Transiciones difíciles

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Suele decir mi madre que el día que la muerte llegue por ella tendrá que decirle a la parca: “todavía no acabo de limpiar mi casa, mejor ven cuando termine”. Y cree mi madre que así tendrá que postergar varias veces la fecha, porque es una tarea de nunca acabar. Quizá con la esperanza de una vida longeva, he escuchado a algunas abuelas proponerse como meta de vida el llegar al menos al día en que la menor de sus nietas cumpla los quince años, o se case, o tenga su primer hijo… y así posponer la transición después de la cual es probable que ninguno de nosotros tendremos conciencia. Por más que haya algunos chistes respecto a la posibilidad de ser conscientes de nuestra (dicen los esperanzados y creyentes) entrada más allá de las puertas que vigila San Pedro.
Hay transiciones que se dan sin que hagamos algo por lograrlas e incluso en contra de nuestra voluntad. Salimos de nuestra infancia a nuestro pesar. Y eso que, dicen, las mujeres logran salir de ella más pronto que los hombres, lo que dificulta para ellas el psicoanálisis pues tienen que recordar la época en que eran niñas, mientras que los hombres no debemos recordar tanto pues no hemos salido de nuestra infancia, por más años que logremos acumular. Transcurren los semestres sin que podamos detener el tiempo, pero el hecho de pasar de grado entre un semestre o año lectivo y el siguiente en buena parte depende de nuestros esfuerzos. Si hemos de pasar de ser jóvenes estudiantes de primer grado a “gente grande” de los últimos grados, se requiere de nuestro esfuerzo. Por más que a veces nos resistamos a realizar los exámenes, demostraciones, escritos o exposiciones que nos lleven de un grado al siguiente.
Se sabe de estudiantes de licenciatura y de posgrado que postergan el rito de paso necesario para convertirse en profesionales o expertos en un área del conocimiento o de la técnica y que llegan a afirmar, cuando sus programas de estudio son de ocho semestres, que se encuentran ya en el décimo u onceavo; pues los semestres en el calendario siguen transcurriendo y ellos no han logrado los requisitos para obtener sus grados. Difícil es la transición de un grado al otro, y esta transición se complica cuando los pre-requisitos de un curso no nos dejan avanzar al mismo tiempo que hemos cumplido con los atingentes a otras asignaturas.
Las transiciones no son exclusivas de los ámbitos académicos, pero solemos usar una metáfora escolar para referirnos a las “pruebas” que nos pone la vida o las relaciones o las exigencias de la vida profesional. Hay algunas transiciones que no se logran ni se evitan con nuestros esfuerzos o nuestras resistencias. La transición a la viudez, al estado civil de divorciado o de casado, a la tercera edad, suelen suceder en combinación entre algo de nuestra voluntad por sobrevivir y voluntades y circunstancias ajenas en las que es poco lo que podemos hacer cuando se vuelven impostergables.
Algo similar sucede con el cambio de año: hayamos terminado o no nuestras tareas, hayamos cumplido o no nuestros propósitos, el tiempo sigue su curso y un giro del planeta sigue al anterior, sin que podamos detenerlo ni acelerarlo, ni hacerlo más lento. Para algunos, el cambio de año parecerá la oportunidad de nuevas decisiones; para algunos otros, la posibilidad de más proyectos renovados.

*Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar