Expansionistas
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
He sabido de algunas personas que compran un terreno, construyen su casa y se dan cuenta de que el crecimiento de su familia y la eficacia de sus estrategias financieras les permiten comprar el terreno o la casa aledaña. Otras personas optan por conseguir pedazos de este planeta ubicados en puntos más distantes. No a la puerta o a la cuadra siguientes, sino en alguna otra zona a varios kilómetros de su residencia habitual, o en otra ciudad. Hay quienes tienen propiedades en distintos países y continentes. Quizá, incluso, se manejan no sólo en distintos regímenes de tenencia de las tierras, sino también en diversos sistemas legales, burocracias e idiomas.
En la historia de la humanidad se ha dado que los más poderosos se hacen de territorios y recursos con tan sólo reclamarlos por haber llegado a ellos antes de que haya registros de visitas humanas previas. Hay ciudades, reinos e imperios que han crecido por la fuerza de sus ejércitos y, en muchos casos, tan sólo para que sus ejércitos se mantengan fuertes y bien atendidos por los pueblos que dicen defender. Buena parte del trabajo de los emperadores, explica Ernst Gombrich (1909-2001), consistía en mantener la paz en el imperio. Así que había que evitar que los enemigos se acercaran poniendo tierra de por medio. No a través de la graciosa huida con pies en polvorosa, sino ampliando los territorios imperiales para que las fronteras y los enemigos quedaran más lejos de las grandes ciudades y no las fueran a saquear. A medida que se expandían los imperios (Gombrich narra el caso específico del romano), más necesaria se volvía la tarea de defender las fronteras y preocuparse por la “seguridad” de sus vulnerables posesiones. Las anexiones y las ampliaciones de los reinos y los imperios han tenido unos pocos notables ganadores, de los que me permito destacar a Gran Bretaña y a Estados Unidos y a los que cabe añadir China y Rusia, por mencionar a los países con gobiernos poderosos y con armas y ejércitos para lucir temibles.
En Deuteronomio 11:24-25 se afirma: “Todo lugar donde pongan el pie será de ustedes; desde el desierto hasta el Líbano y desde el río Éufrates hasta el mar occidental se extenderá su territorio. Nadie podrá resistirles; Yavé hará que los teman y los respeten en toda la extensión de la tierra que han de pisar…” Parecería que ése y otros dioses concederían partes de la creación en este planeta para ser poseídas y disfrutadas por unos, aunque sean cultivadas y preparadas por otros.
Una tendencia en el sentido contrario a la expansión de los reinos es la secesión. Territorios que tienen líderes que optan por separarse. Aunque en realidad expansionismo y secesionismo se complementan. Se sabe de congregaciones enteras que se convierten a otra interpretación de la religión y se separan de una denominación para unirse a otra. Y hemos visto cómo, tras la desintegración de la Unión Soviética tras aproximadamente un siglo, Yugoslavia se partió en varios países que luego han hecho por afiliarse con grupos más amplios, específicamente al unirse a la Unión Europea. Putin reconoció la separación de la zona del Donbass, que había sido escenario de una guerra secesionista entre 2014 y 2022, sólo para poder “ayudar” y controlar esa porción del planeta al separarse de Ucrania.
En días recientes nos hemos enterado de que Donald John Trump propuso que Canadá se convirtiera en el estado número 51 de Estados Unidos, además de sostener que Groenlandia (que es parte de Dinamarca desde 1953) es un territorio que, por razones de seguridad, debe ser parte también de ese país. Las bravuconadas de cambiar el nombre al Golfo de México y la carta de la presidente de México a la compañía Google para que no cambie la denominación a “Golfo de América” son parte de ese afán expansionista que incluye la “recuperación” del Canal de Panamá. Territorio que, por cierto, le fue arrebatado a Colombia en noviembre de 1903, tras casi un siglo de que Panamá fuera parte de Colombia (1821).
Los afanes expansionistas no siempre están asociados a gobiernos reconocidos internacionalmente. Lo vemos no sólo en los vecinos que se apropian de una edificación, una casa o un terreno sin hacer los pagos y los tratos de compra-venta que marcan las leyes, sino también en las actuales pugnas entre grupos relativamente organizados de criminales dedicados a la venta de estupefacientes y a otras actividades ilícitas. ¿Quién debe cobrar tributos (“derecho de piso”, suele llamársele), contribuciones (impuestos, se les llama por un buen motivo) y aranceles a quienes realizan determinadas actividades en determinados espacios de este planeta? Los poderes fácticos y los regímenes establecidos, reconocidos o no, se disputan los territorios y se amenazan unos a otros con que, de no ceder, de no negociar, no vender o no aceptar entregar determinados recursos, serán sus poblaciones y quizá hasta sus burocracias, ejércitos y aristocracias las que pagarán por la osadía. A veces, incluso, con las vidas de las mismas personas a las que gobiernan esas fuerzas imperiales y expansionistas.
Al cabo, parecen estar convencidos los jerarcas, reyes, emperadores y gesticuladores: mano de obra y carne de cañón, de eso sí hay. Como evocó la presidente de México hace algunas semanas, sin citar directamente, cada territorio y país suele contar con un soldado en cada hijo, concedido y escrito por los dígitos divinos, por más torcidos y retorcidos que sean sus designios. Las divinidades del reino que se expande o las divinidades del reino que se separa suelen disponer de belicosos participantes mortales para servir a los afanes expansionistas o expresar el hartazgo de ser parte de algo que sus gobernantes señalan como inconveniente e incómodo. Si no, ¿para qué son los ejércitos y los soldados de infantería, si no es para defender y en lo posible ampliar las fronteras “por razones de seguridad”?
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]
Excelente
Pareciera, que la posesión y expansión de territorios fuera directamente proporcional al poder y a los años de vida de su promotor.