Lenguaje como arma
Carlos Arturo Espadas Interián*
La habilidad verbal que permite comunicarnos y por tanto transmitir e indagar, representa en nuestra época un elemento fundamental de construcción esencial dentro del ámbito profesional y cotidiano.
Educar para su uso representa uno de los grandes retos de los educadores. La necesitamos cuando exponemos una idea ante los demás, por ejemplo un proyecto; cuando queremos transmitir una idea, por ejemplo presentar una serie de requerimientos o instrucciones; cuando queremos indagar en los otros sus formas de ver el mundo, por ejemplo para verificar la comprensión de instrucciones dadas a los trabajadores de una planta o en una entrevista.
La habilidad verbal, como el ser humano mismo, es una unidad que se enriquece y nutre de la escucha, del razonamiento, de la memoria, la intencionalidad, intereses y de la ética, por mencionar algunas.
De esta forma, para mejorarla se requiere trabajar otras áreas del desarrollo en las personas –sean estudiantes, grupos, equipos, comunidades–, trabajarla representa superar una barrera fundamental: la costumbre ¿quién no usa el lenguaje, sea oral o escrito?
Primeramente es necesario ayudar al otro a tomar conciencia del uso que implica las características estructurales del mensaje pero al mismo tiempo todo lo subyacente: intenciones y por tanto aspectos éticos y morales, entre otros.
Ante lo estructural, la facilidad de acceso a medios de comunicación en donde el texto es fundamental (teléfonos de cuarta generación, TIC’s, entre otros) ha permitido la aplicación cotidiana del lenguaje escrito. Sin embargo, la escritura remite necesariamente al análisis de una serie de aspectos del desarrollo intelectual y racional en el ser humano. Desentrañar lo que se emite implícitamente en los mensajes, formas estructurales e incluso las características gráficas del texto es un área en donde se requiere gran trabajo. La función comunicativa del lenguaje ya no es suficiente, es necesario trascenderla –si es que esto es posible– para iniciar en un camino de construcciones intencionadas que permitan el desarrollo de nuestra población hacia otros aspectos de la cultura y la civilización.
Por otra parte, lo subyacente que no existe fuera de las estructuras, es el terreno más escabroso para ser trabajado, no resulta sencillo detectar lo evidente, lo más o menos oculto o lo que se esconde profundamente. Esta dimensión es, si se permite, la más importante porque posibilita a los sujetos emisores reconstruir intencionalmente sus mensajes y con ello tener la posibilidad de, por medio del uso del lenguaje, iniciar en la estructuración de un mundo diferente.
El reto entonces radica en el trabajo no sólo de las grafías y fonemas, de la decodificación de las letras y los signos, de las entonaciones y silencios, sino de estar conscientes del impacto del mensaje emitido y con ello generar apoyos y mensajes direccionados hacia la mejora de los entornos en donde los sujetos actúan.
En un mundo en donde las exigencias oficiales apuntan hacia las áreas del lenguaje y el pensamiento matemático, es necesario apropiarnos de esta exigencia para transformarla en un bien cultural para los ciudadanos de nuestro país, trascender nuestros conceptos de “lenguaje”, de ser necesario, para ubicarnos en una práctica política intencionada de colaboración con los otros para mejorar el lenguaje y con él, todo lo que tiene aparejado para constituir una sociedad desde la perspectiva de la ciudadanía, que al decir algo, referencie prácticas y alternativas, sustratos y enfoques, aspiraciones y proyectos, todo de forma consciente. Este es el primer paso: enunciarlo, decirlo, nombrarlo y al nombrarlo se tiene la primera condición para hacerlo posible. El siguiente paso, sin duda alguna después de nombrarlo y compartirlo –pues no se nombra algo socialmente sin ser compartido–, es: la acción.
*Profesor–investigador de la Unidad 111 UPN/Guanajuato. [email protected]