Cuestión de forma

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

No es de extrañar: en cadena televisiva nacional hemos sido testigos de que ni siquiera una persona con un alto nivel en el gobierno federal pone atención en las sangrías. Lamentable resulta que no cuente con alguien que la asesore para revisar y afinar sus textos, dado que en otras varias instituciones sí existen personas dedicadas a convertir en frases, argumentos y textos las ideas generales que propuso una persona que gobierna y quien signará un comunicado. Aludo aquí a una carta y a una persona de las que hemos tenido noticia antes de que la misiva fuera enviada a su destinatario principal: la carta que la presidenta (“con a”) de México envió al presidente electo del país vecino en el norte.
Que Sheinbaum no pusiera sangrías en los párrafos de su carta a Trump puede interpretarse como un signo de los tiempos. En la escuela primaria solían enfatizarse esas cuestiones de forma, como las sangrías, los encabezados, el uso de mayúsculas (sólo en nombre propio y al inicio de una frase), desatar las siglas cuando se utilizan por primera vez en una exposición oral o escrita, usar comillas cuando se cita y señalar las fuentes de la información. Habrá quien recuerde que la letra “h” no suena en español, pero eso no significa que no se note su presencia o su ausencia y que se la pueda omitir de la escritura o meterla cuando no viene a cuento. A ver si alguien aclara que es cuestión de poco haber cultural y escolar utilizar esa letra a tontas y a locas, pues no es lo mismo haber hecho algo que tañer al vuelo, con ánimo huero, las campanas. Un desatinado uso de ésa y otras letras sería como oír campanas y no saber dónde.
No obstante que es poco frecuente que la gente utilice los aparatos todavía denominados teléfonos para llamar directamente a las otras personas y ahora los use para mandar textos escritos o grabados, eso no significa que las convenciones del lenguaje hayan perdido vigencia. Lo que sí ha pasado es que muchas personas les han perdido respeto o, al menos, han perdido la memoria de cómo se usan esas convenciones de forma. En su libro El buen uso de las palabras, el académico de la lengua Valentín García Yebra (1917-2010) recopiló varias piezas en las que describe con ironía algunos usos del lenguaje español entre quienes, podría suponerse, son profesionales en el manejo de los detalles de la lengua, como novelistas, periodistas y cronistas. Siendo García Yebra nativo de una población que lleva el nombre “El Bierzo” (Provincia de León), una de sus exposiciones remite al uso incorrecto que se hace de los nombres propios que contienen un artículo y señala que, simplemente, basta con señalar que él es nativo del Bierzo. Enfatizo en términos más cercanos personal y geográficamente: yo soy egresado del Colegio de la Frontera Norte y, por algún tiempo, asiduo de las presentaciones y conferencias del Colegio de Jalisco.
En los tiempos que corren (lo que hacen todos, si atendemos a la expresión tempus fugit), es frecuente encontrar textos que narren hechos del pasado o proyectos del futuro utilizando tan sólo verbos en tiempo presente. Aun cuando existe la modalidad del “presente histórico” (“Miguel Hidalgo declara la independencia de México respecto a la corona española”), también hay quien escribe en presente algo que todavía no sucede: “mañana estoy ocupado”, en vez de conjugar el verbo en futuro. En el ámbito de la formación para la investigación, he observado que este hábito de la comunicación verbal cotidiana ha tornado difícil distinguir la redacción de un proyecto (“haré, entrevistaré, visitaré, iré, veré, venceré”) de la redacción de un avance o de un reporte de investigación (“hice, visité, fui, vi, vencí”), lo que lleva a que alguien que defiende una tesis o sus hallazgos hasta el momento escriba una portada que reza “proyecto”. Los usos vulgares del lenguaje han conllevado hábitos y hasta modificaciones en el significado de palabras y expresiones. Una de mis palabras preferidas que ha cambiado de significado remite al verbo “prostituir”, que originalmente denotaba mostrarse, pero que después significó comercio carnal a cambio de una remuneración y que luego ha dado en utilizarse para la venta (o renta) no solo del cuerpo, sino también de la pluma y la lengua y para aludir a otras formas de traicionar los principios (y de mostrar el cobre de una hechura moral muy superficial). A veces, en el afán de ser sutiles en nuestras comunicaciones, acabamos por ser tan ambiguos que no dejamos claro el mensaje. Lo vemos en el caso de otros términos como “follar” y “coger”, que remiten ahora a otras acciones gracias a los usos cotidianos que de ellos se hacen en la península ibérica y en el continente americano.
