Relación familia y maestros en el logro educativo
Gildardo Meda Amaral*
La educación, como cualquier actividad desarrollada en el marco de la sociedad, implica que los actores de ella establezcan, fortalezcan y desvanezcan relaciones al interior del salón de clases y de los centros escolares. Sería deseable que esas relaciones sean armónicas y que promovieran una sana convivencia, sin embargo, en algunos casos no se establecen de una manera equilibrada, en el marco de un ambiente democrático, de respecto y tolerancia, y generan procesos de desgano y angustia por parte de los actores implicados.
El profesorado establece relaciones al menos en cuatro niveles: con las autoridades educativas; con sus pares docentes; con los alumnos y con los padres de familia. Con respecto a estas dos últimas, en ciertas ocasiones se presentan desacuerdos y diferencias que pueden provocar un tenso clima escolar, que poco contribuye al logro de los objetivos educativos.
Un rasgo distintivo en nuestro sistema educativo es la ausencia de una verdadera cultura democrática en la vida y gestión de los centros escolares. En tal sentido, podemos decir que poco abona a subsanar esa ausencia, cuando prevalecen el autoritarismo y el ejercicio del poder de directivos contra maestros y de estos en contra del alumnado, aunado a un sentimiento de desconfianza y poca colaboración de los padres de familia con la labor del docente. No son pocos los maestros que opinan que el padre de familia exige mucho y se compromete poco.
Vivimos en un momento histórico caracterizado, asimismo, por la existencia de un clima social y político que responsabiliza únicamente a los docentes de la calidad de los procesos educativos. Respeto, confianza, tolerancia, humildad, responsabilidad, sinceridad y solidaridad, deben ser valores fundamentales que detonen un nuevo clima en las relaciones al interior de las escuelas.
Resulta contradictorio y paradójico que uno de los propósitos de la educación sea la construcción de ciudadanía y, a pesar de ello los padres de familia y el profesorado no nos reconocemos como actores de un proceso social que tiene un objetivo común: conseguir o al menos coadyuvar al logro educativo de los estudiantes. Algunos profesores tenemos problemas importantes para relacionarnos con las familias de nuestros escolares, fundamentalmente por el poco desarrollo de habilidades sociales y la carencia de información que posibilitan las interacciones y la comunicación. En algunas ocasiones se considera que el docente no tiene que involucrarse en los problemas familiares, aunque éstos se manifiesten en el salón de clases.
Educar conlleva tener, además de propósitos educativos claros, un profesorado comprometido con su labor, un efectivo trabajo colegiado, autoridades educativas responsables de apoyar al docente y una familia realmente comprometida y preocupada por la educación de sus hijos.
*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad [email protected]