Escuela y vida trabajan por realidades distintas
José Manuel Bautista Vallejo*
Incoherencias a un lado, la escuela y la vida están en negociados distintos.
No lo digo yo, lo dice mucha gente, tanta que ya no duele, o tan poca, para algunos, que no suena a nada. Es una lástima.
Los que lo oímos desde hace tiempo tenemos la certeza de que es viejo el comentario: escuela y vida plantean necesidades, medios y resultados, es decir, realidades tan distintas, que cuesta creer que se siga manteniendo tal cual un sistema artificial para no poder transformar el mundo convenientemente.
Los problemas del mundo son viejos, pero hoy las medidas de la escuela, y hasta su propia existencia, parecen no sólo no ser suficientes, muchos piensan que ya son innecesarias y hasta equivocadas. La situación en algún sentido es tan lamentable que se esgrime un discurso teórico sobre lo educativo que, acto seguido, no tarda más que un segundo en incumplirse. Eso cuando hay discurso y éste es, al menos en su apariencia, bueno; se dan igualmente prácticas educativas absurdas que es incomprensible cómo no han sido abatidas ya por una sociedad que busca, o debería buscar, la verdad y el bien desenfrenadamente.
Es posible que ahí esté uno de los problemas, una sociedad doliente, pero también durmiente, es la que anida esa escuela que pierde gas y motivos de existencia. Ciudadanía está anestesiada por los mass-media y la sociedad del espectáculo que transita a oscuras en el comienzo de este tercer milenio.
¿Qué urge? No es fácil la cuestión, hay demasiado escombro. Pero estoy convencido de que esos escombros van a ser los cimientos de un nuevo edificio en donde todo eso que contamos como importante, la ciencia, la tecnología, etcétera, estén presentes de verdad, pero sin olvidar una de las cosas más machacadas durante la segunda mitad del siglo XX y el estrenado XXI, hasta casi su destrucción: los valores, las responsabilidades, la persona entera.
Como decía Mounier, el valor es fuente viva e inagotable de determinación, exuberancia, requerimiento irradiante. El valor tiende a incorporarse a un sujeto concreto, individual o colectivo. Los valores más duraderos tienen una existencia histórica. La historia sitúa el valor en lo general, aunque su verdadero lugar es el corazón vivo de las personas. Las personas sin los valores no existirían plenamente, pero los valores no existen para nosotros sino por el asentimiento que de ellos hacemos. No constituyen un mundo hecho que se realiza en la historia. Se revelan en el entramado de la libertad, y maduran con el acto que los elige.
No se entiende, pues, cómo fueron los valores fusilados por doquier… En ello, la meta de la educación, si quiere volver a encontrar su camino, no es hacer sino despertar personas.
*Doctor Europeo en Psicopedagogía. Profesor-investigador de la Universidad de Huelva. [email protected]