Los veranos del magisterio

 en Jaime Navarro Saras

Jaime Navarro Saras*

Cada que llegaba el mes de julio, sobre todo con los viejos calendarios escolares, justo antes de que el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (en el ciclo escolar 1993-1994) inventara el calendario maratónico de 200 días, para los maestros de escuelas públicas y algunas privadas, significaban casi dos meses de descanso, este tiempo vacacional fuera de las aulas (donde laboraban) los utilizaban para hacer estudios de licenciatura en las escuelas Normales, en los Institutos de Mejoramiento Profesional del Magisterio (ahora CAM), en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) y en algunos cursos y talleres que organizaba la SEP a nivel nacional, otros más migraban a EEUU a laborar en todo tipo de empleos, aprovechando las facilidades que los Consulados estadounidenses otorgaban al magisterio para tramitar las visas de turistas.
Esos tiempos ya se fueron, no así la voluntad del magisterio para buscar alternativas de capacitación y actualización, ya no para estudiar alguna licenciatura, sino para cursar posgrados o la oferta que presenta la SEP con la Nueva Escuela Mexicana o, en el caso de Jalisco, con Recrea.
Historias sobre los estudios de verano hay miles, la mayoría tenían como propósito mejorar el puntaje en el escalafón y como consecuencia obtener una segunda plaza, incrementar la carga horaria y ascender a una dirección y/o de supervisión, amén de las relaciones de amistad, compadrazgos, matrimonios, además de los aprendizajes que les dejaban las diferentes materias y asignaturas cursadas durante los seis veranos (en las escuelas Normales).
Todas esas experiencias se las llevó el tiempo y que, para quienes ingresaron al servicio docente con las reglas que impuso la reforma de Peña Nieto, esos veranos no significan nada, tampoco sabemos si fueron mejores que las actuales realidades debido a los sacrificios que hacían los docentes de esas épocas, lo que si es cierto es que los dos meses de vacaciones eran maravillosos para niños, niñas y adolescentes, ese espacio sin ir a las escuelas implicaban todo un mundo de experiencias, un tanto por la libertad con que se movían en las calles y los parques, así como la oferta y variedad de cursos recreativos de verano.
Los recesos de verano actuales (antiguamente vacaciones), que inician la última semana de julio y terminan la tercera semana de agosto no saben a nada, ni siquiera para descansar, mucho menos para invertir tiempo para el estudio (que aún así muchos lo hacen), a lo sumo sirven para desenchufarse por tres o cuatro semanas de la rutina de levantarse temprano, comer a las prisas e involucrarse en todas las problemáticas que heredó el fenómeno Covid-19 y los 20 meses con la escuela a distancia.
Para la mayoría de docentes que vivieron los periodos vacacionales de dos meses y que aún continúan en servicio, de seguro los recuerdan con mucha añoranza, son tiempos que ya se fueron y sólo quedan en las historias anecdóticas que comparten de cuando en cuando con sus semejantes, principalmente en esos grupos de normalistas que se reúnen año con año para festejar la vida y el gusto de volverse a encontrar.

*Editor de la Revista Educ@rnos. [email protected]

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