Generaciones, cohortes y grupos de referencia

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Es sabido que las personas tienden a deprimirse no sólo por sus propias condiciones de salud, sino también por los infortunios de las personas a las que profesan afecto, aun cuando hayan transcurrido años o décadas desde su más reciente interacción directa. Solemos preocuparnos por nuestros parientes, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, e incluso por nuestros vecinos y conocidos del barrio. En compensación, también nos alegramos por las buenas fortunas y los logros de las personas a las que apreciamos. Los sentimientos de envidia que provocan los éxitos y las alegrías ajenas están también asociados con personas relativamente cercanas. Como señala el filósofo suizo Alain de Botton (nacido en 1969), la envidia que sentimos por determinadas personas se asocia con las similitudes y la cercanía que tenemos por ellas (https://www.youtube.com/watch?v=YSeNGnAJ0nI). A la reina de Inglaterra no la envidiamos precisamente porque no tiene muchas características que la hagan parecerse a nosotros.

Esta mirada hacia las personas que se encuentran en categorías en las que nosotros nos sentimos incluidos suele estar asociada también con los contemporáneos. Estaremos tristes, felices o sentiremos envidia de las personas con las que hemos interactuado recientemente o en un pasado que todavía recordamos o con las que, a pesar de que no conocemos directamente, podrían ser parte de nuestros círculos de interacción. Podremos ponernos en los zapatos de algunos de nuestros parientes, vecinos y amigos. Y lo haremos especialmente con los compañeros de escuela y de trabajo, con quienes no sólo compartimos profesión u oficio y muchas horas de actividades conjuntas en espacios cotidianos, sino que también compartimos muchas de las condiciones materiales y de clase. Estudiamos en las mismas escuelas porque nuestras familias vivían en determinada ciudad y en determinada parte de ella, porque había condiciones adecuadas para llegar y permanecer a lo largo de varios cursos y grados en esas instituciones y porque los costos asociados a estudiar en ellas nos acercaban a ser parte de un determinado grupo de ingresos y capacidad adquisitiva. Un factor adicional que nos ha ayudado a identificarnos con determinadas personas es que pasamos de grado y de nivel más o menos en las mismas épocas que nuestros compañeros, con los que coincidiremos en las aulas y en otras actividades asociadas a la escuela o la formación profesional.

Buena parte de nuestras experiencias en el barrio, la familia o la escuela se asocia con la generación de la que somos parte y, en algunos casos, los demógrafos especifican que existen cohortes que comparten experiencias no necesariamente por haber nacido en un determinado límite de tiempo, sino por haber sido parte de determinados procesos sociales. Podría decirse que hay cohortes que sufrieron o gozaron determinados acontecimientos, a pesar de haber nacido en años muy distantes entre sí. Pienso en sucesos como el terremoto de la Ciudad de México en 1985 o la explosión en Chernobyl, que afectó a amplios grupos de población de muy diversas edades, desde personas recién nacidas hasta personas en su ancianidad. Por otra parte, las generaciones en las escuelas tienden a una mayor uniformidad en sus edades, lo que no significa que el rango de sus años de nacimiento no pueda ser muy dilatado. Lo que sucede especialmente en algunas licenciaturas y posgrados pues, tras haber pasado por la educación básica y media en años relativamente jóvenes y con edades relativamente uniformes, coinciden después estudiantes en un rango de edades más amplio, desde recién egresados del bachillerato (generalmente antes de iniciar la tercer década de edad) hasta personas que regresan a la escuela tras algunos años de desempeñarse en algún empleo de tiempo completo.

Además de las amistades y de una que otra aversión que se generan en las aulas, suele suceder que algunos estudiantes establezcan relaciones más estrechas entre sí, desde noviazgos hasta matrimonios e incluso hay casos en que en tener compañeros de escuela sirve para ampliar las redes sociales de interacción, por lo que no extraña que los compañeros de escuela en algún momento resulten en contactos para establecer relaciones de conyugalidad con parientes de otros estudiantes. De tal modo, las generaciones a las que pertenecemos en las escuelas se convierten en factores para establecer y conservar relaciones de amistad y parentesco durante décadas y para ampliar nuestras opciones profesionales y laborales mucho más allá de las relaciones directas con otros estudiantes con los que compartimos cursos. Por otra parte, aun cuando tiene beneficios que los grupos que ingresan a las escuelas en determinado periodo lectivo permanezcan juntos, vale la pena considerar que la uniformidad en las edades y en el paso por los cursos podría significar que se deje fuera una heterogeneidad de edades, intereses y habilidades. La amistad entre personas de edades diferentes permite la posibilidad de que se combinen también diferentes intereses, fuentes de información y habilidades para el planteamiento y la resolución de problemas.

Para los miembros de algunas generaciones, algunas situaciones son todavía deseables, mientras que para otras generaciones podrían parecer estorbos para plantear y resolver situaciones para el éxito individual, laboral o social. Un valor como el matrimonio monogámico y para siempre, pudo ser visto durante décadas como una solución para la crianza de los hijos y nietos y para asegurar la estabilidad económica, mientras que en generaciones más recientes las relaciones de pareja parecen tener menor trascendencia como estrategia de supervivencia y como marco para la seguridad social de los involucrados. Habría que considerar si la flexibilidad en la educación podría aportar también la posibilidad de estrategias alternativas de aprendizaje al combinar diferentes edades y especialidades en los cursos. Es decir, en vez de generar grupos de ingreso que egresarán como generaciones tras una determinada cantidad de años o semestres en las mismas aulas, promover la combinación de diversas edades, especialidades, habilidades, intereses y formas de plantear y resolver problemas.

Aun cuando combinar estudiantes con diversos intereses, grados de madurez, capacidades, no asegura que las tradiciones de las profesiones y los oficios puedan ser cuestionadas radicalmente, sí es posible que se formen equipos que amplíen las perspectivas de los participantes en determinados cursos y profesiones. El trabajo interdisciplinario podría así enriquecerse con la participación de miembros de distintas cohortes y generaciones, con diversas identidades profesionales o asociados a otras identidades de grupo (género, espacio, clase social, experiencias). Aun cuando no es despreciable la fuerza de los lazos afectivos y de colaboración que pueden generarse dentro de grupos que funcionan como generaciones dentro de los niveles escolares y en los oficios, habrá que pensar que todavía es posible ampliar los impactos de grupos de mayor heterogeneidad. Sobre todo para cuestionar algunas de las prácticas dentro de las profesiones, que, en muchos casos suelen verse limitadas por las prescripciones de cómo deben hacerse las cosas dentro de determinado grupo de edad o determinada profesión. Yo apostaría a que una mayor diversidad de orígenes de los estudiantes que toman parte en determinados cursos podría derivar en una mayor variedad en los puntos de vista, perspectivas de análisis y en el planteamiento y solución de problemas escolares, pedagógicos y profesionales. ¿Qué ventajas has derivado de pertenecer a determinada generación? ¿Qué ejemplos podrían documentarse de fracasos o éxitos al integrar a miembros que proceden de diferentes experiencias escolares y profesionales?

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara.[email protected]

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