Descanso obligatorio y la cultura del aprendizaje

 en Jaime Navarro Saras

Jaime Navarro Saras*

Las vacaciones sirven para muchas cosas, principalmente para descansar, viajar, arreglar los pendientes y vivir los días, horas y minutos sin horario ni plan rígido de actividades este espacio vital. Al permanecer cerradas las escuelas y oficinas de gobierno al secretario de educación poco le queda por decir y la nota educativa escasea, más en los periodos de Navidad y Semana Santa, no así en vacaciones de verano.
Quienes seguimos la nota educativa del día a día tenemos que valernos de temáticas que quedaron entre notas e ideas sueltas, es por eso que en este artículo no voy a escribir de la reforma educativa y todos los atropellos del Estado en contra de los maestros y la escuela pública; tampoco de Aurelio Nuño y sus discursos envalentonados, hirientes y amenazantes contra todos los sujetos que difieren de lo que creó y defiende a ultranza; mucho menos de Francisco Ayón y su réplica caricaturesca de las políticas del centro y; de ninguna manera, sobre el papel del SNTE en personajes como Juan Díaz de la Torre (otrora alumno del desaparecido turno nocturno del calendario ordinario de la Escuela Normal Superior de Jalisco, centro delantero del equipo Generación de la liga de futbol de la Sección 16 del SNTE y merolico de discursos en defensa de los maestros y la escuela pública al inicio de su carrera sindical).
Mi interés tiene que ver con los estudiantes y los significados que le dan a las vacaciones. Al regreso del periodo vacacional solía preguntarles lo que habían hecho en esos días, a decir de ellos la mayoría se quedaba en casa consumiendo horas en la televisión, el Xbox y los demás videojuegos combinándolo con idas al parque y reuniones con amigos y vecinos de la cuadra y la colonia, otros más salían de la ciudad a visitar familiares y muy pocos lo hacían en plan vacacional (hotel y transporte a rutas de playa, ciudades coloniales, zonas naturales, etcétera). Casi nadie llevaba entre sus pendientes actividades escolares, al contrario, para la mayoría era un descanso olvidarse de las dinámicas de la escuela, la razón: porque los contenidos y aprendizajes escolares les resultan poco significativos para la vida cotidiana.
En ese sentido, y tal como lo ha señalado Alma Dzib en este mismo espacio, el problema toral de la escuela pública o privada de educación básica es que no enseña el valor real del acto de aprender, la urgencia por culminar un programa escolar atropella la posibilidad de entender los mecanismos del aprendizaje y evita que se propicien en el alumnado la enseñanza de métodos de indagación dinámicos, lúdicos y atractivos para que no lo vean como una rigidez impositiva, sino todo lo contrario que se dé de forma natural y que, a la larga, se convierta en un hábito que facilite las cosas y el aprender se convierta en un acto cultural.
Las preguntas ante este tipo de problemáticas serían: ¿el programa educativo de educación básica vigente da para propiciar en la aulas el gusto por aprender?, ¿los sujetos de la educación conocen de los mecanismos del aprendizaje?, ¿qué porcentaje de las actividades del aula se desarrollan en este sentido?, ¿las políticas educativas toman en cuenta las funciones cerebrales?, ¿hasta dónde es responsabilidad de alumnos y docentes los vacíos para propiciar el gusto y la cultura del aprendizaje?
En fin, lo cierto es que por más reformas educativas que vayan y vengan, mientras no generemos una cultura para propiciar el gusto por el aprendizaje, cualquier idea será una pérdida de tiempo y un gasto absurdo al erario.

*Editor de la Revista Educ@rnos. [email protected]

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