Lunes de asueto

 en Jorge Valencia

Jorge Valencia*

Tenemos tan acendrado el sentido de la responsabilidad laboral que el puente se vive bajo el ocio de la vergüenza. Los más osados se van a la playa. Los que no tienen suficiente para irse a la playa, se gastan la quincena en el crédito del “buen fin”. El resto de los mexicanos nos solazamos con el placer de la culpa. Mirar lo que no se puede comprar o comprar lo que no se puede pagar.
Hay quien dedica el lunes de asueto a podar el pasto. Otros cambian el céspol. La mayoría se tira sobre la cama a repasar Nétflix y soportar los reproches de la hija adolescente: “¡por qué Dios no me dio un padre rico!”
Los mexicanos no somos holgazanes; tenemos mala suerte. Somos bohemios y trasnochados. Nos gusta dormir tarde y justipreciar nuestros deberes. El trabajo sólo es eso: una manera de sobrevivir antes de la jubilación. Después de la jubilación, la vida es un albur. El coche deseado es un coche imposible.
La familia es la sociedad en chiquito. Ahí somos los verdaderos: los fanáticos de Pedro Infante y de los pants sin apreturas ni obligaciones. El marido desparramado en la sombra de lo que fue, la mujer aferrada a la vida que no tiene y los hijos son la esperanza de lo que pueden llegar a ser. Pero no lo serán. A alguien deben culpar.
Un día de asueto sabe a libertad condicional. A permiso para dormir ocho horas de corrido y desayunar tortas ahogadas con omeprazol. A canciones de Lola Beltrán y manguera de chorros versátiles sobre rosas marchitas.
La Revolución Mexicana arrasó con un millón de almas para que cien años después podamos tener un día feriado. Madero contra Díaz. Huerta contra Madero. Villa, Zapata, Carranza y Obregón contra Huerta. Obregón contra todos. La Revolución refleja muy bien nuestra esencia: gente de alianzas temporales y principios indecisos. Más que una nacionalidad, el mexicano es una tendencia. En un mundo sin fronteras, optamos por las tortillas. Lo exótico nos gusta como curiosidad menor. Preferimos las cananas y los bigotes, los sombrerotes y las pistolas de artificio. La pachanga con piñatas y el tequila con coca. El asueto justifica todo. Es un buen día para ver a los hijos crecer.

El 20 de Noviembre es parte del “buen fin”. Ya es una tradición. Puede adquirirse una crónica histórica a precio razonable. O se puede encender el cable en “History Channel”, junto a “Warner” y “ESPN”. Más que una tendencia, lo mexicano es un aroma tenuísimo que no llega a convertirse en olor. El martes volverá a ser un día normal.
Así la cosa, honrar a la Patria es salir a comprar. La culpa vendrá después.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

Comentarios
  • verónica vázquez-escalante

    Una triste realidad de las situaciones actuales y la evidencia del poco o nulo interés por recordar a aquellos que vivieron por una causa y murieron por ésta.

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