Adaptación y resistencia

 en Carlos Arturo

Carlos Arturo Espadas Interián*

La adaptación en el ser humano es un mecanismo de supervivencia básico; sin éste, nuestra especie habría desaparecido. Analizarla y percibirla como elemento fundamental de nuestra especie, tiene implicaciones en el plano concreto tangible y en el plano teórico conceptual.
Es en el plano teórico conceptual donde se debe centrar la atención, sobre todo cuando su uso implica acciones y modificaciones conductuales sugeridas desde los entornos formativos, académicos y apuntaladas desde ciertas disciplinas.
La adaptación a los fenómenos climáticos, por ejemplo, permiten salir y han permitido salir a nuestra especie de situaciones planetarias complejas, conquistar espacios geográficos impensables y existir sobre la faz de casi todo el planeta de manera fructífera.
Ante elementos que no pueden ser cambiados o cuyos cambios tomarían la existencia de varias generaciones humanas, hay poco que hacer más que adaptarse o en su caso emprender un proceso medido en la temporalidad generacional, con lo complicado que ello resulta.
La cuestión radica en el hecho que uno es el mundo natural y otro el social. El mundo natural lo hemos modificado intencionalmente o no. El social, con su apariencia de existir por sí, oculta su reproducción, replicarse y recibir mantenimiento de la compleja red de sus estructuras.
Adaptarse al mundo social, implica la aceptación de esas estructuras. Cuando las estructuras que conforman una sociedad resultan inhumanas, por ejemplo, adaptarse significará aceptarlas.
Usar el concepto adaptación en este caso desemboca en el hecho que una oposición a estas estructuras significará una desadaptación. Así alguien que, por ejemplo, luchara para mejorar las condiciones… sería un desadaptado, y si seguimos ciertas disciplinas casi un enfermo que además de enfermo mental, lo sería social.
A la par de la adaptación existe otro concepto que pareciera que en esta época se usa únicamente con ciertos fines políticos de conveniencia para el caos, la desestructuración e irónicamente de mantenimiento para el sistema, es la: resistencia.
El ser humano, a lo largo de su existencia en el mundo, se ha resistido incluso al clima, ha confeccionado ropa con pieles de animales, construido casas que reducen o inhiben el impacto de climas altos o bajos… en fin, la lista sería interminable.
En el ámbito social, la resistencia ha generado cambios sustanciales en las estructuras y con ellos se ha buscado su mejora. Como producto humano, las estructuras siguen siendo imperfectas, sin embargo, cada mejora tiene implicaciones gigantescas en la vida individual y colectiva.
La resistencia no necesariamente tiene que ser violenta, lo único que pide la resistencia es buscar formas diferentes de ver, entender, actuar, pensar, percibir el mundo sea natural y social, y al hacerlo implica la acción, porque aunque no es violenta, la resistencia sin la acción humana de poco sirve.
La resistencia, entonces, se encuentra en las fibras íntimas de nuestra humanidad y ha sido uno de los motores del cambio en todos los trayectos de nuestra existencia. En nuestras escuelas es necesario trabajar la resistencia para que las acciones se construyan sobre bases racionales, creativas, con visión de futuro, compromiso social y, sobre todo, desde la perspectiva de buscar que la civilización a la par de nuestra especie continúe en un proceso de desarrollo, cambio y transformación.
Caso contrario, tendremos resistencias irracionales, con todo lo que ello implica.

*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. cespadas1812@gmail.com

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