadores le informaba acerca de la cantidad de toneles, y él realizaba la suma, su rostro se notaba cada vez más iracundo: “¿cómo es posible que entre todos ustedes no hayan podido vender siquiera lo que en el ciclo anterior vendió uno solo de ustedes?”.
Entonces intervino el escribano: “aunque me ha dicho que tachara todo lo demás, pues no cabe en su informe, alcanzó a recordar que cada uno aportó otras actividades que ayudaron a mejorar el rendimiento en el ciclo anterior. Este ciclo todos se han dedicado a vender el vino que quedaba del ciclo anterior, pero ninguno consiguió ni sembró más semillas, ninguno cortó las ramas secas y cada uno cosechó un poco y maceró y elaboró algo de vino, para poder concentrarse en las actividades que sí caben en el informe, que son las de vender el vino ya producido. El total vendido es muy inferior al ciclo pasado, y solo llegó a mil toneles”.
Procusto, al igual que algunas burocracias universitarias del siglo veintiuno, no cabían en sí de estupefacción: ¿cómo era posible que alguien se concentrara en hacer cosas que no cabían en su informe, si los datos importantes no requerían de otras actividades fuera de las que él quería registrar y recordar? ¿Para qué sembrar semillas, fabricar o utilizar herramientas, construir toneles, macerar, destilar los líquidos de la uva, si lo importante era vender el vino? ¡Qué trabajadores de escasa concentración! Habría que expulsarlos de la viña y conseguir otros que vendieran mucho vino y que no se distrajeran en otras actividades.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]

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