La tecnología, sea encarnada por las computadoras de escritorio o de mano que llamamos “celulares”, sea por medios que nos transportan de cuerpo entero, o a través de procesos de transformación de otras materias, ha contribuido a algunas aberraciones lingüísticas (por el momento) que en realidad son simples calcas como los anglicismos “checar”, “accesar”, “aplicar” (en vez de enviar una solicitud), entre otras. Los galicismos que comentó García Yebra en su momento ya no son tan frecuentes, dada la gran divulgación de las tecnologías y los textos en inglés que suelen acompañarlas. No obstante, a las faltas de ortografía y gramaticales del español, ahora añadimos errores en el uso de otros idiomas a los que nos expone nuestra profesión o nuestras interacciones cotidianas.
Sabemos que omitir comillas o no realizar adecuadamente el uso de párrafos “indentados” puede convertirse en un problema legal y podría acusarse de plagio a quien no señale de dónde provienen determinadas porciones de los textos. Lo que no parece que haya preocupado a profesionales de la ley y del lenguaje en sus trabajos recepcionales; hasta que alguien expurgó sus documentos del pasado y esgrimió esa falta de respeto a las formas como una falta de respeto a las ideas de otros. De tal modo, resulta preocupante que muchos estudiantes que revisaron las convenciones del idioma en secundaria y bachillerato lleguen a la licenciatura e incluso a los posgrados sin conocer las convenciones para la redacción de una carta, para el uso de los signos de puntuación, para la enumeración de las fuentes de información.
Parecería que ese asunto del lenguaje no ha merecido, no merece y no merecerá la atención de los usuarios. Así como cada conductor de vehículos se da por bien servido con lograr moverlos sin prestar atención al manual de uso de cada aparato que lo traslada o del reglamento para el uso de los espacios por los que circula, encontramos que los usuarios del lenguaje prestan (prestamos) escasa atención a los pormenores de la puntuación, la gramática, la estructura de las exposiciones verbales, las tildes y los acentos (lo escrito y lo pronunciado).
¿Cuántos mensajes hemos recibido en los que alguien planteó una pregunta, pero no abrió los signos de interrogación ni escribió la tilde en las expresiones interrogativas? ¿Cuántas veces hemos presenciado publicidad, instrucciones o escritos de académicos con faltas de ortografía o uso de términos que no corresponden con el mensaje que se desea expresar? Remito al uso de términos como “evento” para denotar “acontecimiento”, “proteje” en vez de “protege”, por citar algunos ejemplos cotidianos. No es lo mismo ser un náufrago que señalar que por poco naufrago (o casi naufragué) en determinada circunstancia o que alguien, que no fui yo, naufragó en su intento por llegar a determinada costa. Los rebeldes frente a las normas de fondo a veces se revelan en su forma de utilizar el lenguaje. Ya que mencioné un libro sobre el buen uso de las palabras, conviene señalar que existen otros libros más allá de los diccionarios, que ayudan a combinarlas y analizar los significados de frases, oraciones y textos de mayor extensión. Recomiendo el libro del autor que mereció el Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades de 2018, Alex Grijelmo (2006). La gramática descomplicada, mismo que en realidad sirve para no subestimar las complejidades de nuestro idioma. Igualmente, cabe enfatizar que aprender un idioma diferente a nuestra lengua madre ayudará a hacernos conscientes de los vericuetos, rincones y particularidades de los lenguajes.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. [email protected]

Comentarios
  • Alicia Glez.

    Pareciera que en la medida que abarcamos más, con ayuda de las tecnologías, profundizamos menos.

  • Alicia

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