Enemigos

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Hace ya casi tres años que Vladimir Putin señaló que al gobierno de Estados Unidos no le gustaría que Rusia pusiera bases militares en México; desde ellas se podría, según el hombre fuerte de la Federación Rusa, lanzar misiles hacia el poderoso y a la vez vulnerable vecino del norte. Y con el pretexto de que Ucrania se estaba convirtiendo en enemigo al unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), optó por la consabida máxima de que la mejor defensa es el ataque. Al reconocimiento de la independencia de Dontesk y Luhansk respecto a Ucrania, declarado por el gobierno de Rusia, siguió el envío de tropas de ese país “para proteger a los ciudadanos rusos”. Putin recurrió así a una táctica que no resulta novedosa en la historia de la atribulada humanidad: señalar a un enemigo como culpable de comenzar las agresiones de las que no queda más que defenderse.

Si bien, suele ser verdad que también los paranoicos tienen enemigos, éstos no siempre son los que se han imaginado y declararse enemigos de determinadas personas, grupos, gobiernos, acciones o pueblos, no necesariamente corresponde con que esos pueblos se consideren a sí mismos enemigos de quienes así los denominan. La línea entre amigos y enemigos es muy difusa y lo vemos con frecuencia en las traiciones que se dan entre antiguas amistades; esas traiciones se hacen notar cuando salen a luz intereses que no eran explícitos en las relaciones de años y que ni siquiera se habían dirimido en las charlas de sobremesa o en las mesas de posibles negociaciones. En todo caso, contar con enemigos es tan importante que a veces se requiere inventarlos. En especial si lo que se busca es el apoyo de posibles aliados frente a aquellos reales o supuestos adversarios.

La llamada a combatir a los enemigos comunes, así como el recurso a señalar que determinados líderes organizan la lucha o la resistencia contra quienes atacan a los indefensos pueblos, no es novedad. A lo largo de la historia, muchos grupos e individuos han sido señalados como enemigos para, una vez identificados, organizar cómo defenderse o cómo atacarlos. Desde el enemigo por excelencia, el ángel caído Satanás, hasta los inmigrantes (enemigos de la actualidad en diversos discursos), pasando por los comunistas, los judíos, los esclavos rebeldes, los gachupines, los bárbaros, los moros, los musulmanes, los cristianos que no son leales al Papa de Roma, los cristianos que no son leales al Papa en el exilio, los que hablan o piensan diferente, los que promueven otros dioses, otras imágenes, otras leyes u otros acuerdos, los simpatizantes de la derecha, los capitalistas, los vecinos del norte o los vecinos del este (o de cualquier otro punto cardinal), los creyentes o los infieles, los rivales de dentro o de fuera, señalar un enemigo conlleva un llamado a las armas. O un llamado a la calma: “no te preocupes, yo te defenderé frente a ese malvado”.

En los oficios hay también rivales, adversarios y enemigos encarnizados: en especial si hay quienes se dedican a algo parecido y compiten por los recursos o por los clientes o por los recursos de sus clientelas habituales. Hay enemigos en las formas de concebir el mundo, como dan testimonio las muchas guerras religiosas y las diferentes interpretaciones doctrinales, aun cuando “el jefe” o “los dioses” sean los mismos, pero las interpretaciones de los mensajes recibidos o los rituales para los mensajes enviados resulten contrastantes y enervantes. En semanas recientes, Trump ha señalado que existen enemigos internos en Estados Unidos, pero también enemigos que vienen de fuera. En sus señalamientos ha coincidido con discursos de otros tiempos y otras latitudes al señalar a los inmigrantes como los enemigos de la actualidad. Para esa construcción de los enemigos, ha echado mano de argumentos como devoradores de mascotas, asesinos y violadores, despojadores de empleos, aprovechados de servicios, viviendas y otros recursos.

En las ciencias sociales y en las disciplinas aplicadas a la educación se han señalado enemigos en quienes sostienen visiones distintas a las dominantes en determinadas épocas. Son enemigos de la sociedad, del cambio, de la ciencia, del aprendizaje, de los aprendices y hasta de los docentes quienes no aplican la visión más actual de las perspectivas pedagógicas, se afirma. Y hay quien se arroga el papel de defensor de la educación frente a determinadas perspectivas o prácticas o de los grupos que las promueven o insinúan. Hemos visto cómo, quienes en el pasado compartían visiones similares, hacen lo posible por diferenciarse de sus antiguos aliados y prefieren deslindarse y llamarlos enemigos con tal de que no se les vuelve a asociar ni en el espacio, ni en la historia, ni el mismo libro de teorías y prácticas educativas. Lo vemos con quienes antes fueron muy parecidos y que ahora rugen en contra de aquellos con quienes antes ronroneaban al unísono.

Las enemistades, en muchas ocasiones, remiten a abstracciones, principios e ideas y no necesariamente a cuestiones concretas, prácticas y acciones. Hay quien se declara enemigo de los unitarios por considerarse trinitario, quien señala como imperdonable que alguien sea positivista en vez de constructivista, quien se identifica como materialista en vez de animista o mentalista. En la historia de la humanidad se han dado algunas rivalidades productivas y otras que han dado lugar a que los partidarios de una u otra postura se armen hasta los dientes para diferenciarse. Algunas enemistades parecen tener razón de ser. Por ejemplo: ¿para qué cambiar del sistema inglés de medidas al decimal, si ya todo está medido y señalado en carreteras, herramientas y maquinarias? ¿O por qué aceptar, señalan algunos que declaran a los chinos contemporáneos como sus enemigos, al sistema de transmisión de datos 5G si ya estábamos tan acostumbrados al 4G? Hay otras enemistades que delatan alguna resistencia al cambio, pues hay quien se declara enemigo de determinadas doctrinas, de determinadas transmisiones acopladas a los motores de los vehículos, de determinadas formas de pensar, de determinados rituales o creencias. Y hay quien busca, para su causa, proteger a otros de esos enemigos (¡herejes!) muchas veces imaginados, para construir los fuertes, las trincheras o las estrategias para enfrentarlos. Hay quien propone que, en caso de no poder vencerlos, es mejor unirse a esos enemigos. Y, como hemos visto muchas veces en la historia, hay quien tiene tales amigos que en realidad no necesita ya buscarse enemigos para encontrar quien se resista a sus propósitos y proyectos.

A veces resulta relativamente fácil hacerse de enemigos para sí, o resulta fácil crearlos para aliarse con aquellos a quienes se defenderá como paladines de la justicia. En todo caso, hay quienes señalan que logra más la colaboración que el conflicto, por más que “vencer al enemigo” suele resultar bastante satisfactorio. Aunque quizá no tanto como resolver los problemas en vez de luchar contra quienes proponen soluciones alternativas y a los que se etiqueta como contrincantes. En este video, por citar un ejemplo, la narradora señala que hay muchas ocasiones en que “los enemigos” en realidad son posibles aliados, pero quienes los señalan como opositores en realidad no quieren que nos enteremos de cómo quienes dicen defendernos en realidad son quienes más nos estorban nuestros planes de vida: https://youtu.be/B5tBLb6C5Yc?si=tBDOsUVuiizJkhDT

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]

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