Incidir en el entorno
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
La educación es un esfuerzo cuyos resultados se observan en distintos plazos. Hay algunas habilidades en las que podemos observar avances de un día para otro. Suele suceder con actividades físicas y de coordinación. En algunos temas aprendemos rápidamente su lógica, funcionamiento o reglas y logramos aplicarlas en pocos minutos u horas.
En cambio, hay otras que requieren más práctica y entonces sólo podemos esperar que los estudiantes aprendan y apliquen determinados procesos en un plazo que puede tomar semanas o meses. Tal es el caso con cuestiones como la gramática y la ortografía de un idioma, ya sea la lengua materna o un segundo idioma. Otros temas aprendidos toman años o décadas en consolidarse y eso lo observamos cuando nos damos cuenta de los conocimientos acumulados de los estudiantes mucho tiempo después de que pasaron por las aulas. En ese sentido, la educación incide en lo que sucede mucho tiempo después.
Cuando algún personaje de la vida pública destaca por la aplicación de sus conocimientos o por su creatividad en las habilidades que aprendió en distintas etapas de su educación escolar, solemos referirnos a su historia como enraizada en ésta o aquellla institución escolar. Es ésta una manera en que la escuela logra incidir en determinados estudiantes en el largo plazo, además de incidir en la comunidad escolar que se expresa orgullosa por los logros de un egresado que comenzó su trayectoria en ese plantel. Indirectamente, los profesores de la escuela pueden sentir que han hecho algún bien a la comunidad o a la sociedad gracias a los logros de ese estudiante de antaño.
En determinadas épocas de la historia de la educación en México se habló de actividades extra-escolares vinculadas con la escuela a las que se llamó “desarrollo de la comunidad”, en especial en educación media, aunque también a través de los programas de “servicio social” de la educación superior.
Sin embargo, en años recientes, las escuelas y algunas otras instituciones públicas parecen no contenplar los impactos que pueden causar más allá de lo que logran en el corto y mediano plazo en sus estudiantes. Que aprendan determinadas habilidades que se pueden medir y evaluar, que retengan la capacidad de leer y escribir, contar y diseñar, pero se olvidan de que eso incide también en lo que pasa en los entornos de los estudiantes.
En especial en años recientes, ese enconchamiento de las escuelas en las “habilidades académicas” parece hacer que los docentes nos concentremos en que los estudiantes aprendan y no en la manera en que las actividades que esos estudiantes realizan FUERA de la escuela tengan un impacto positivo. Son notables los impactos negativos de las escuelas en las comunidades y sociedades en las que deberían buscar impactos positivos. Así, las escuelas enclavadas en zonas problemáticas de la ciudad o de la comunidad, tienen una mayor carga por la cual preocuparse y los profesores a veces estamos tan absortos en lo que pasa y debe pasar en el aula que nos olvidamos que las actividades y los hábitos de nuestros estudiantes inciden en un entorno más amplio…y en un mayor plazo. Lo que pase esta semana es importante, pero debemos pensar en cómo lo que pase o deje de pasar en la escuela de hoy incide en las condiciones de limpieza, urbanidad, cortesía, progreso material, concepciones de las relaciones humanas del futuro. Ya sea en un año o en algunas décadas. ¿Qué tanto se peocupan nuestros docentes y nuestras escuelas por lo que sucede en sus entornos inmediatos y lo que estos serán en el largo plazo?
*Profesor del departamento de sociología del CUCSH de la UdeG. [email protected]